(Fotografía: expresiones urbanas, Manizales)
jueves, 28 de febrero de 2013
NUEVO CANTAR DE LOS CANTARES. Por Flóbert Zapata Arias
Tus pechos son
como cántaros llenos de billetes de mil dólares.
Tus ojos son oscuros
como pozos de petróleo irakí.
Tus muslos como mellizas
gacelas de oro de California.
Tus dientes como
perlas para vender en la Casa de Graff.
Tus labios como
hilos de agua endulzada con aspartame.
Tu cuello como
un misil tierra-aire que se apacienta entre lirios.
Tu habla hermosa
como la mentira.
Tus cabellos
como manadas de cabras cibernéticas alimentadas con soldados de la última guerra.
(Fotografía: expresiones urbanas, Manizales)
Manizales, 2011
©
Flóbert Zapata, febrero de 2013
JULIO FLÓREZ SÍ. Por Flóbert Zapata Arias
“XXIV
La guirnalda que culmina
en la frente triunfadora,
huele a sangre, sabe a hiel;
siempre encubre alguna espina
punzadora
la caricia del laurel.
Julio Flórez
De Gotas de ajenjo”.
Triunfo,
laurel, poder, dinero, importancia, competencia, los valores que se imponen hoy
en Colombia, contrarios a los de Mo-tse (Dos maestros chinos. Alexandra
David-Néel): “Ama a tu prójimo como a ti mismo para vuestro mayor beneficio
común”. Sentado en la premisa del amor universal de que a quien haces el bien
no le queda otro camino que hacerte el bien, entrada común en la aventura
solidaria, sin la cual llegan el desorden y el caos a los reinos. Y que resumen
estos versos de los libros de los antiguos reyes, con la característica sencillez que dice más
que complejos tratados: “Toda palabra encuentra su respuesta,/ toda acción se
recompensa./ Me arrojaron un melocotón,/ devolví una manzana”. Si te coronan indica
que sufriste e hiciste sufrir. Precisamente a la filosofía del maestro se oponen
los letrados aduciendo que el amor universal debilita la necesaria devoción del
hijo al padre, lo que significa querernos todos sin atender a los lazos de
sangre, la desaparición de la diferencia social entre un humano y otro. Nos
encontramos ante un poema que amplía la voluntad crítica de Julio Flórez en las
fuentes mismas, a las que basta para definir un fragmento de El jugador de
Dostoviesky: “la facultad de adquirir capital figura en el catecismo de las
virtudes y méritos del hombre occidental civilizado y es posible que hasta se
haya convertido en su artículo principal”. Donde el triunfo, de cualquiera que
se trate, es sinónimo de capital. Sabemos de sobra que ejerció esa voluntad
crítica en los torbellinos que esas fuentes producen como, por ejemplo, en el poema
LXVI del mismo Gotas de ajenjo, tan insinuante si nos preguntamos por qué
después del espanto venía la risa o qué le producía el espanto. Si se trata de
no decirlo todo, o de generar sentidos, he aquí una muestra de cómo se logra.
“La
ramera lloraba... y se reía
con
una de esas risas espantosas,
con
una de esas risas que podrían
espantar
a los muertos en sus fosas.
Acababa
de dar a luz, y en tanto
que
alguien le preguntaba quién sería
el
padre de aquel ser... llena de espanto,
la
ramera lloraba... y se reía”.
Este
poema ha sido puesto en posición oblicua porque el tema de las rameras tiene
complicaciones especiales, porque
afrontado con sinceridad hace temblar las estructuras mismas de la cultura
occidental: los que las critican son los que las producen, los que las prohíben
morirían sin ellas. Un tema que como todo en el mundo escindido tiene una cara
buena y una cara mala. Sabemos que están ahí pero no hablamos de ellas. Julio
Flórez sí, varias veces, con fortuna en este caso, con infortunio en otros.
La Carolita,
viernes 22/feb/2013
©
Flóbert Zapata, febrero de 2013
martes, 26 de febrero de 2013
¿Julio Flórez está vivo? Por Flóbert Zapata Arias
Manizales,
sábado 24 de febrero de 2013
Querido
Florentino Flórez:
Ayer
justamente, en una librería de usados, vi una Antología de poesía colombiana firmada
por David Jiménez a través de editorial Norma. No estaba incluido en ella Julio
Flórez. Julio Flórez está muerto. No existe. Valoro en este caso la compasión,
¿para qué exhumar cadáveres en vez de dejarlos en paz? Mas cuando no está en
cuestión su fin natural, sabido a ciencia cierta que lo acabó un cáncer bucal
que en sus últimos días no le permitía hablar y que tampoco le permitió hacer
un discurso de agradecimiento cuando lo coronaron poeta nacional sus hematófagos
enemigos. Agradezcamos al cáncer que evitó esta pifia de un gigante bueno vencido.
Gigante, opina mi desvarío. Vencido parcialmente, opinan los desvaríos de otros.
No
obstante, si insistes en ver con tus propios ojos al menos el cadáver de Julio
Flórez, ve a sus libros originales, ahí se conserva a la vista de todos. Si no
encuentras los libros originales entonces definitivamente tendrás que aceptar
que está tan muerto que de él ya no existe siquiera su cuerpo.
En
caso de encontrar los originales, quizá te lleves la sorpresa de que los restos
se muevan durante el examen y compruebes que no está muerto, que existe, que
sólo lo adormece la morfina aplicada para el dolor que produce vivir.
Rueda
la leyenda de que una parte del necrófilo está viva y otra parte está muerta. Cierto
o no, muestras y antologías te lo entregarán mutilado. En ellas comprobarás, de
haber verdad en ello, que las cosas se dan generalmente al contrario: lo que
muestran por muerto está vivo y lo que muestran por vivo está muerto. Algunas,
desde luego, le jalarán a la sinceridad temeraria y te mostrarán vivo lo que
está vivo y muerto lo que está muerto.
Sé
que con estos renglones no respondo a tu pregunta sobre sí Julio Flórez está muerto o está vivo, si alguna vez
existió de manera distinta a una alucinación colectiva, perdóname. Me he
limitado a mostrarte una entrada segura y económica a la selva para que tú
mismo te hagas el camino. Llegarás bien a su tumba o a su cálida casa, sin término
medio. Tarde que temprano nos hiere la realidad de que hay prejuicios, tabúes,
intereses, que cada cual ve, oye y dice lo que le conviene y tiene una fe a
través de la cual se expresa su voz. Quizá tu viaje te demuestre
fehacientemente esta cruda realidad. Te adjunto mientras tanto dos poemas de su
libro Gotas de ajenjo.
Con aprecio, Flobert Zapata Arias
*
DOS GOTAS DE AJENJO
XXXIII
Si yo fuera serpiente
de esas que en el camino
al sentir el errante peregrino
ávidas le hincan el agudo diente,
a cuántos monstruos viles,
de almas inmundas en que hierve el
cieno,
les hubiera infiltrado mi veneno
así como esos pérfidos reptiles.
(¿No es este XXXIII una fotografía
extraordinaria del mundo en que vivimos, de ese mundo de aguas tranquilas que
una vez revueltas nos entregan monstruos asesinos que fundan nuestra primera
tradición, la del odio? ¿podemos despreciar esta equimosis ejemplar los amantes
de la fotografía de los golpeados?, ¿se ha decolorado, se ha borrado con el
tiempo esta fotografía, han sucumbido los líquidos fotográficos sobre el
cartón?, ¿han desaparecido las causas de esta ira en sepia natural?, ¿no
anhelamos ya retirarnos a vivir lejos de la decepción?, ¿amamos más que antes
esta felicidad que nos mata? Preguntitas)
XXXIV
Después de los excesos
de aquella noche de pasión, mi amada,
tras los últimos besos,
tal vez rendida pero no saciada,
−rojas como un incendio las mejillas−
hermosa, jadeante,
apoyó la cabeza en mis rodillas,
y se puso a pensar... en otro amante.
(Una
de las debilidades de Julio Flórez es la visión demoníaca de la infidelidad
femenina. Incluso recuerdo un poema en el que el protagonista considera
maculada a una mujer porque un pretendiente anterior le había besado los labios
de la cara. Como Erich Fromm considera al pecado original el primer acto de
libertad del hombre, podemos considerar a la infidelidad como el primer acto de
libertad de la mujer, y no sólo sexual sino afectiva. A este XXXIV, otro
retrato, goyesco si se quiere, maja desnuda sin espejo y con amante, no le agregó
más versos Julio Flórez porque en aquellos tiempos puritanos la sola mención de
la infidelidad hacía el papel de linchamiento, cuyas consecuencias vendrían
solas. Vi en mi tiempo, en mi aldea, mujeres destruidas moral y físicamente por
esta desobediencia, peor que si las lapidaran en las arenas de Oriente Medio.
Al orden del día se encuentra el crimen pasional, de raíces tan españolas, otro
de los regalos a los que les debemos honda y eterna gratitud. Puede decirse
también, sin caer necesariamente en el ridículo, que ella no pensaba en otro,
que el protagonista acusaba paranoia. Hoy, que el pensamiento único no reina
como entonces, el poema se vuelve sugerente de forma involuntaria, permite otra
lectura. A la delación de la infidelidad la reemplaza la aceptación de la autonomía.
El desenfado consiguiente, afirmado en la ausencia de sanción o de
vocabulario negativo, nos permite
incluso pensar en una concesión de derechos a la mujer desde una ampliación de
la mente del hombre. Quizá no pensó su autor en estos beneficios pero los
consigue.
Mas
atrás de la infidelidad se muestra otro tema crucial, herético: el del placer,
tan bien traído con los jadeos. A mí me enseñaron, ¡y qué bien enseñaban!, a considerar
el placer como una debilidad de la mujer y a la frigidez como una virtud.
Arduamente hubo de conquistarse esta otra libertad, en mi pueblo ayudados por las
baladas de los sesenta. Este poema fue pionero de esa lucha sesenta años antes,
en 1909, rodeado de una infinita soledad y movido por un arrojo suicida. Parecería
un poema histórico pero hablamos de un poema de total actualidad, sólo un
sector de la población ha salido de las tinieblas, el otro las cultiva solapadamente).
La Carolita, domingo 24/feb/2013
© Flóbert Zapata, febrero de 2013
Ataúd tallado a mano III. Por Flóbert Zapata
CI
Un cadáver es
alguien
que hace una
reverencia en la frontera
y nadie la recibe
ni a un lado ni al
otro.
CII
−¿Quién dio muerte
a Zapata?
−Él mismo, fue su
hazaña.
Se vio morir y
estuvo imperturbable,
dicen, en realidad
lo subyugaba el miedo.
Sus últimas
palabras:
−Dios no me oyó
pues continúa vivo.
CIII
He conversado con
la muerte algunas veces.
Padece de
halitosis, usa ropas baratas.
Se muestra incoherente
en lo que habla.
Orina agua de mar,
en ocasiones
me ha servido de
ducha.
Dice que sabe leyes
y miente.
Después de media
hora se torna predecible.
Habla y habla y se
duerme,
se recuesta en tu
pecho
y lo llena de dulces.
CIV
Sobre el nochero
pongo los recuerdos de infancia.
Por si de pronto
enfermo.
Si me ataca el
fracaso ellos me hidratan.
Son también
poderosos analgésicos.
Sus efectos
sedantes
nadie los pone en
duda.
Sirven como veneno
si te encuentras
rendido
y decides partir.
CV
Motitas de algodón
en los oídos:
estás cansado
de oír música alta y
de los ecos
y precisas de un poco
de silencio.
Otras motitas, en tu
nariz sensible,
esta vez sola
prevención,
para que no te
entre un virus peligroso.
Una espumita encima
del labio superior
como si hubieras
bebido una cerveza
con pulso estremecido.
El cuerpo
introducido en un misil
que volará a unos
metros de la tierra
y se levantará en
la soledad,
cuando nadie lo
mire.
CVI
Aviso que voy a
saltar.
Aviso que voy a
salir.
Aviso que voy a
orinar.
Aviso que voy a
reír.
Aviso que voy a
morir.
CVII
Ya viejo observo
que no amé lo que creía
que amaba de
muchacho.
Sólo amé las
mujeres
que tenían algún compatible
atributo
con la casa en la
que voy a morir.
CVIII
Me resulta
imposible
dormir si hay un cadáver
a mi lado.
Por más que me
demuestren que es normal
dormir no
puedo
si sé que hay un
cadáver a mi lado.
Sólo si ese cadáver
está dentro de mí
puedo dormir.
CIX
Creí estar acostado
en la cómoda silla
de un consultorio
de odontología.
Estoy en un
incómodo ataúd.
En el centro de una
sala de velación.
Al menos la anestesia
es superior.
CX
No nos enseñan a
morir.
No nos enseñan
a ir muriendo
despacio.
A masticar la vida
hasta dormirla.
CXI
Qué pereza, qué
frío.
Qué sueño, qué
apetito.
Qué implacable
deseo
de tocar unos senos.
Qué perdurables ganas
de no saberme
muerto:
luz hecha de
gusanos.
Y en otras
ocasiones
ni pereza ni frío
ni sueño ni sed ni
hambre
ni ganas de estar
vivo:
gusano hecho de
nubes.
CXII
Cantan mucho los
gallos en mi tierra.
Antes de morir
cantan.
Cantan blues con el
cuello degollado.
Cantan ahogados en
burbujas
cuando oscuros disparos
penetran en sus pechos.
Cantan cuando les
cortan
las alas con
feroces motosierras.
Cuando les
introducen
agujas en los picos
y los ojos
o los entregan a hornos
o raíces.
Hinchados por el
agua,
repiten y repiten
las canciones del río.
Si los secuestran
cantan.
Y cuando son
comidos por los lobos.
Si los entierran,
con mal pegadas
lápidas,
no paran de cantar.
Si sus cuerpos no son
hallados cantan.
Cantan, cantan y
cantan.
No cesan de cantar.
CXIII
La vida, ese animal
cuya nuca no acaba de
romperse.
Balbucea
infructuosa porque no puede hablar.
No cumple su
amenaza
de quedarse en
silencio para siempre.
CXIV
Van dos días y aún
no me acostumbro
a llevar ataúdes en
mis pies,
a llevar ataúdes en
mis manos,
a llevar ataúdes en
mi boca,
a llevar ataúdes en
mis ojos.
Los olvido debajo
de la cama,
se me quedan debajo
de una sombra,
en las letras con
sangre de una vieja balada.
Morir es una fila de
objetos y de sueños
que se demoran en
hacerse ajenos.
CXV
Ellos me moverán.
Primero levemente
y luego con
violencia.
Me llamarán a gritos
después de los
susurros iniciales.
Continuaré dormido.
Entenderán entonces
que adoptar mi
silencio
y mi exacta postura
es la única manera,
aunque precaria,
de comunicación.
CXVI
La muerte perdió un
bolso
con algunos
cosméticos
y cosas de valor
muy secundario,
no pocas
inservibles.
Se olvidó del
asunto,
era un bolso
barato, ya viejo y decadente.
Los hombres lo
encontraron
y le pusieron
nombre: Paraíso.
CXVII
Inyectará la muerte
sus polvos en tu risa
cuando menos lo esperes.
Es cierto que los
dioses juraron protegerte
pero fueron
burlados por una fuerza extraña,
reconocen sombríos
su impotencia,
descienden a tu pecho
y se suicidan.
Ellos renacerán de
los escombros,
a tu pálido rostro
lo cubrirá otro
rostro.
CXVIII
Nunca tuve tiempo
de enfermarme.
Nunca tuve tiempo
de esperarme.
Nunca tuve tiempo
de perderme.
Nunca tuve tiempo
de morirme.
CXIX
REANUDACIÓN
Ahora estás en el
féretro
tan ausente.
Recuerdo
cuando estábamos
vivos,
charlando en el
café,
también de pronto
ausentes:
los espacios en
blanco
de la conversación
que sabe ser
tranquila.
Comencé a hablar
primero.
CXX
ARROJADO
Violento será el
golpe
de la barca en tu
cráneo.
Enorme la sorpresa
del barquero,
que no esperaba pez
tan grande y con
vestido.
No te pedirá
excusas
y no podrás decirle
que te deje seguir
tranquilo por el
río, ya conforme.
CXXI
DÍA DE PAGO
La lenta fila de
los jubilados.
De los sobrevivientes.
De los bozos
teñidos.
Patria de los que
caen uno a uno.
Fulanito no vino,
¿a qué horas se
detuvo?,
¿a qué horas el
entierro?, ¿dónde la velación?:
lapidarias
preguntas
sobre las
estaciones diminutas
que son ahora los
días.
Vendrá un nuevo
reemplazo:
el hueco reparado.
La muerte es buena plomera
y muy puntual.
CXXII
ARMERO
Cadáveres de un
hijo y una madre
flotaban en el río.
Diecisiete años él,
la edad de ella la
supones.
Desesperanza y
barro
de la cruel
avalancha que es la vida.
Abrazados,
perdidos,
de una manera que
hace recordar
ese fugaz momento
en que el deseo no
se parece a la muerte.
CXXIII
La muerte entra en
tu cuerpo
por un hueco y por
otro se retira.
Ingresa por un poro
y se fuga por una cicatriz.
A veces entra con
el alimento
y sale con las
heces.
Camuflada en un beso.
Con cuchillos o
balas.
En una cirugía. Con
palabras.
Se va de mil
maneras.
Con miradas,
adioses. Envuelta en una lágrima.
En un caliente
sueño.
Todo lo hace
callada.
A veces grita
cosas.
Sabe que odias la
vida
y te amenaza con
permanecer afuera.
Sabe que amas la
vida y te amenaza
con quedarse en tu
cuerpo y no salir.
CXXIV
Y cuando te
pregunten dónde vives,
no dudes en decir:
−Vivo en el
cementerio.
Se burlarán de ti
pero siempre
responde: −Vivo en el cementerio.
Sin reticencias
dilo,
no importa que se
callen.
No dejes, por
favor, de responder así.
−Vivo en el
cementerio, vivo en el cementerio,
vivo en el
cementerio.
Y si no puedes
no digas nada.
Pero siempre que
puedas no digas otra cosa:
−Vivo en el
cementerio, vivo en el cementerio,
vivo en el
cementerio, vivo en el…
CXXV
Conservarás la
carne por un tiempo.
Luego se irán los huesos.
Finalmente los
dientes.
Tan brutal todo
como una sonrisa.
CXXVI
Un muerto es un
mendigo y es un dios.
Un mendigo no
porque pida
sino porque le dan
sin que pida y no
puede negarse a recibir.
Un dios porque ya
nadie
puede infringirle daño.
CXXVII
ECOGRAFÍA
Rodillas encogidas.
Manitos en el
pecho.
Mira, es un feto.
Contraído de miedo
desde antes de
nacer.
Presiente los
dolores que le esperan:
la muerte en
caramelos.
CXXVIII
No más que un
mausoleo,
sobre el que
estamos todos, es la Tierra:
muertos que
caminamos.
Coherentes,
humildes,
van algunas
especies de riguroso luto.
Lo negro habita en
el fondo de todo
si bien lo vemos o se
espera un poco
su descomposición.
Helas ahí:
las baladas del
oro,
las vísceras oscuras
de la luna,
el perfume que le
sobra al deseo…
Difuntos sin
memoria, envanecidos,
hacemos los humanos
lo contrario:
instituimos cementerios:
ilusión de que
estamos
tan lejos del final
como queríamos,
tan cerca del amor como
soñábamos.
Pero la Tierra no
es más que una gran tumba.
Es todo lo que es.
Debían enterrarnos
en el lugar exacto
en que caemos.
O dejarnos ahí si
no estorbamos.
No pensar en lo
eterno,
ahorrarse los
trayectos, los ensueños.
CXXIX
Finalizadas
las honras fúnebres
el ataúd asoma
por la boca del
templo.
Como si un dios
se hubiera
intoxicado
y lo regurgitara.
CXXX
En un gran
cementerio
busco una tumba.
No sé por qué ni
para qué.
Ni cómo. Ni
siquiera llevo el mapa de vicios.
Debo leer despacio
una a una las lápidas
hasta que una señal
misteriosa o
prosaica lo rebele.
Van cuatro horas
perdiéndome.
Presiento cercanía
mas no llega.
Salgo del
cementerio,
recorro calles,
parques y avenidas.
La ciudad me
fatiga,
multitud de
cadáveres que ni siquiera temo.
Regreso al
cementerio.
Me acuesto
bocarriba sobre un prado.
Cierro los ojos,
duermo.
Pasadas unas horas,
una luz débil
brinca de la tierra
y agujerea mis
párpados:
me recuerda que no
debo buscarme.
CXXXI
ANIVERSARIO
También entregan
noches así
los cantos
fúnebres:
un día de estos
al desnudarnos
para la muerte
despertaremos
para el deseo.
CXXXII
Me obedecen los
pasos.
Me obedecen las
sístoles.
Me obedece la mente.
Me obedece el
invierno.
Me obedece la duda.
Me obedecen los perros.
Me obedece el error.
Me obedece el
vocablo.
Me obedecen los
ojos.
Me obedece la risa.
No obedece la muerte.
CXXXIII
LA MUERTE
Compradora
exigente,
compulsiva, iracunda,
que busca y busca y
busca
la casa de sus
sueños
y visita y visita
cuerpos, cuerpos y
cuerpos
y ninguno le place
y, rabiosa, los
mira y los fulmina.
CXXXIV
Se pudren los
cadáveres
por propia voluntad
y agradecidos.
Fue la vida unas
cortas vacaciones,
hubo felicidad,
no les faltó la
pena
y ha llegado la
hora del regreso.
Sienten una
profunda gratitud
y no quieren llevarse
ni una brizna
de lo que les fue
dado
con generosidad y
con locura.
CXXXV
Un piloto terrible
sacude la avioneta
para que no te
duermas,
para que no renuncies
a creer
que continúas vivo
y para darte un
poco de terror y reír.
Y un ataúd
es la nave en que
viajas
y tú eres el piloto
y el viajero.
CXXXVI
En un enorme ábaco,
cuyas cuentas son
cráneos humanos,
Dios hace
operaciones aritméticas.
Le faltan muchos cráneos
para poder contar
los sueños y las
penas de los hombres.
CXXXVII
Mi abuela dijo
que los hijos
menores
se morían primero
que los otros.
Fui el menor de
ocho hermanos
y a veces siento
arena en mis piñones,
que vinieron, confieso,
imperfectos de
fábrica.
Abuela, ¿para
cuándo el ascenso a mayor
de la perplejidad y
del vacío?
¿Cuándo comenzaré
a ser leve
presencia en esta foto
que ahora me toman
con fondo de pared
y de tus ojos?
CXXXVIII
Las cosas dulces
son las más posibles.
Dulce es lo que de
tanto dolerte no te duele.
Cada vez más lejana
la infancia y no la
tocas
por más que hundas
las manos en juguetes.
Encuentros con
parientes en entierros
y nunca en una fiesta
y nunca en una
carta.
El abuelo obstruido
en el esófago.
La tía de los celos
en la hinchazón del labio,
que por instantes
no reconocía a sus hijos.
Primo Gonzalo: no puedo
verte
de lo muerto que
estás,
dejemos el café
para otro día.
CXXXIX
EN UNA TUMBA CÁLIDA
Las faltas que
cometes
ahora y que serán
la justificación de
tu existencia,
cuando pasen los
años.
Los instantes
robados
al rudo mundo de la
hipocresía.
Dulces vicios
secretos:
invisible epitafio
de una tumba
futura.
CXL
Soy ciego, tengo
hambre,
doy un traspié y me
caigo.
A los que así
sufrimos
debieran eximirnos
de vivir.
Soy ciego, tengo
hambre, me congelo.
Entro a un
restaurante, pido carne.
El recipiente en el
que me la sirven,
está hecho de
madera
y tiene una forma
inusual.
Lo recorren mis
dedos:
un bruñido ataúd
tallado a mano.
CXLI
Un muerto es
alguien que no sabe a dónde va,
desea ser llevado
y cree que lo llevan.
CXLII
CADÁVERES
Mírelos ahí callados
mientras el mundo
sangra
y su neutralidad
los eleva a lo
estético.
CXLIII
Al final de la
jornada
es todo lo que nos
queda:
los huesos de
nuestros muertos.
Pero la memoria falla
y olvidamos su
presencia:
calcio que se fuga
lento.
De pronto no queda
nada
del blanco que su
existencia
tiraba a nuestro silencio,
porque dulces
esperanzas
se han llevado
hacia la tierra
lo que tenía de
eterno.
Para algo así se
preparan
nuestros huesos y
tristezas:
todo lo que
dejaremos.
CXLIV
SON MERAS, MERAS
GUERRAS
¿Cómo orientarnos?
El planeta se llama
Cementerio.
Los países se
llaman Cementerio.
Las ciudades se
llaman Cementerio.
Las aldeas se
llaman Cementerio.
Las calles y
avenidas se llaman Cementerio.
Las montañas, los
valles, los ríos y los mares
se llaman
Cementerio.
¿Cómo orientarnos?,
¿cómo?
CXLV
A la calle la invaden
de repente:
ataúd y su séquito.
De los que van de
luto
ninguno me resulta
familiar.
Pregunto por el
muerto,
me resulta aun más
desconocido.
Peco de ingenuo:
ese muerto soy yo
con diferente
nombre
y con distinto
cuerpo.
CXLVI
Uno aprende a vivir
justo cuando no
vale ya la pena.
Cuando las tripas
y la cabeza
empiezan a agrietarse
y en dolor se
resuelven y en sevicia.
Los sueños se disputan
un sitio en el establo
junto al heno
podrido y al estiércol.
Al débil apellido
no lo canta
una bella muchacha
que se ducha.
Y las cartas repiten
y repiten lo mismo
hasta la nieve.
Cuando la infancia trae
villancicos con hongos.
Se maldice mucho y
se acepta
que el engaño posee
su pervertido encanto.
La amorosa mascota
lo muerde en una pierna
o le orina la ropa.
Se hizo moda dejar
la vida por
sorpresas secundarias.
Un obrero martilla
sobre un férreo
muro, y cefalalgia.
La última mujer del
universo
vive enseguida del aeropuerto
y ha preferido el
cementerio a mi duda.
Y son las diez y el
ocre de la terca mañana
se torna insecticida
para pulgas.
Uno aprende a vivir
exactamente dos
años después de muerto.
CXLVII
EXEQUIAS DE ROBERTO
VÉLEZ CORREA
Me pregunto
nocturnal
si estás
inerte o dormido
y todo
vuelve a decirme
que estás en
clave de cirios.
Al
acercarte te alejas.
Silenciándote
me pierdo.
¿Meditas?
¿Quedaste en blanco?
¿Aún te
llamas Roberto?
Con Carlos
Héctor y Orlando
serás luz
introvertida.
Ya no te
pueden hablar
mis labios de parafina.
Deja que la
vida llame
tu rostro
que viene y va.
No sé
cerrar esperanzas.
Las lunas
no morirán.
En tableros
de azafrán
rayas ahora
tu sino.
Mentira que
te moriste,
sólo te quieres
más fijo.
Aquí
seguimos subiendo
detrás de
virus distintos,
extirpe bajo las piedras
que sueña soles de vidrio.
CXLVIII
DIÁLOGO DE LA FOSA
Y EL CADÁVER
Cadáver: Te odio, mas
eres mi pariente, ¿sabes qué es un pariente?
Fosa: No, dímelo,
por favor.
Cadáver: Un
pariente es alguien que devora a sus seres más cercanos antes que a los otros.
Fosa: ¿Me culpas o
me entiendes?
Cadáver: Ni lo uno
ni lo otro, te oscurezco simplemente al oscurecerme, ¡estómago que come
humanos!
Fosa: Eres mi
enemigo, ¿sabes qué es un enemigo?
Cadáver: No,
dímelo, por favor.
Fosa: Un enemigo es
alguien a quien te puedes comer.
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