martes, 9 de octubre de 2007

LA TIZA QUE RÍE

(LA TIZA QUE RÍE. Anécdotas de alumnos y maestros. 137 páginas. Editorial Manigraf. Manizales, Colombia. 2007. Autor: Flóbert Zapata. Ilustraciones de carátula e interiores: Diego Gómez)


LAS PRIMERAS PÁGINAS

1
A un supervisor de enseñanza primaria le caía muy mal una maestra, por lo que buscó a cualquier precio una justificación para trasladarla castigada a Guarinocito o a Arboleda. Durante una clase que le supervisó a la educadora, no pudo encontrarle fallas en el desempeño, pues ésta se lució y no dio muestras de tener Talón de Aquiles en su oficio. Como quiera que la clase supervisada era de religión y defraudado en su mala fe, el supervisor tuvo la ocurrencia de hacerle una pregunta lo más rebuscada posible: “Profesora, dígame, ¿cuáles fueron las tres veces que lloró nuestro señor Jesucristo?”
La profesora respondió iracunda:
—La primera vez que lloró nuestro señor Jesucristo fue en la muerte de Lázaro, la segunda mientras oraba en el Huerto de los Olivos y la tercera... ¡fue el día que nombraron a un desgraciado como usted de supervisor!

2
Hace algunos años un profesor del Instituto Universitario preguntó a un alumno, en una lección oral, acerca de lo que era una obra póstuma.
—Una obra póstuma —respondió el genio— es aquella que el autor escribe después de muerto.

3
Durante una reunión pedagógica el supervisor remachaba sobre la necesidad de modernizar la enseñanza en todas las dimensiones. En una intervención referente a la metodología un viejo profesor, cansado de escuchar tanto desplante a la pedagogía tradicional, golpeada e incólume, soltó el siguiente ultimátum:
—¡Por mucha cháchara que se hable aquí, definitivamente el mejor de los métodos es el T.T.L. y no me vengan con más cuentos!
—¿Y qué quiere decir T.T.L.? —preguntó un maestro joven y todavía oloroso a práctica docente, que aún no caía en la cuenta sobre el asunto al que se hacía referencia.
—¡Pues TIZA, TABLERO Y LENGUA, compañero! —le contestó el viejo profesor.

4
En la escuela María Auxiliadora de la vereda Armenia, en Neira, el educador Diego Gómez fue protagonista de un hecho por el que estuvo cerca de que lo acusaran en la Inspección Local de Educación. Después de enseñar a sus alumnos de primero la letra "ch", les colocó en calidad de refuerzo didáctico una plana de la frase "Chucho es un borracho" como tarea para la casa. Al día siguiente un alumno le entregó al profesor, por encargo de su madre, una boleta manuscrita de esas que saben mandar los acudientes, que decía: "Profesor, haga el favor de respetar a mi marido, que Chucho no es el único borracho que hay en la vereda".
5
En clase de álgebra, en el Instituto Neira, una alumna hacía un reclamo sobre la nota de la última evaluación al profesor Héctor Eduardo Arroyave.
—¡Profesor, no sea malo, no debería rebajarme tanto por un signo menos! ¡Por un palito, profe!
—¡Por un palito de esos mi tío no fue tía! — le respondió el profesor.

6
La Secretaría de Educación de Caldas envió a un profesor una notificación en la que le comunicaba un traslado, que resultó ser inconsulto y desventajoso. El aludido respondió a vuelta de correo: "No acepto traslado". A los pocos días le llegó la contrarrespuesta: "Infórmasele destitución del cargo". El sancionado, con la más fina ironía, respondió con un nuevo telegrama: "No acepto traslado, menos voy a aceptar destitución". Luego llamó al sindicato y concertó una cita para que lo asesoraran en su defensa.

7
Liceo Isabel la Católica. Manizales. 1989. Clase de inglés. La profesora Marta Lucía Uchima explica a sus alumnas el enlace entre las lenguas y ciertas actividades humanas.
—El idioma de los negocios es el inglés, el idioma de la literatura es el español, el idioma de la música es el italiano.
Luego añade:
—Quiero que alguien me diga ¿cuál es el idioma del amor?
Sin ni siquiera levantar la mano para pedir la palabra, una alumna responde con desbocada exaltación:
—¡Los besos, profesora!
Hay un viejo mito que considera al francés como el idioma del amor. También falso, también interesante.

8
A don Emilio Gártner Ospina, maestro riosuceño de la extirpe de Li Po, de Kheyyam, de Malcolm Lowry, de Poe, lo cita la Secretaría de Educación Departamental para que decida si "se queda con el trago o con el magisterio".
—Me quedo —responde— con el magisterio porque da trago, en cambio el trago no da magisterio.
9
Salamina. 1975. Escuela Mercedes Ábrego. Tema: La gallina. Clase: Ciencias Naturales. Una alumna le preguntó a la practicante de la Normal María Escolástica que dictaba la clase:
—Señorita, ¿por qué la gallina levanta la cabeza y mira al cielo después de tomar agua?
La practicante, en una suerte de arrebato teológico respondió:
—¡Para darle gracias a Dios niña, para darle gracias a Dios por el favor recibido!
La maestra consejera cayó en cuenta del despropósito de la practicante, suspendió la clase (la suspensión de una clase era castigo gravísimo para el alumno-maestro y podía ocasionarle la pérdida de la práctica y aun del curso) y entró a hacer las aclaraciones del caso.

10
En clase de aritmética de segundo primaria un profesor apeló a la imaginación para armar un problema de suma. Al azar señaló a un niño y le indicó que saliera al frente.
—Su papá —le dijo— compra tres atados de panela el lunes, el martes compra dos atados y el viernes compra un atado. ¿Cuántos atados compró por todos?
El niño, en lugar de responder, irrumpió en un llanto profuso e incontrolable. Después de varios intentos fracasados el profesor logró calmarlo y hablar con él.
—Cuéntame, ¿por qué llorabas? —le dijo con cariño.
El niño, seducido por la confianza, soltó la siguiente confesión:
—Es que mi papá hace dos meses que no lleva mercado a la casa porque está sin trabajo.

11
Una profesora que, se sospecha, andaba explicando "El modernismo", envió a una alumna rumbo a la biblioteca.
—Dígale a la bibliotecaria que si hace el favor de prestarme un libro de Rubén Darío.
La bibliotecaria devolvió a la niña con la siguiente respuesta:
—Dígale a la profesora que con mucho gusto le presto el libro pero que me mande los apellidos para poder buscarlo.

12
El siguiente es un aparatoso procedimiento de inducción tradicional observado en una escuela de Manizales.
Maestra: (Mostrando una naranja madura y jugosa sostenida en lo alto por su mano izquierda) A ver niños, ¿qué es esto?
Alumno 1: (Después de levantar la mano y de que se le ordenara hablar) ¡Una naranja, profesora!
Maestra: ¡No está ni tibio! (Silencio).
Alumno 2: ¡Una fruta!
Maestra: ¡Está mejor! (Expectativa).
Alumno 3: ¡Un vegetal!
Maestra: ¡Mejor todavía!
Alumno 4: ¡Un objeto!
Maestra: ¡Vamos acercándonos! (Sonríe).
(Más silencio. Curiosidad. Ningún alumno levanta la mano. La naranja sigue sobre la mano izquierda de la maestra).
Maestra: (Al ver que pasan los minutos y nadie se atreve. Con un gesto entre la sabiduría y la perplejidad) ¡Esto que tengo en mi mano izquierda es un SUSTANTIVO COMÚN!

13
Don Azarías G., rector por entonces del Instituto Neira Nocturno, entró una vez a la sede de EDUCAL, cuando quedaba próxima al parque Caldas, en busca de su hijo Hugo, quien fue directivo de esa entidad en 1987. Los cuadros de líderes mundiales de izquierda fueron el foco de su atención matizada de extrañeza y curiosidad.
—¿Quién es ese barbudo parecido a Rabindranath Tagore? —preguntó don Azarías con su voz amellada por los años.
—Ese es Carlos Marx, don Azarías —le contestó el desaparecido Héctor Julio Ortiz, por aquel tiempo presidente del sindicato, que lo seguía con la mirada.
—¿Y este bozoebrocha vestido de militar?
—José Stalin.
—¿Y ese gordito frentón?
—Mao Tse Tung.
—¿Y ese chiverudo frentipelao?
—Lenin.
Don Azarías frunció el ceño, recorrió el mentón con la palma de la mano y retirándose en busca de un tinto hacia la greca, que estaba en una especie de salita contigua en la parte trasera, comentó mientras se alejaba:
—Oíste, ¿y esos qué tienen que ver con la educación?

14
En el Liceo Arquidiocesano de Nuestra Señora, en un examen escrito de filosofía, el profesor pregunta:
—¿Quién es el autor de la frase "Sólo sé que nada sé"?
Un estudiante responde:
—Sólo sé que no lo sé.

15
Un incompetente profesor de inglés, que sabía más bien pocón pocón de la materia, justificaba sus deficiencias ocasionalmente descubiertas diciendo que ese tema lo verían en el futuro. Cada vez que un alumno le lanzaba una pregunta que no sabía responder, contestaba:
—¡No se me adelante joven, no se me adelante!

16
Solidarios y ansiosos alumnos del Instituto Tecnológico, acuden en grupo al profesor de Primeros Auxilios para que socorra a un compañero que se quebró una mano mientras jugaban un partido de microfútbol. El profesor, bachiller, novato en la materia y que apenas sabía lo que había aprendido en el incipiente programa de estudio, responde:
—Qué pena muchachos pero no puedo ayudarlos, apenas voy en quemaduras.

17
En una encuesta para educadores de secundaria realizada por el profesor Rodrigo R., en la Facultad de Educación de la Universidad de Caldas en 1986, se observó cierta curiosa contradicción de fondo entre las dos preguntas siguientes y sus respectivos resultados finales:
—¿Se siente usted realizado como profesor?
Sí..... 98% No..... 2%
—¿Le gustaría que un hijo suyo fuera profesor?
Sí..... 1% No..... 99%

18
Un médico enamorado de la educación, que terminó de profesor de Educación Sexual, hacía evaluación sobre el tema de los órganos genitales masculinos.
—Niña, ¿cuántos centímetros mide el pene? —preguntó a la alumna que estaba al frente.
—Treinta y cinco centímetros —respondió la niña asustada.
—Siéntese y no se haga ilusiones niña —cerró el profesor.
19
Los superlativos no dejan de ser un asunto difícil de dominar, sobre todo para quienes, alejados de la academia, dejan todo a la inventiva personal. En una clase de español de grado octavo la profesora realiza una pregunta dirigida sobre el tema.
—Sandra Liliana, hágame el favor y me dice ¿cuál es el superlativo de "flaco"?
—¡Langaruto! —contesta la alumna.
El superlativo de "flaco" es "muy flaco", "flaquísimo".

20
Mi profesor de quinto de primaria en la Escuela General Santander, de Filadelfia, en la desesperanza de los guayabos padecía feroces ataques de sueño. Mínimo tres veces por semana llegaba amanecido y moribundo. Pero tenía sus recursos. Apenas el ataque de sueño era inminente, escribía una frase en el tablero para que los alumnos llenáramos con ella un número indefinido de planas con el fin de mejorar (explicaba) la caligrafía: "Tienen que mejorar la letra muchachos o sino no les dan empleo en ninguna parte cuando estén grandes". Después se iba al escritorio, sacaba unos billetes de su bolsillo, seleccionaba uno verdeamarillo de cinco pesos, (suficiente para seis gaseosas y cuatro roscas de pandequeso grandes como llantas de bicicleta), lo agitaba en el aire y lo colocaba bien visible en el escritorio al tiempo que decía:
—Esta platica es para el último que acabe.
Y se hundía en una siesta de la que lo rescatábamos cuando sonaba la campana para el recreo.

21
Una buena parte de los estudiantes de los colegios nocturnos trabaja durante el día, de manera que las clases suelen ser una convención de bostezos. A veces la atmósfera es tan pesada que el maestro debe resignar sus esperanzas de espantar el sueño. En el nocturno del barrio La Asunción, el profesor les recomienda a unos alumnos de grado décimo que bostezan en demasía:
—Los que quieran dormir recuesten la cabeza sobre el pupitre y se duermen, pero me hacen el favor de roncar pasito para que no despierten a los otros.

PALABRAS INTRODUCTORIAS

Estas anécdotas fueron recogidas a lo largo de veinte años en tomadas de tinto, bebetas, conversaciones en salas de profesores y pasillos. Su mérito mayor: la paciencia. Quizá también su encarnación simple de un testimonio que llama a escribir, a superar la tradición oral en la que estamos anclados, a hacernos tema del pensamiento y del arte, a ser más autorretratistas que retratados, más sujetos que objetos.
Ahora que las publico, escribo en computador; cuando comencé lo hacía en máquina Brother portátil, manual, en la que cada equivocación era una pesadilla.
Fui impulsado a este proyecto más por el deseo de comunicación y de memoria que por la intención estética, sin que esto sea una disculpa para un texto al que, si no me gustara, no me hubiera tomado la molestia de sustraer de la paz de las carpetas.
Luego uno descubre, creo, que estética es la comunicación capaz de crear memoria.
Su número no hubiera crecido tanto de no ser porque, publicadas algunas en el periódico Centenario de Villamaría o en el Correo Pedagógico de EDUCAL —su espacio natural— , muchos maestros se me acercaron a donarme las suyas.
En la mayoría de ocasiones no tuve la precaución de registrar quién me las había transmitido y ahora no podría hacer una lista de reconocimientos sin caer en imperdonables olvidos. No pocos de ellos me decían: “Se la cuento con la condición de que no diga que yo se la conté”.
Algunos relatores cambiaron u ocultaron los nombres propios de los actores para protegerlos, otros sencillamente los habían olvidado o no los conocían por haber sido depositarios de la tradición oral; igual balance para restantes aspectos, bien esenciales o secundarios.
No faltaron los que mostraron interés sólo en la risa, la sonrisa o la ironía y consideraron las circunstancias y los detalles algo prescindible.
Todo esto explica que muchas anécdotas vayan sin mayor información concreta y que a otras haya habido que situarlas en espacios y nombres imaginarios.
Para proteger a sus portadores o para evitar consecuencias problemáticas, a algunos nombres se les deja con las iniciales o se les cambia o varía.
Por razones semejantes se han operado canjes de lugares.
Las que involucran a Abel Agudelo, Alfonso Palacio, “don Chucho” y Milton Botero, fueron reescritas a partir de las que rodaron de voz en voz o de papel en papel en 1994, con motivo de la celebración de los 80 años de fundación del Instituto Universitario. Dejarlas por fuera de una publicación tan inusual y especializada como ésta, no hubiera resultado justo. Transcribirlas no me excluía de un juicio por lesa comodidad. Así que les di los matices y les puse los aditivos que para ellas quería y desarrollé sus discursos de acuerdo con mis ritmos interiores.
Una vez Jaime Bedoya Martínez dijo de estas anécdotas que eran minicuentos. Me parecían mejor microcrónicas.
En cualquier caso vergonzantes por subliteratura y por su menudez.
Entonces yo no había podido sumergirme en la convicción de que una de las más genuinas literaturas nace en lo propio, lo cercano y lo intrascendente.
Mezcla de ambos, creo ahora, después de haberme hundido en la selva de los géneros.
Había perdido la fe en la ficción súbita desde que publiqué “La bestia danzante” y todo lo que recibí fue silencio, excepto por una mención de Roberto Vélez Correa, una completa reseña de Orlando Mejía Rivera y un elogio no escrito de Carlos Héctor Trejos.
Rubén Darío Galeano les da a los caldenses una alegría que deberían darle otros: llamarlos y editarlos. El valor más en lo primero que en lo segundo: por sobre el tiraje (corto) y la distribución (demasiado para la buena voluntad), se agradece el símbolo, unido al coro para cantar que hay esperanza.
Bien, Manigraf me ofreció una mañana sacar a la luz una obra inédita.
¿Para qué? Fue la primera pregunta que me hice, en el intento de transición de la decepción al budismo que es mi vida ahora, conciente de que allí tampoco está el optimismo, a la manera como lo vemos en Occidente, y sin pretender hacerme monje. Sabiendo que cada felicidad literaria es un satori.
Felicidad literaria: que lo que uno escribe no deje la sensación de falta de rigor o de pasión.
Como no hay medios dignos de distribución, los libros terminan en una caja más debajo de alguna cama. Además de esto los colombianos no leemos y si leemos no compramos; pedir prestado es tradición.
En materia de preferencias, nos inclinamos por los nombres engrandecidos por la publicidad en vez de los discretos de los autores regionales, que podrían serlo menos sin el abandono general que padecen, tan espontáneo que sin duda es programado.
¿Para qué, finalmente? Para acceder al encanto de ver la bruma inherente de la vida, y el mínimo fulgor que la atraviesa, convertidos en uno de los objetos más maravillosos que haya creado el hombre: el libro.
Hoy en el bando opuesto al de otros siglos, supérstite resistencia frente a un mundo materializado y enloquecido por el poder y el dinero, que nos dice que si no tenemos posesiones costosas o no salimos en los mass media no existimos.
¿Cuál?, fue la siguiente pregunta.
Se respondió sola.
Octavio Escobar me llamó una noche para decirme que me había sido enviado un libro en el que incluían un minicuento mío, en magnífica edición: “El maestro en cuentos”.
Luego Harold Krémer opinó en un correo electrónico que unos minicuentos que me había pedido eran “impecables” y seleccionó uno para incluirlo en una antología a editar por una universidad nacional y la UNAM de México.
A estas dos circunstancias les agradezco la reapertura de ánimo que me permitió volver a la confianza en lo efímero y desempolvar “La tiza que ríe”, trabajarlo y entregarlo a ustedes.
Fue una tarea dura porque había que revisar, entiéndase crear de nuevo, cosas escritas desde hace varios lustros.
A algunos escritores de Caldas nos acusan de que escribimos mucho porque publicamos regularmente, mientras a nadie se le ocurriría censurar a los ingenieros porque construyen barrios enteros. Esto sólo por mencionar las críticas eufemísticas, que son las menos. La envidia, el recelo, la insolidaridad, rondan demencialmente este universo lo mismo que cualquier otro.
Detrás de un libro hay todo tipo de penalidades, que nadie observa y el autor mismo tiende a olvidar. Recuérdese el momento en que se escribe una carta para una institución o un banco. Cuánta energía. De ese esfuerzo, de esa concentración, está hecho cada renglón de una obra. Más de sudor que de inspiración. Más del lento espíritu del coleccionista de cosas sin valor que de la vertiginosa y despiadada propulsión —y compulsión— de la competencia. Sabiendo de antemano que no habrá recompensa. Y acaso sí ofensas y burlas, aun en contenidos pretendidamente poco graves como el que nos ocupa.
O tal vez por ello: quemar los complejos y las taras impuestas o heredadas, continuar la memoria, reivindicar lo mínimo, defender el derecho a la levitación.
A las anécdotas propiamente dichas las he acompañado de ideas y retazos biográficos que tocan de una manera u otra la educación, todos pertenecientes a personajes célebres. Uno a uno fueron extractados de mis lecturas con vocación de minero.
No fue posible compartir “La tiza que ríe” por entregas: “Centenario” desapareció, “El correo pedagógico” presentaba con frecuencia problemas de espacio. No le quedó otro camino que darse todo de una vez.
Estoy listo para arrancar con una segunda colección si esta vez se diera la respuesta de extroversión de tiempo atrás.
En sus manos, amable lector, esta propuesta de conversación, en una época en la que no tenemos tiempo para escuchar ni para ser escuchados y en la que la tecnología nos ha arrancado la voz.
F. Z. A.

DE PADRES Y PADRASTROS

“La tiza que ríe” es un libro eminentemente educativo. Por ello mandé sendas ofertas escritas adjuntando ejemplar del libro a las Secretarías de Educación Municipal y Departamental.
Con cartas llenas de abogadurías y/o tecnicismos (pues no hubieran necesitado tales despliegues de jurisprudencia para negar algo tan pequeño a un ser sin poder) dijeron no poder comprar ni un ejemplar, ellos que todo lo pueden, incluso, sobre todo, no comprar ningún ejemplar del libro de un maestro.
La Departamental devolvió el libro, la Municipal no.
Un poquito de semiología casera: la que lo devolvió es honrada y la otra no; o bien, la que lo devolvió se interesó, la otra se comportó tan insensible que ni le quitó el celofán.
En cambio en las bibliotecas de los colegios y escuelas vemos decenas de un mismo ejemplar de publicaciones adquiridas por las Secretarías y remitidas allí luego. Pocas de ellas sobre educación, casi ninguna escrita por un maestro.
Algunos padres sólo sirven para castigar. Ni se diga de los padrastros.

domingo, 7 de octubre de 2007

BITÁCORA DEL ALIENADO

1
En el treinta, RCN, pasan “Misisipi (españolizado) en llamas”. Ya había visto esa película quince días atrás en “Film & Arts”, uno de los canales que vale la pena porque se rebela a ser sólo consumo y deprimentes masturbaciones mentales. Va en la mitad y decido repetirla, recordar ese estupendo giro de serpiente de los cristianos anglosajones inflados de xenofobia, amparados en el Génesis 9, versículo 27, como si la Biblia hubiera nacido de un huevo de araña. Lo que más me gusta de Estados Unidos es la lucha de los negros por los derechos civiles y la historia del jazz como voz desesperada y sobreviviente. Y su arte independiente de las cadenas de montaje. Que en su industria cinematográfica es escaso, comparado con las toneladas de celuloide para olvidar, receptoras del extraño perdón del dinero sin embargo. En este momento los agentes del F.B.I nadan en barro frente al Ku Kux Klan y el develamiento del crimen de los tres chicos defensores de los derechos humanos parece cerrado por falta de pruebas e irresoluble. El agente Anderson acaba de exprimirle los huevos a Frank Bailey, en un envión delicioso y catártico. Cuando hay propagandas lo paso a “Arts”, el canal canadiense sólo de clásica. Allí un concierto a blanco y negro, antiguo quiero decir, dirigido por Von Barajan (o Carajan, el carajo pro-nazi) con la Filarmónica de Berlín: el finalle alegro presto de la Quinta de Bethoven. Poderse evadir de la publicidad perversa con ópera o una rapsodia es una suerte. Definitivamente la publicidad de los canales privados sin alma (o sus pares estatales de alquiler) en el capitalismo desalmado es una neurotoxina de nuestro tiempo. Casi insoportable por sus excesos, sus estupideces, su impudicia; revulsivo que hace botar una baba fucsia y tonta. Sin embargo hay canales en los que uno acepta la publicidad. Porque es arte. Porque la merecen. Porque son respetuosos. Me refiero, por ejemplo, a “National Geographic” o a “Discovery Chanel”. No se evade la hora de la publicidad por agradecimiento con la calidad de programación, por su mesura, por su compasión. Y porque no embuten al televidente, como en un molino Victoria, con mugre barnizada, desmanes bacteriales ni desverguenza. Gracias Canadá por “Arts”. Gracias Allan Parker por “Misisipi”. Mi tributo es conseguirla, prestársela a mucha gente, para contribuir a que se haga coro como los negro espiritual.

2
Casi una ironía que no se aleja de la verguenza es que Telecafé no registre un programa dedicado sólo a la literatura y el arte. No de Telecafé sino de todos. Por culpa de ese vacío no contamos hoy con un video de Carlos Héctor Trejos leyendo su obra. Nuestro valioso, consagrado y hombre limpio Carlos Héctor. Qué consolador sería poder verlo en una grabación dedicada a él, sólo a él durante media hora, digamos. Pero no. Ese vacío no ahorra el silencio y ejercita en la tormentosa facultad de ignorarnos en lo que finalmente quedará. Helada y perversa autoridad deniega la memoria fílmica de nuestra cultura. ¿Quién será el quimérico que lo haga? Para que quede el registro de los otros que seguirán yéndose. Para que difundamos la literatura, para que dilatemos el alma, y que la esperanza deje de ser una tenaz polilla mecánica.

3
Debe hacer mes y medio que vi “Gallego”, la excelente película sobre la inmigración de esta franja española a la Cuba del XIX. Ahí auténtico sabor a sangre de España. No como en otra que vi dos años atrás, demasiado norteamericana para no ser en alto grado ajena. El camino es otro. Entiendo que los españoles son conscientes del conflicto que representa la europeización para su propia identidad (y la indirecta y a veces directa, norteamericanización), sostenida con vigor en caminos como el de la literatura.
La vi en “Cine latino”. Me gusta porque es un retrato de los muchos que conforman la fundación de Latinoamérica. Este canal debiera casi que programarse por ley. Ahí vemos lo que hemos sido, lo que no, lo que podemos ser, lo que debemos. Nuestro gran problema, en el caso colombiano, más que la dependencia económica en relación con los Estados Unidos, es el forzozo transvasamiento cultural devenido paralelo. Que nos puede hacer perder el rostro, ya bien desdibujado. Que nos puede enterrar el alma, ya bien torcida. Con omisión de su arte, de su ciencia, qué más nos puede aportar Estados Unidos que una tradición de xenofobia, de sicópatas, de asesinos en serie, de doscientos mil muertos en accidentes automovilísticos por año.
La cultura española es mucho más antigua que la norteamericana, la latinoamericana de igual edad. Es bueno pensar en la necesidad de continuar siendo nosotros. Tiene que ser evitable que en el contacto con el vecino aprendamos sus virtudes y también sus vicios en brutal condena.

4
En los cuarenta años que llevo vividos nunca había padecido un invierno de estos. Ya llevamos seis meses continuos y despiadados de lluvias. Y va para largo. Se dice que extenderá sus garras de nubes otros tres meses cuando menos. O será que sí los he vivido pero no los recuerdo. O nunca fui consciente de ellos. Recuerdo la infancia. La lluvia era un espectáculo. En una borrasca famosa en Santoral en el sesenta y cinco, que arrastró mesas de carnicería de la plaza y derribó dos madroños y un mango del parque y volteó furiosa un Willis 54, estuve fascinado; el miedo no era componente de la receta. En cambio el vendaval de hace tres días, que iba a arrancar las ventanas y finalmente no las arrancó, me puso nervioso y fuera de mí. Pero sobre todo este invierno torrencial parece hecho para que yo sufra con sus agujas de frío y la humedad que traspasa la suela de los zapatos y esta sensación trasferida a lo espiritual de que el sol viene con ímpetu burgués a decir: existo pero mi calor no es para usted y no puede comprarlo. Tener cuarenta años, o ser esa cosa que llaman adulto, es también haber alcanzado una ardorosa, diligente y masoquista capacidad para percibir los inviernos.

5
El poeta no es el que se defeca en la mitad del camino. Es el que ve la defecación en la mitad del camino que no ven los otros.

6
Más importante que el valor de la crítica hecha por el poeta es constatar que no es insensible frente a la necesidad de hacerla. Su ausencia generaría sospechas sobre su poesía más que sobre la propia capacidad crítica.

7
Sucede en todo lector que algunos libros que le parecieron buenos al principio de su vida le parecen malos al final y que algunos que detesta en los años calvos hubieran sido juzgados fabulosos en su juventud. “Este le gustaría a mi hijo”, se dice. Sentirá el deseo de coser a su pecho los libros que al comienzo despreció. Después de tales inversiones seguramente ya se habrá agotado el tiempo para pensar otra cosa respecto a ellos y, en general, sobre cualquier otro asunto.

8
La poesía cumple una función social.
Y una función epistemológica.
Y una función ontológica.
Son las mismas de la poesía todas las funciones de la materia y del espíritu.
¿El circo divierte? También la poesía.
Agrieta la poesía como la visión del cadáver cerúleo de un motociclista, con un charco rojo junto a la cabeza, a las nueve de la mañana en la carretera a Pereira, rumbo a Cartago.
Todo lo brinda la poesía. Todo está en sus entrañas.
Digamos para ella lo que Valery (en “Tel quel”) de la pintura en particular: que su objeto es indeterminado, es decir, infinito en sus posibilidades.

9
Todo es cuestión de tonos. Son infinitos. Sólo que los sentidos o el lenguaje son insuficientes para percibirlos y para nombrarlos. La muerte es la suma de todos los tonos. La vida es uno de ellos. Al arte impide que todos los tonos vayan al esófago de la muerte. Le arranca tonos ocultos.

10
Los llantos del amor que me produjeron risa. Las risas del amor que me produjeron locura. Las muertes del amor que me produjeron vida.

11
Quería ser viejo para que fueran creídas mis palabras. Ahora que lo soy no tengo interés en decir nada. Inútil sabiduría de verdades, atenderla equivale a no vivir.

12
Estoy exactamente a doscientos cincuenta pasos de la felicidad. Eso si no se ha cambiado de casa. No he podido llamarla porque tiene el teléfono cortado por falta de pago. No sabía que a la felicidad la afectaran problemas económicos. ¡Es tan etérea! Anda siempre entre las nubes. Su cuerpo es tan poco de este mundo que dice que nunca hará el amor conmigo. A menos que me case con ella. Le digo que la invierto y pierde así toda su belleza, que el amor es justamente redimir a una puta o prostituir a una santa. Que sólo ese proceso funciona. Me pregunto y me pregunto si la felicidad tira pedos. En ese caso la abandono de una vez y me enamoro del dolor.

13
Muchas veces me pregunté qué es ser hombre. Para responderme estudié la piedra. Para hallar la piedra más profunda fui un ahogado.

14
Estoy en una edad difícil. Se me confunden a veces los nombres de los poetas con los de los futbolistas. No recuerdo por ejemplo en este momento si Euclides da Cuna fue un vanguardista antropófago o un goleador del Botafogo. Iré a la enciclopedia. A veces olvido el teléfono de mi casa. No logro recordar el color de mis calzoncillos puestos. No me reproches que te ame desde lo alto. O que la vida haya hecho de mí lo que hacen las furias con las piedras del río.

15
Nunca tuve animales porque me enseñaron a odiar la exogamia de la mayoría de ellos. No soy un primitivo y siento que vivo como tal. Busco y busco la edad media para caminar desnudo.

16
Habían más burdeles que farmacias. Habían más burdeles que panaderías. Habían más burdeles que escuelas. En las farmacias ofertaban whisky con barbitúricos. En las panaderías pasteles de ron. En las escuelas chicha de corteza de piña con cerveza. En realidad hablamos de una ciudad que era un burdel con dependencias menores.

17
Me hieres con agujas de nube. Tejes mi amor con almas de gusanos, con cisnes que festejan arrojándose al agua desde uno a otro de mis ojos. Por donde andas siempre dejas olvidada la sombra de una hoja desconocida. Cuando me besas los cocodrilos piden silencio y los grillos se arrancan las antenas y hacen una pira y danzan alrededor.

18
Los enamorados se miran largamente. Intercambian agua los primeros minutos en chorros transparentes y ondulantes. Luego el agua cumple su ciclo y se convierte en alcohol. Después los enamorados se desnudan y al rozarse explotan en llamas.

19
Delirium traemens. Cientos de ratas te muerden y tú estás congelado. Después de llenar sus panzas miran al cielo. Delirios menores. Un pájaro azul pasa volando: la flor de Novalis con alas. Facilis est descensus averno. Sobrio como una lápida, alguien danza en los jardines de la leucemia.

20
Madre, me lavo los dientes con cerveza, eso dice mi mujer. Afeitarme es una tortura, me corto, me traiciona el pulso y eso que bebo sólo mi ración indispensable. Hay una ciencia que estudia la elaboración de los vinos, se llama enología. Esa debió ser mi carrera. Pero ya no estudié ni estudiaré. Soy la pobre estrella del sermón de un cura senil sobre la bebida. No alcanzo a ser una parábola. No sé si todavía soy un hombre. Madre, reza para que no me atropelle un auto.

21
(Medieval)
Hecho de los tiempos en los que bailar desnudo era cosa sólo de putas. En que ni siquiera las putas bailaban desnudas. De erecciones por besos en la mejilla.

22
Amo el papel. Amo el corazón del papel. No escribo. Voy al papel con una daga y busco su corazón. Es el centro el fluctuante lugar donde habita, mínimo Teseo oculto en el laberinto de la hoja. El ha matado a mi padre y voy en busca de venganza, con la tinta-mandíbula lo hiero. Sangra y se esparce el achiote en la hoja. Me he saciado. Está moribundo. No por compasión le doy primeros auxilios. Lo salvo. No puede morir de una vez. Debe ir mil veces su alma al borde mismo del vacío. Hago letras con las manchas de su sangre. Dibujo vida. Dibujo muerte.