viernes, 30 de agosto de 2013

Como si no terminara pero sin poder negar que se termina. Por Flóbert Zapata


 


I

Viernes 29/ago/2013 9 a.m.

Me encanta el género del cuento, la novela también pero no tengo tiempo, sabemos bien los que pasamos de cincuenta que hay que dosificar el tiempo porque en cualquier momento podemos morir, sabemos bien los colombianos  que en cualquier momento nos pueden matar, aquí donde la sumatoria de los que matan o han matado arroja una cifra mayor que la de los que no han matado, aparte de eso los transgénicos causantes de mil enfermedades, los venenos que Monsanto obliga que le echen a los cultivos que comemos, los antibióticos que le aplican a los animales y que producen diabetes, las hormonas que le aplican al ganado y que a través de la leche y de la carne producen cáncer de mamá y de próstata, sería eso lo que te mató Duván Giraldo, ¿tomabas mucha leche?, sería eso lo que te mató Carlos Eduardo Espinosa, ¿comías mucho queso?, sería eso don Antonio Marín,  sería eso… Sin embargo tengo en turno tres novelas de tres amigos viejocaldenses en lista  y Babbit, la primera de Sinclair Lewis, del que quiero leer más, y Manhatan Transfer, tantas veces aplazada, y Jack London y Ambrose Bierce, lo de guerra suyo, y William Faulkner y Germinal de Zola, que ya tengo en el lector electrónico, según consenso la más grande novela francesa...

Había oído hablar mucho de Roberto Bolaño pero me rebelaba porque hay tanta mentira, tanta prefabricación, tanta cosa alabada, tanta cosa premiada que se queda en el vacío, pero en Roberto bolaño encontramos la pura y total negación de la mentira y del vacío.   En facebook encontré el link 18 cuentos de Roberto Bolaño para leer online, gracias J.J. Guzmán Abella,  e imprimí dos, que no leo en pantalla para cuidar lo que me queda de vista: El Ojo Silva, que en errata mental leí El Ojo de Shiva e iba a cambiar por otro, no porque no me guste Shiva, que necesito conocer lo hindú, y El gusano, que tenían que ser, como me paso con Aceite de perro o geniales o basura, nunca término medio.

Se habla mucho sobre qué es un buen cuento. Un buen cuento es simplemente el que queremos que no se acabe porque sabemos que se va a acabar pero queremos que se acabe para comenzar otro del mismo autor. Un buen cuento es el que no tiene vacíos de ritmo, no se da ese lujo, no se da lujos. Un buen cuento es el que nos invita a la biografía del autor sin ínfulas ni complejos de ningún tipo. Un buen cuento es el que no deja el más mínimo sabor de artificio ni en el lenguaje ni en lo contado, por lo que nos mete su creatividad como el aire se mete por la nariz. Un buen cuento es el que sabe que tiene un lector al frente, el mismo autor,  y no un crítico literario, cuando tantos escriben pensando en el crítico literario, en la autoridad, en el profesor de universidad y no en ese lector, pensando en el serio ensayo en vez de pensar en la sonrisa de gratitud por un rato ameno, si lo ameno crece en lo interesante y lo interesante crece en la lucidez.  Un buen cuento es aquel que cuenta bien y de ese contar bien hace nacer lo que llaman estilo, si el estilo no se reduce a disfrazadas variaciones de técnicas de otros, o sea que habla una voz propia, una voz no buscada sino que explota como un volcán. Por este despeñadero se van el 50 por ciento de los poetas colombianos, aquí se determinó cómo se escribe bien poesía, lo que da por resultado un inmenso coro monótono. ¿Y qué es contar bien? Sobran los discursos, cortos de todos modos porque a cada escritor corresponde uno, léanse un cuento de Bolaño y se sabrá qué es contar bien al estilo Bolaño, como Cortázar contó al estilo Cortázar, como... Un buen cuento es el que no deja ver la fastidiosa pretensión de inmortalidad sino sólo el deseo de revelarse, sin trampas, sin secretos. Todo esto lo sentí en Roberto Bolaño.

También nos preguntamos qué es un gran escritor. Tengo la sensación de que todo lo que coja de Roberto Bolaño tiene la misma calidad, eso es un gran escritor, el que ya no puede escribir mal, el que ya no puede caer después de llegar a cierta altura. Un gran escritor es el que despierta en uno la fe, el que lo pone a uno a hablar de él como si lo hubiera leído todo sin haber leído sino dos cuentos. Hay además en Bolaño algo que no podría llamar sino retórica coloquial, o sea un coloquialismo con sabor a fuente de agua virgen, una estética natural, y un amor por la realidad que lo lleva a uno a la irrealidad. Qué buen escritor Bolaño, tienen razón los que lo promueven.  

 

II

Viernes 29/ago/2013 7 p.m.

Quise leer otro cuento de Bolaño, oh, ansiedad ciega que desea la afirmación serena,  o tal vez empuje de la cábala del tres, en lo que no creo, no tengo tendencias ocultistas, y Bolaño tampoco, hasta ahora, pero por decir algo, avergonzado luego de los resultados, contento. No pensé para escoger, como con los dos anteriores ayer, de los que incluso miré el principio, había pisado la tierra de su grandeza y me quedé con Sensini, el que seguía. Qué buen título, así,  Sensini, corto, que leí  por ello en pantalla, terco,  aunque dejé impreso para mañana Últimos atardeceres en la tierra. Cuando un escritor le gusta a uno cualquier título le parece genial, Dentista, Jim, El retorno, el título ya casi no importa, termina siendo necesario sólo para la distinción, está en ese punto en que lo que quiere es ese autor, lo que venga, se ha hecho devoto, devoto de un dios que no falla.

Sensini trata de un escritor argentino exiliado en Madrid, un cuento sobre literatura, para escritores o para quienes quieren a los escritores, para quienes quieren saber del sufrimiento de los escritores. No hablaré de él, de sus maravillas, de sus maravillas humanas, no quiero hablar largo, es de noche y estoy cansado, pero un apunte me domina. Terminar un cuento tiene su arte propio, qué asunto inagotable el arte, me refiero a los últimos renglones, y con la manera de Sensini puedo decir que encontré en él, como había empezado a intuir en los otros,  una de las respuestas a cómo terminar un cuento:  como si no  terminara pero sin poder negar que se termina.

 

III

Dos citas de Roberto Bolaño en el cuento Sensini y el link

“Vivía, no tardé en comprenderlo, en la pobreza, no una pobreza absoluta sino una de clase media baja, de clase media desafortunada y decente”. Roberto Bolaño

“En el ínterin recuerdo que escribí un poema muy largo, muy malo, lleno de voces y de rostros que parecían distintos pero que sólo eran uno, el rostro de Miranda Sensini, y que cuando yo por fin podía reconocerlo, nombrarlo, decirle Miranda, soy yo, el amigo epistolar de tu padre, ella se daba media vuelta y echaba a correr en busca de su hermano, Gregorio Samsa, en busca de los ojos de Gregorio Samsa que brillaban al fondo de un corredor en tinieblas donde se movían imperceptiblemente los bultos oscuros del terror latinoamericano”. Roberto Bolaño

18 Cuentos de Roberto Bolaño para leer online


 

 

 

© Flóbert Zapata, agosto de 2013




 
 

 


jueves, 29 de agosto de 2013

No valen nada. Por Flóbert Zapata

(Fotografía: Muro frente al colegio Los Ángeles)


Todos somos hijos de campesinos, todos venimos de campesinos, en los antepasados de toda persona hay campesinos, las ciudades tienen fecha de nacimiento y antes de ellas sólo existía el campo, llevamos el campo en los genes, llevamos un sombrero raído en los genes, llevamos una ruana o un poncho en los genes, llevamos uñas untadas de tierra en los genes, llevamos un azadón en los genes, el que desprecia al campesino se desprecia a sí mismo, desprecia a sus antepasados, desprecia la especie y desprecia la patria.

Hace mucho tiempo que los campesinos colombianos aguantan hambre, que sacan sus productos a la venta y no valen nada, que viven endeudados, que tienen que vender su parcela por cualquier cosa y largarse, cuando no los echan a plomo para quitársela. Terminan viviendo en pequeños cajones en las ciudades en las que no hay empleo pero sí facturas que pagar y el resto lo sabemos, la degradación, más calderas para el infierno.

Hace veinte años los alumnos de la Concentración José María Córdoba de Neira llegaron como de costumbre a las siete de la mañana a clases desacostumbradamente cargados de naranjas. ¿Por qué? Un campesino había sacado su cosecha de naranja para vender en la Galería pero no le daban nada por ella, no le daban ni para pagar el transporte, entonces indignado destapó los costales y la regó en la calle.

Esta semana estuve en la finca de mi cuñado en Neira, me cuenta Dora X., y había mucho maíz en mazorca y nos dijo Coman como un  hijueputa, coman lo que quieran y lleven que eso no vale nada, eso se pierde. Ni lo saca porque no le ofrecen nada por él y vaya uno a la tienda a comprar maíz y se lo venden bien caro.

¿Por qué esta situación? Porque el gobierno tiene que comprarle a los países ricos sus excedentes, aunque aquí las cuentas se descuadren, no les importa sino cuadrar las cuentas de ellos, tiene que importar maíz, tiene que importar arroz, tiene que importar harina de trigo, tiene que importar algodón, tiene que importar de todo, hasta naranjas de los Estados Unidos traen, cómo les parece, naranjas, que aquí se dan cual maleza, vi melones de Inglaterra en Carulla, estamos fritos, tiene que importar lo que le ordenen,  y cuando el campesino va a vender le ofrecen miseria, si le ofrecen, porque como ya tienen tanto para qué mas, de ese tamaño. Y digo tiene porque es así, el gobierno recibe órdenes desde afuera, gobierno como uno creería no hay ya, nuestro presidente es una especie de subdirector, para decirlo claro.  Al principio Canadá, los susodichos y los otros europeos venden baratísima la avena, por poner un ejemplo, a mitad de precio de la colombiana, entonces los cultivadores colombianos quiebran y dejan de cultivarla, como ya no hay aquí tienen que comprarla allá y entonces aprovechan y la venden carísima, Dora no miente, abusan, manipulan, se llama negocio.

Despoblaron los campos, son pocas ya las casas echando alegre humo de leña, hay que hacer mucho esfuerzo para encontrar una, y en ciertas zonas no se la encuentra por más que se busque.   

Los tratados de libre comercio, ese nombre tan bonito, farsante como todo lo cruel, culpables del sistema de importaciones mencionadas antes, acabaron de empobrecer al campesino, acabaron de endeudarlo y no quedarán contentos hasta que el último campesino renuncie a su tierra, hasta que no se borre la palabra campesino del diccionario colombiano y se la cambie por la de empleado del campo u otra, como a sirvienta se  cambió por empleada doméstica.  Así lo que quede del campesino en el futuro, empleado doméstico. Simple cuestión de semántica. Y no he tocado en estas notas sino una parte mínima del inmenso problema que tiene el país que resolver y que no resolverá. Porque sólo lo haría con permiso de afuera y afuera no les interesa nuestro sufrimiento. ¿Por qué les habría de interesar?

 

La Carolita, jueves 28/ago/2013

© Flóbert Zapata, agosto de 2013


miércoles, 28 de agosto de 2013

Confiemos. Por Flóbert Zapata


Confiemos en el infierno, confiemos en que algún demonio traicionará al sistema, indignado con sus fechorías y su degeneramiento.

Confiemos en que en otro infierno a ese demonio traidor, ángel circunstancial, le darán asilo y lo pondrán a salvo.

Confiemos en que en el nuevo infierno un camarero no le ponga bacterias al delicioso jugo de fresas que bebe una animada tarde de sol sobre la nieve violentamente igual a la vida.

Confiemos en que algún día no pasamos más  de un infierno a otro.

Confiemos en que los infiernos tienen fin.

 

 

Confiemos en el infierno,

confiemos en que algún demonio

traicionará al sistema,

indignado con sus fechorías

y su degeneramiento.

Confiemos en que en otro infierno

a ese demonio traidor, ángel circunstancial,

le darán asilo y lo pondrán a salvo.

Confiemos en que en el nuevo infierno

un camarero no le ponga bacterias

al delicioso jugo de fresas

que bebe una animada tarde de sol sobre la nieve

violentamente igual a la vida.

Confiemos en que algún día 

no pasamos de un infierno a otro.

Confiemos en que los infiernos tienen fin.

 

 

La Carolita, martes 27/ago/2013

 

© Flóbert Zapata, agosto de 2013

lunes, 26 de agosto de 2013

Un vivo fervor. Por Flóbert Zapata Arias


Le comenté a F. V. C.  que la Casa de Poesía Fernando Mejía Mejía había sido tan grande como es el Festival Internacional de Teatro y agregó: “Y más grande porque dio poetas, en cambio el Festival no ha dado teatreros”. La razón estriba en que la Casa funcionaba como una escuela permanente y el Festival funciona como un evento puntual.  Sin embargo, o por ello, la Alcaldía y la Gobernación, sus sostenes, le quitaron todo el apoyo para que muriera. Si al Festival le sucediera esto mismo, con o por la buena salud de que goza, Manizales en materia cultural se parecería a un campo después de la batalla. Todo ha desaparecido o ha sido diezmado,  excepto alguna institución que apenas sobrevive. A la gloriosa Imprenta Departamental, que cuento como uno de mis lugares míticos, nada la reemplazó ni nada quiere reemplazarla como prometieron. Entre ellos los hijos y los nietos de la Casa, los escritores andan por la Veintitrés con el libro bajo el brazo sin opciones, y se sabe que un refuerzo oportuno puede potenciar una vocación para siempre.

Focos mínimos autofinanciados por los escritores y la labor de uno que otro profesor y una que otra profesora en las aulas secundarias y universitarias hacen resistencia para que la literatura no desaparezca como práctica viva común y quede relegada a la práctica histórica e individual, coherente con su sociedad en ruinas por los efectos de un neoliberalismo de fiereza antioqueña en sus últimas administraciones. Por algo llaman a los antioqueños los gringos de Suramérica; aunque no sobra aclarar que esta alusión no va dirigida a todos sino a quienes manejan el billete grande por encargo o lo poseen. Los hechos hablan más que las palabras: el último censo arrojó una merma de la población en Caldas, lo que significa que la gente se está yendo por falta de oportunidades y de felicidad. Los lugares públicos y privados comienzan a utilizar el alambre que corona los cercos de las prisiones, llamado alambre de cuchillas, al frente de la mía lo llevan tristemente la casa de doña L. D., porque se le treparon por la terraza, y  la guardería Angelitos, a la que no le bastó el sistema de alarmas. En Bosques de Norte a una alumna de A.L. le mataron el hermanito. En visita domiciliaria la profesora conversaba con la madre mientras la alumna planchaba y oía, tan atenta que en un descuido se pegó un quemón tremendo en el brazo. Entre la mezcla de los gritos y los llantos la profesora le pidió a la madre una papa. Profesora, no hay papas, respondió la mamá. Tráigame pues la crema dental, replicó la profesora. Profesora, no hay crema dental, volvió a responder la madre. Miles y miles de caldenses se están muriendo de hambre. Cunde la desesperanza, por eso hoy en las elecciones para gobernador la abstención llegó al 70 por ciento.  

Manizales es hoy un Medellín pequeño como Caldas es una Antioquia menor, lo que se asevera en el hecho de que la última propiedad que falta por poner en venta es la Industria Licorera de Caldas, sabido ayer en la sala del Hotel Soratama que La Patria pertenece al mismo grupo económico dueño de La Tarde. Al quedarse uno sin nada ha perdido la voluntad y la manija, algo así como montar en un vehículo conducido por control remoto sin que se nos pregunte a dónde queremos ir y sin que podamos sugerir nada. Sin embargo Manizales, debilitada su personalidad, en materia de cultura no copia o no obedece a Medellín, hervidero estético sin comparación en Colombia, capital nacional  del goce colectivo simbólico, la otra cara de ese mundo ceniciento que no se cansa de repetirse en noticias como la de esta semana, en la que encontraron asesinadas a una mujer y sus dos hijas en el interior de una vivienda.  O esta de Q´hubo del 22 de mayo: “Autoridades detectaron una red de tráfico de armas desde Estados Unidos a Medellín. Cuatro fusiles de asalto y una pistola venían a combos de Castilla y Bello”.  

En el Viejo Caldas de la ebullición literaria se empieza a quedar Manizales con el pasado porque el presente lo ocupan hoy dos ciudades, Calarcá y Pereira, la primera con su portentoso Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales y la segunda con el Festival Internacional de Poesía Luna de Locos, que se consolida como el segundo del país después del Festival Internacional de Poesía de Fernando Rendón y Gabriel Jaime Franco. Más que por las banderas, habidas también en otros, que los hace  una especie de cercana y múltiple Naciones Unidas lírica, porque en los colegios, en el Banco de la República, en la Universidad Tecnológica, en Quinchía, lugares donde integré el grupo de poetas lectores, y en los otros igual según relatos, se siente, se palpa, se respira, un vivo fervor, una expectativa, un ánimo creciente, un sustento, una siembra afortunada y feliz.

La Carolita, domingos 25/ago/2013

 

© Flóbert Zapata, agosto de 2013

 
 

 
 
 






miércoles, 21 de agosto de 2013

Coplitas. Por Flóbert Zapata

(Foto: Manizales)


LO DEMOSTRÓ SALAMANCA

Para matar sin castigo,

lo demostró Salamanca,

hay que tener mucha plata

y tener mucha palanca.

 

Nacemos y nos morimos

con esta ley soberana:

la justicia, si la hay,

es sólo para el de ruana.

 

La justicia para unos

inventa y no inventa nada,

felizmente para otros

la justicia está inventada.

 

Fabio maneja su Audi,  

borracho cual lord inglés,

colisiona con un taxi

y qué tragedia después.

 

Ciento cuarenta kilómetros

de hambrienta velocidad,

ciento noventa y seis metros

avanzó la tempestad.

 

Dos cadáveres recoge

la confusa madrugada,

doce de julio contuso,

amargo de sangre helada.

 

Duelen igual las dos tumbas

si en ella hay ropavejeras,

las tumbas que ocupan hoy

dos muchachas ingenieras.

 

Una llamada Ana Torres,

la otra Diana Bastidas;

eternidad, oh, fetiche,

que mata con embestidas.

 

El que conducía el taxi

se llama Holman Cangrejo,

para la jueza del caso

se llama Holman Pendejo.

 

Paralítico quedó,

no le tocaba la muerte,

nadie comprende por qué,

misterios tiene la suerte.

 

Sin rasguños, dos semanas

se nos fue Fabio de clínica,

unos ven la realidad

mientras otros ven la mímica.

 

No hay nadie que en el guayabo

no sufra de estrés agudo,

la vida en todos los casos

sufre la ley del embudo.

 

En tiempos ya muy antiguos,

para la Ley del Talión

sería un mal chiste, Fabio,

eso de  pedir perdón. 

 

País que ama la tragedia,

país bebedor de llanto,

a veces nos preguntamos

por qué te queremos tanto.  

 

*

UNITED BARRIOS

 

Conocí a unas maestras

todas en trance de rito,

me acerqué más para ver

y era un Opus Dei chiquito.

 

Les encanta la morcilla,

odian toda librería,  

de espíritu semejante  

se hace su pedagogía.

 

Cada una en su salón

tiene una republiqueta,

oh, gobierno despiadado

de generales con tetas.

 

Martirizan a los niños

y se quejan de sufrir, 

con esto está dicho todo

y ni para qué seguir.

 

La Carolita, viernes 16/ago/2013

 

 

© Flóbert Zapata, agosto de 2013

 


lunes, 19 de agosto de 2013

GALLETA. Por Flóbert Zapata Arias



De que estás rodeado de enanos no te das cuenta

hasta que dejas de ser enano.

De que te comen como a una galleta

no te das cuenta hasta que dejas de comérselos

a ellos como ellos te comen.

Yo era pequeño, pequeño, ¡qué pequeño era!

Y me hacían creer que era grande

para que fuera más pequeño.

¿Soy grande ahora? No, ser grande representa

la más estorbosa y repulsiva manera de ser pequeño.

Soy, simplemente.

Odiar es vestirte de mercenario

y el mercenario tiene por misión robar, violar y matar.

Dejas de ser mercenario y dejas de ser enano.

Dejas de ser enano y dejas de ser galleta.

*

De que estás rodeado de enanos no te das cuenta hasta que dejas de ser enano.

De que te comen como a una galleta no te das cuenta hasta que dejas de comérselos a ellos como ellos te comen.

Yo era pequeño, pequeño, ¡qué pequeño era! Y me hacían creer que era grande para que fuera más pequeño. ¿Soy grande ahora? No, ser grande representa la más estorbosa y repulsiva manera de ser pequeño. Soy, simplemente.

Odiar es vestirte de mercenario y el mercenario tiene por misión robar, violar y matar.

Dejas de ser mercenario y dejas de ser enano.

Dejas de ser enano y dejas de ser galleta.

La Carolita, sábado 10/ag/2013

 

© Flóbert Zapata, agosto de 2013

El marido. Por Flóbert Zapata

(Obra de Gabriel Posada)


Hoy cumplo cincuenta y cinco años, estoy vivo y basta; no me afectan la envidia, el olvido y los infundios; sobrellevo la pensión de hambre y las enfermedades de la edad, porque estoy vivo y basta.

Las tumbas de los cementerios están llenas de hombres asesinados impunemente por sus esposas a través de los alimentos y mil sutiles métodos.

Duermo solo en una buhardilla por temor a que mi esposa me ahorque dormido pero he detectado en las vigas de madera cierta fatiga artificial causada con intenciones negras.

Reviso bien las escalas al bajarlas porque una vez encontré jabón líquido transparente en una de ellas, ¡Un olvido, amor, perdóname!

Mi mayor triunfo será verla morir primero, leer su nombre en el panteón de las fracasadas en el sagrado cumplimiento del deber.

El principal reto de un marido es no dejarse matar.

La Carolita, miércoles 14/ago/2013

 

© Flóbert Zapata, agosto de 2013