martes, 6 de agosto de 2013

UN POEMA DE FERNANDO VALLEJO. Por Flóbert Zapata Arias


Fernando Vallejo, mi compatriota en la miseria y la infamia médica de la amigdalectomía, se revela un conservador declarado e iterativo en Los días azules, un conservador que odia por parejo a los liberales y a los Papas, como hay católicos que odian a los miembros del Partido Conservador. Admira devotamente a Laureano Gómez Hurtado, por lo que en algún aspecto entra en contradicción al confrontar a Álvaro Uribe Vélez; a estas relaciones nos gustaría oírlas noveladas porque cada vez las toca de paso. Sectas bélicas criollas aparte el escritor observa siempre el deseo de justicia y heterodoxia sexual. Se le endulza el alma cuando recuerda a un abuelo, a una abuela, a José Asunción Silva, a Rufino José Cuervo, a Porfirio Barbajacob, a su católico padre, senador, ministro y maestro político suyo. Detesta a dios, a los salecianos, a la policía, a la paridera, a la marihuana, a la ley y a los pobres, en su léxico camajanes, a los que una vez les repartió en sueños mangos jugosos y rozagantes previamente inyectados con dos o tres gotas de piroarseniato de sodio. Los otros centros de amor son los perros, con los que convive, a los que les lava con cepillo los dientes cada noche, por los que ha hecho demasiado, hasta donar grandes cantidades de dinero a fundaciones dedicadas a su redención, soñador de un paraíso para ellos. Al resto de los animales los canoniza haciéndose vegetariano. Animado por una visión científica de la vida, le pertenece esta frase de fondo pacifista: “Los héroes de fusil y granada me causan horror”. Afortunado su tocayo y paisa también Fernando González Ochoa, el de Mi Simón Bolívar, el de Viaje a pie, de tener un admirador como Vallejo y afortunado Vallejo por no perderse el torrente de este librepensador; hubieran sido grandes amigos, nunca hubieran reñido, cierta grandeza no riñe con cierta grandeza por más que provengan parcialmente de polos opuestos.  

El gran valor de Vallejo se construye en su decisión inalterable de no guardarse nada de lo que siente y piensa y de vomitar el asco que le produce la contradictoria y confusa sociedad en la que vivimos, vómito que a algunos les gusta y al que otros le atribuyen propiedades curativas. Su literatura de naturaleza ágil y nueva como un púber asciende desde la conciencia desnuda y crítica en un mundo donde dominan el pensamiento privado y el pensamiento íntimo, lo que lo hace entrar en la galería de las grandes ovejas negras colombianas, las poseedoras del don de dividir a la sociedad en dos mitades exactas, cuyos símbolos mayores son los citados Fernando González, Porfirio Barbajacob y José Asunción Silva, y Julio Flórez, José María Vargas Vila y Gonzalo Arango, que en su equivalencia en Estados Unidos recuerdan a Edgar Lee Masters, Jack London, Sinclair Lewis, Henry David Thoureau, Emerson, Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce, entre tantos. Aunque declara muerta e inútil la poesía, le recuerdo este antológico poema suyo.

 

PUDO HABERSE CAMBIADO MI RUMBO

1

(Oración)

Rosa de los Vientos: ruega por nosotros.

Mar de los Sargazos: ruega por nosotros.

Lobreguez de la Tarde: ruega por nosotros.

Tumba del Día: ruega por nosotros.

Túnel de la Noche: ruega por nosotros.

Sombra de las Sombras: ruega por nosotros.

Puerta del Infierno: ruega por nosotros.

Senda del Vicio: ruega por nosotros.

Caverna del Odio: ruega por nosotros.

Fuego de Sodoma: ruega por nosotros.

Caída de los Ángeles: ruega por nosotros.

Carro de Fuego: ruega por nosotros.

Sepulcro de los Vivos: ruega por nosotros.

Paso de la Muerte: ruega por nosotros.

Sello Infernal: ruega por nosotros.

Esperma del Averno: ruega por nosotros.

Barca de Caronte: ruega por nosotros.

Bruma del Orco: ruega por nosotros.

 

2

(Violencia del Cincuenta)

Humilde labrador de los campos,

siervo de la gleba, cortador de caña,

desbrozador de montes, limpiador de maleza,

el machete se levantó enfurecido

porque le había llegado su hora.

En el corazón del monte, en la ceguedad del odio,

en el rugir del viento, Amo de los Caminos,

Dueño de la Encrucijada, Violador de la Noche,

deja oír tu timbre metálico que ya la noche enmudece.

Deja ver tu brillo partiendo la luna.

Machete de filo y sangre, machete de sangre y muerte,

Alma Negra, Sangre Negra, Capitán Veneno,

Cortador de Cabezas, Rey del Reino de Thánatos,

Señor de Colombia,

¡Álzate!¡Levanta mi brazo que voy a matar!

 

3

(Dios)

¿También estás aquí en este pequeño cono

que le da su nombre a las coníferas?

¿Y en el interior de las paredes de tapia

donde viven los alacranes?

Si en todas partes estás no estás en mí:

Tú eres la luz, que es un desorden;

yo soy la estática oscuridad.

Manda un rayo ahora de tu omnipotente cielo

que me destruya, de suerte que la suprema prueba

de tu existencia sea mi odio.

 

4

(Ella)

El amor, avispa de insidioso veneno,

volvió a enterrarme su punzón.

Era una chiquilla de bucles de oro que tenía

un gato negro que se llamaba Chopin.

Quedó mi amor circunscrito a la foto

de una chiquilla que se fue decolorando, marchitando,

como una flor dejada en la tumba de Chopin,

y a los once compases adoloridos de una sonata.

Una remota mañana de diciembre,

y en un corredor campesino unas muchachas…

Leyendo hoy el pasado con la fluidez

del libro que está escrito,

advierto que sólo esa mañana,

en el corredor de esa finca de esa carretera

pudo haberse cambiado mi rumbo.

En una encrucijada polvosa,

en un cruce absurdo de caminos, descubro

una opaca mañana de diciembre a la fortuna,

jugándose a los dados con el viento mi destino.

Por la mañana opaca y polvosa,

con el estorboso fardo de mi amor a cuestas

camino de regreso a casa;

y como un mendigo borracho con un costal de basura,

lo voy regando a lado y lado de la carretera.

 

Sábado 3/ag/2013

 

© Flóbert Zapata, agosto de 2013