domingo, 29 de abril de 2012

TU CASA EN VENTA. Por Flóbert Zapata

                                                      (flores de plástico)

No estás muerto, Henry, no tienes sesenta y cuatro años sino siete. Se trata de un juego. No duermes en un ataúd sino en un escaparate viejo. Los velones, esos sí son reales, los encendimos con fósforos El Rey. Nosotros somos los que no estamos vivos. No te diste cuenta cuando morimos por tu profundidad, obediente al libreto, gran actor por fuera del mercado. No estás muerto, Henry, despiértate, ya que  no podemos hacerlo y los velones van por la mitad. De pronto se enciende el escaparate y se quema la casa.
Manizales, 25 de abril del 2012

© Flóbert Zapata abril del 2012

RIN RIN RENACUAJO EN TINIEBLAS. Por Flóbert Zapata



Cuando los alumnos hablan, cuando uno los escucha, el mundo se mira al espejo. Ellos saben de manera natural lo que debe cambiar como los maestros sabemos de fingida manera natural, autoengañados y jactanciosos,  minoristas y herméticos, uno que otro inocente, la manera de impedir el cambio. Karime pensó que me tocaba la izada de bandera sobre el Día del Idioma y me imploró:

─Profe, por favor,  no presente Rin Rin Renacuajo, todos los años lo mismo.

Se latoseó Rin Rin renacuajo para los alumnos. Por ello lo imponemos los maestros, junto a quienes callan, como una forma de castigo a los desmanes de la poesía, o de previsión en todo caso.  

Ya sabemos de antemano lo infaltable en la programación del Día del Idioma donde se vaya: Rin Rin Renacuajo y una biografía de datos sin venas, moral y políticamente correcta y monótona de Miguel de Cervantes Saavedra,  siempre acompañada de cartulina de pliego con el retrato a blanco y negro.  La tradición que carcome, en vez del relato de la turbulenta existencia del desgraciado y encendido muchacho complutense que se atrevió a oponer la imaginación a la monarquía del estancamiento: ninguna biografía brilla menos que la brillante obra. Hablando de monarquía, cuando un súbdito padecía la sucia injusticia de un rey, o sea cuando no se podía ocultar su descalabro, lo que se aprovechaba para vender la imagen inmaculada de magnánimo,  al súbdito se le permitía golpear una estatua suya en bronce con una vara cuantas veces y con cuanta fuerza quisiera. Luego esa misma vara galopaba violentamente igual número de veces y con igual violencia sobre su espalda desde las manos del verdugo. Se buscaba con ello moderar la ira hacia el divino entronizado:
La sangre que le sacaste al rey, el rey te la saca.
Mejor golpear el bronce con espartillos y pagar con monedas que con amor.  

Rin Rin Renacuajo es un buen poema exasilábico de lustrosa versificación y admirable musicalidad. Con fallas por supuesto, como la de preguntar si se encuentra en casa el que acaba de responder al otro lado de la puerta. Que se repita y se repita habla de la estrechez literaria del ámbito pedagógico y de la negación del movimiento. Nada nos dice aparte de que los gatos comen ratones y los patos renacuajos. ¿Qué enseña? Enseña que hay que quedarse encerrado en casa para no correr peligros, para que no nos coman, según recomienda mamá rana. Pero se contradice al instante: los ratones estaban juiciosos en su casa en interesante peña cultural de guitarra y cerveza, puerta con aldabas, cuando entraron los gatos y dieron cuenta de ellos. Me pregunto si incurre en la misma debilidad la matriz del relato del que proviene, contenido en Mother Goose Rhymes.  

El mismo aristócrata Rafael Pombo, que gustaba de la guerra y odiaba al Partido Liberal, cuyas obras concedían indulgencias certificadas por la Arquidiosesis, al que algunos quieren dotar de ateísmo, desde el tamiz de la tumba parece clamar:

Rompan la engañosa rutina de El renacuajo paseador, otórguenle un descanso, por favor, permítanle caminar solo,  desobedezcan por una vez.  Este poema es traducción, recreación o versión, como todos mis poemas infantiles, producto de la mezcla de fábulas contemporáneas, clásicas grecorromanas, de todas partes, del español, del inglés, recuerden que aprendí latín en un seminario, que viví diecisiete años en Estados Unidos y que trabajé como traductor de Appleton & Co. en Nueva York . Que hice por encargo y gracias a mi don rimador, que demuestran, he ahí su mérito, como ya lo demostró la Edad Media, que de la obligación, el frenesí doctrinario y el utilitarismo pueden salir obras de algún valor mientras llega, si llega, la libertad total. Es cierto, un haz de ellas hacen parte de los recuerdos infantiles de muchos colombianos pero estoy seguro que la realidad cambiaría si no lo impusieran  en las   cartillas, los programas y las izadas de bandera de las escuelas, esos actos nacionalistas opuestos al alma de cualquier poeta o de cualquier muerto. ¿Es que no conocen La hora de tinieblas? Ella goza de menos artificio, préstamos e inmediatismo que mucho de lo otro, destila más sinceridad y agonía, sin las cuales ninguna obra reviste verdadero valor.  El mismo desanudamiento que pido para El renacuajo pido para toda mi obra. Su reticular defensoría no me hace bien. Si hay algo que vale sobrevivirá solo. Pequé de impostura e inautenticidad, continuada por los que viven de los otros como me educaron para vivir, desconocedores de la democracia que me enseñó la descomposición,  que hubiera podido conocer la carne y a lo que se opuso el rapto metafísico. Carpe Diem.

Desdichado el que nunca descubre que las cosas que deben dar vida matan. La celebración del idioma en los colegios y escuelas, y habrá excepciones, buscando exaltar a quienes han hecho grande el idioma consigue exactamente lo contrario: crear una subjetividad desinvitante. Todo ese desfile de joyas y mármoles para quienes generalmente vivieron en la miseria y la opresión, todo ese amojamamiento de diccionario para quienes si no hubieran ejercido la rebeldía nunca hubieran llegado a ningún lado, para quienes todo imperio esteriliza, para quienes nunca recibieron zalemas, logra menos efectos benéficos que una buena lectura de un capítulo de El ingenioso hidalgo, quizá esa parte en la que Sancho Panza gobernador de Barataria resuelve casos e imparte justicia o El celoso extremeño. Una buena lectura, óigase bien, esto es, a cargo de alguien que no sólo pueda desempeñarse con propiedad para trasmitir el conocimiento sino también para trasmitir el asombro. Para lo cual necesita recuperar la fe de los alumnos en él, menudo lío.   

¿Cuándo fui profesor de Álgebra desperté en los alumnos el asombro? , ¿cuándo fui profesor de Español y Literatura desperté el asombro?, ¿ahora que soy profesor primario, con once asignaturas a cargo, despierto el asombro con cada una de ellas?  Si respondiera afirmativamente ascendería de engreído menor a gran engreído. Las explicaciones vendrían largas, salto sobre ellas para invitar a que volvamos a la humildad del día, esa claridad perdida; o será al revés, a que volvamos a la claridad del día, esa humildad perdida. A que revisemos la confusa, desgastada, pobre, tediosa, usanza de celebración del Día del Idioma. A que aceptemos que daña menos la nada que lo que no alcanza a mediocre. A que pensemos que son mejores cinco minutos de asombro que  paralice y sorprenda que cien minutos de parálisis del asombro. A que evitemos el reduccionismo. A que entendamos que el arte en general, que la literatura, no necesitan otra ayuda que dejarlos fluir libremente, no entorpecidos por didactismos o moralismos,  que no debemos desviarlos sino meternos en ellos para que nos arrastre su corriente, y que si insistimos, por lo menos nos comportemos cuidadosos con la delicada materia que tratamos. A que nos hagamos preguntas y dejemos de dar tantas respuestas. Como aquella de que para trasmitir el asombro no se necesita preparación. Como la de que un cartón nos habilita para todo. Como la de que la ausencia de crítica y autocrítica merece aplauso. Como la de que cualquiera puede improvisarse en el cargo de profesor de literatura. Como la otra de que se puede hacer algo siquiera digno sin disposición de tiempo, entre la tensión, el apretujamiento y la carencia de recursos. Y sobre todo para invitar a que no sigamos pregonando que el asombro se aprende por obligación, porque nos ponen una nota, en la lectura forzada, en la atención coercida, porque nos rebajan disciplina si nos movemos mientras nos aplican la lenta inyección letal.

Mezcla de ratón y renacuajo de la época transgénica, acabo de indisciplinarme, no debo salir a la calle porque me comen los patos, aunque de todos modos los gatos tumbarán la puerta de mi casa y entrarán. A ver si me perdonan la ampliación de la apostasía los remito donde un pariente en la web: “Tormenta en el balde de mamá Leonor”, de Mauricio Pombo, nada más y nada menos que en El Tiempo.
Manizales, jueves27 de abril del 2012


© Flóbert Zapata abril del 2012

jueves, 19 de abril de 2012

UNA UTOPÍA MÁS. Por Flóbert Zapata


Si todos los compañeros de trabajo de repente se dijeran las verdades.

Si todos los compañeros de trabajo de repente abandonaran la hipocresía.

Si todos los compañeros de trabajo de repente renunciaran al secreto.

Si todos los compañeros de trabajo de repente dejaran de traicionarse.

Si todos los compañeros de trabajo de repente pararan el ciclo interminable de chismes y juicios.

Si todos los compañeros de trabajo de repente anularan el fastidio y el recelo.

Si todos los compañeros de trabajo de repente no se envidiaran.

Si todos los compañeros de trabajo de repente no acosaran, no enturbiaran, no enredaran.

Si todos los compañeros de trabajo de repente no subvaloraran al otro para brillar ellos.

Si todos los compañeros de trabajo de repente rompieran su etérea credencial de espías.

Si todos los compañeros de trabajo se limitaran a cumplir eficientemente con sus responsabilidades sin compararse con los otros ni competir.

Estallaría una guerra que lo arrasaría todo.

El universo se detendría con una interrogación.

Reconocerían que están enfermos y que pueden salir de la enfermedad.

Volverían a nacer como esas plantas que crecen milagrosamente en el desierto, como las que crecen en las rejas de las alcantarillas o como las que crecen en el polvo acumulado entre el pavimento y las aceras.

Luego quedarían desempleados porque en la sociedad en que vivimos no sirve la gente libre, sana y feliz.

Manizales, jueves 19 de abril del 2012

© Flóbert Zapata abril del 2012

LIBROS POR CENTAVOS. POR FLÓBERT ZAPATA

1

Boletín Libro No 79 El tiempo que me escribe de Affonso Romano de Sant´Anna

2

Publicamos loablemente extranjeros para que en el extranjero publiquen a los criollos que llevan tanto haciendo fila sin ser publicados aquí.

3

Un corazón grande no sabe de fronteras como las fronteras falsas no saben de corazones grandes.

4

Se acabaron los amigos y eran pocos.

5

Sentarse en posición de loto y pegarse un tiro o pegarse un tiro y que te entierren sentado en posición de loto.

6

Muchas gracias por olvidarnos mal.

Manizales, 19 de abril del 2012

© Flóbert Zapata abril del 2012

sábado, 14 de abril de 2012

ALGUIEN QUE NO SABE CÓMO SE LLAMA. Por Flóbert Zapata

Me abordó por el camino solitario un hombre que tenía necesidad de hablar. Lo escuché durante cuatro horas, me dio infinidad de datos y no me dijo nada del alma de sí mismo ni del alma de la humanidad ni del alma del dolor ni del alma de las guerras ni del alma de la enfermedad ni del alma de la muerte. Lucía impreciso, reticente, oscuro, hermético. Si le pedía que me aclarara algo lo enturbiaba más o miraba para todos lados acogotado por el miedo:
Las paredes tiene oídos.
Hablaba de mundos irreales, de seres que nunca habían existido, de historias no contaminadas por lo humano.
Cuando le pregunté su nombre me entregó un pseudónimo. Cuando le pregunté dónde había nacido calló. Cuando le pregunté su profesión me dijo totalmente sincero por una vez: Poeta.
Entonces recibí la recompensa a la fatiga, al fin encontré la esquiva definición de poeta: Alguien que no sabe lo que dice, que lo que dice lo transmite por alambiques sin fin, que titubea y titubea frente a la palabra precisa, que no habla de lo que ha vivido, que teme a las utopías y que sepan como piensa, que prefiere la metafísica a la realidad, en suma, alguien que no sabe cómo se llama.
© Flóbert Zapata abril del 2012

El verdadero lugar del corazón. Por Flóbert Zapata

Por obligación debiéramos ser felices y no tristes. Realmente por obligación somos tristes y no felices. Cuando más superficialmente felices y profundamente tristes.

Por obligación todos los seres humanos debiéramos llevar un diario impúdico. Realmente por obligación nos entregamos al olvido y al secreto. De las personas que más nos influyeron sólo sabemos lo que nos revelan las tumbas.

Por obligación todos los escritores deberíamos hacer reseñas. Realmente por obligación los escritores nos inhabilitamos para la reseña.

¿Por qué realmente por obligación? Porque fuerzas exteriores, enfermedades sociales cuidadosamente transmitidas, nos obligan mientras nos hacen creer que se trata de una autónoma elección.

El alma tiene tendencia a la felicidad pero nos hacen creer que tiene tendencia a la infelicidad. La mente tiene tendencia a la memoria pero nos enseñan a prepararla para el olvido. La inteligencia tiene tendencia a resaltar lo bueno del otro pero nos hacen creer que tiene tendencia a guardar silencio nocivo.

¿Por qué los escritores no hacemos reseñas de nuestros prójimos? Por razones varias. La primera el ego, creemos que lo de los otros no vale. La segunda la codicia, nos gusta recibir pero no dar. La tercera, el recelo, esa toxina del que no ha llegado y cree que ya llegó. La cuarta, la caída en la conciencia de la separación. La quinta, una presión atmosférica nacida en la visión del arte como élite. La sexta, el decaimiento de casi toda práctica literaria en el comercio: El Tiempo reseñaba los libros del Círculo de Lectores porque El Círculo de Lectores pertenecía a su grupo editorial. La séptima, porque pertenecemos a una cultura que desdeña la creación, la construcción colectiva y el análisis. La octava, el complejo de inferioridad. La novena, la tara de la no consideración del vecino como hermano.

La décima, de donde viene todo para mi generación, el nacimiento del germen, el hecho de que nos parieran los tiempos del papel y la falta de espacio, cuando dos o tres privilegiados ocupaban las precarias columnas dedicadas al arte, los chachos de bien de la gran parroquia o de la pequeña parroquia, que querían posar de intelectuales y hacían la pseudoescritura de la obediencia, los expertos en no decir nada. Y muchas razones más, cada una para desglosar por partes hasta sus cuantums.

Entonces apretujadas nacieron la tradición de la reseña ocasional, la tradición de la reseña amiguista, la tradición de la reseña por encargo, la tradición de la reseña de lo famoso y/o elegido, la tradición de la reseña convencional, la segura tradición de la reseña de lo oficial, la tradición de la reseña de lo aceptado, la tradición de la reseña refrita, la tradición de la reseña calcada, la tradición de la reseña guerrera, la tradición de la reseña filistea, etc., que juntas forman la gran antitradición de la reseña o la gran tradición de la antirreseña.

Semejante radiografía puede hacerse de la novela colombiana, de la poesía colombiana, del ensayo colombiano, del cuento colombiano, víctimas de la supravaloración del estilo y de la subvaloración del contenido. Casi todo está por escribirse, lo único que realmente vale se encuentra en aquello que se rebeló y no pudieron arrasarlo (García Márquez, Álvaro Mutis, Fernando Vallejo y Cia), junto a lo que se atrevió a que lo escondieran en cadena perpetua, lo que supo escaparse de la obligación exterior y se fundó en la obligación interior, que a esta hora debe comenzar a llamarse vocación, escogimiento, camino, autorrealización. El marco general de la literatura colombiana no escapa a las mismas pequeñas tradiciones que acabo de registrar y que conforman la gran tradición de la mudez.

Adelante muchachos locales, casi todo está por hacerse. No desprecien lo hecho con sinceridad a lo que le faltó aliento, delaten lo subastero o lo impuesto. Pero primero tenemos que conocer lo que hubo y lo que hay, sin excluir aquellas obras a las que reseñaron en la otra acepción de la palabra, como a la persona a la que las autoridades registran en sus archivos luego de una falta o delito.

El más grande grito histórico de dolor y ausencia viene del género testimonial (memoría, autobiografía, carta), del género periodístico (la crónica, el reportaje) y del género crítico (desde el artículo de opinión hasta el ensayo). Por ello no tenemos historia ni espejos en qué mirarnos.

Podemos detenernos en la reseña de dos formas. Como primeras letras para el ensayo y como un género en sí misma. La igual delicia, el igual alimento que entrega una buena novela, un buen ensayo, un buen cuento o un buen poema, los entrega una buena reseña. Prefiero mirar la rudimentaria reseña como una fase de la reseña acabada. Y a la reseña acabada como un género en toda su dimensión. Lo respaldan, por ejemplo, las reseñas de Giovani Papini y los “prólogos”, en realidad o también reseñas, de la colección de Borges. ¿Cómo confiar en la escritura de alguien que no sabe escribir una carta pidiendo empleo?, ¿cómo no buscar más cosas de aquel autor al que le leímos una reseña brillante?

Por el número ocho anda santo&seña, en papel y en blog, frente a lo expuesto una de las publicaciones más importantes del país, porque junto a los libros nacionales o universales nunca deja de abordar los del Viejo Caldas, alma en la que nace, desde Armenia, Quindío. Junto a excelentes reseñadores los que comienzan, porque sólo algunos nacen aprendidos, como otros genios desde antes de que naciera el rostro de sus padres. Que algún renombrado haga una endeble reseña le da el espaldarazo a esta nota y justifica frenéticamente la publicación.

En tiempos en los que se necesita que todo muera pronto porque los hospitales y los ritos fúnebres mueven la economía, en tiempos en los que se necesita que el arte y el pensamiento mueran pronto para que el ensueño continúe, santo&seña merece vivir largo tiempo, por lo menos hasta que haga prole. Y no sólo porque nos señala esa inmensa selva talada que nos invita a reforestarla para que al lado de la laberíntica ciudad de la confusión nazca el nuevo paraíso o por lo menos la nueva tierra. La que me enseñaron a vislumbrar Jorge Cadavid, Édgar O’hara y Roberto Vélez Correa, al que no debemos buscar su valor en sus otras incursiones sino en la de la reseña, el verdadero lugar de su corazón.

Sábado 14 de abril del 2012

© Flóbert Zapata abril del 2012

domingo, 8 de abril de 2012

SENTARSE EN POSICIÓN DE LOTO. Por Flóbert Zapata


Estoy viejo, próximamente cumpliré cincuenta y cuatro, qué más prueba quiero, me canso más, las ganas de vivir se intensifican, el día acaba rápido, ya no se enamorará de mí una muchacha, excepto en estación de locura. Desde hace mucho que estoy viejo. ¡Tardé tanto en reconocerlo, perdí tanto tiempo¡ Necesité de la muerte súbita de dos hermanos, que convirtieron la vida familiar en una humilde final de campeonato de terribles expectativas. No falta el que dice que estoy más viejo que mi madre de ochenta porque me ve igual de canoso.
Muchos mueren sin reconocer que envejecieron, víctimas de la fuga de la realidad, del espejo egocéntrico. Creían que porque caminaban como un muchacho seguían siendo muchachos, que porque deseaban como un muchacho podían hacer el amor como un muchacho, que porque conservaban las mismas conductas negativas heredadas y los semejantes pensamientos tatuados no les entraba el comején. Que bastaba el barniz multicolor para sanar la interior fermentación.
Pero peor que morir sin saber que se está viejo es morir sin saber que se está muerto. Está muerto, completamente muerto, qué duda cabe, quien vive entre la crueldad con las especies vivas, los celos, la obstinación por el placer y el ascenso de casta, la cerrazón ante lo espiritual, el miedo al cambio, la ofuscación, la desconfianza, la envidia, el rencor, la rapiña, la mentira, la ira, la adhesión desmesurada, el hambre de cuentas bancarias, la deslealtad, la posesividad, la ojeriza a la diversidad, la impaciencia, etc. Ha puesto en jaque endémico a su propio sistema inmunológico.
Acabo de aceptar que estoy viejo, hace tiempo que acepté que vivía como muerto, primer paso para resucitar, o sea que moriré una vez y no dos. Sin embargo no fue fácil: al ego individual le interesa que uno siga muerto, el ego colectivo te declara la guerra si comienzas a liberarte. Buda lo supo: Mara trató de embaucarlo muchas veces, numerosos atentados le llegaron de manos de su primo, creció en un palacio que en realidad era una cárcel, en la cárcel del lujo y la inconsciencia. Por poco sigue dormido y no despierta.
Estoy viejo pero no estoy muerto. Me rejuvenece la literatura: sacar Musa Levis, la inclusión en Cien poemas Colombianos de Luna Libros, la invitación para agosto al V Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales, una edición de importancia que haré del actualizado Después del colegio. Me rejuvenece la literatura, por eso la quiero tanto. Por eso rechacé el ofrecimiento de irme a dictar Español y Literatura en Secundaria: no quiero hacerle daño convirtiéndola en herramienta de adoctrinamiento, justamente lo que se me exigiría como corresponde a la tradición. Como lo hice cuando ignoraba que existía la luz no impuesta.
Me rejuvenecen miles de cosas más que no quiero tocar por ahora porque me extendería mucho y la idea acababa en reconocer que estoy viejo y que reconocerlo me libera de las agotadoras apariencias y de las peores servidumbres. Cuando a los ochenta años le dieron el Nobel al mágico Saramago dijo que ya para qué, que lo bueno hubiera sido obtenerlo a los cincuenta. Yo, que ando por esa edad, no puedo evitar que luego de cada alegría me sobrecoja el recuerdo de la cardíaca ausencia de mis dos hermanos, Henry, Fáber. Vivir significa sufrir, en el fondo de toda alegría espera el sufrimiento, enseña la primera noble verdad. Y la última que hay un camino para escapar del sufrimiento. Sin importar que tengamos poco o demasiado torcidas la columna y la renuncia.
© Flóbert Zapata abril del 2012

jueves, 5 de abril de 2012

TE REGALO UNA FLOR. Por Flóbert Zapata

Para Stella
No te regalo una flor cortada, se me parece a los cuerpos cortados de la vida, a los miembros cortados de los cuerpos.
No te regalo una flor en maceta, separada de la tierra, comprada en algún vivero, manchada por el comercio; o cultivada por mí como un objeto (aquello cuyo destino adoctrinamos, formateamos) dañado por la intención sumisa.
Si tuviera granja no te regalaría una flor que creciera allí porque estaría colonizada por el concepto de propiedad privada, por el mío y el tuyo.
Tampoco te regalo una flor prestada, nacida en la posesión de algún amigo o pariente, cuya generosidad lavara las manchas por un tiempo.
Te regalo una flor silvestre que crezca al borde de la carretera, las únicas tierras de nadie que nos dejan la codicia y los bombardeos. Una flor nacida del azar genético, de las abejas polinizadoras, de la anarquía del universo, no conducida por manos y palabras, ojos y huellas, historia y dolor.
Podrás ir a verla cuando se te antoje, hablar con ella sobre mí y mis raras ideas, mirarla de paso desde tu auto, traicionarte a tu antojo, prometerle. O no visitarla, que también ama su soledad y no reclama más presencias que el sol y el viento.
Mejor no cuidarla, echarle abono, otorgarle un destino humano a nuestro modo, un nombre, dañarle su libertad, sembrarle un ego, dotarla de principio y final, de pasado y futuro, de falso y verdadero, encajarla en la brutal encrucijada de lo bueno y lo malo.
Si un invierno crudo o un verano calcinante la destruyen, sabe que no necesita cruz o sepultura, si alguien la pisotea o la arranca, no tienes que maldecir o rescatarla, haz de cuenta que viviste un sueño, una alucinación, que la flor nunca existió, o que existió breve, bella, despiadada, indefensa, débil, como tú, como yo, como el amor, como cada uno para todos, como todos para cada uno, como todo y todos para ella, como ella para todo y todos.
Salgamos a caminar y te regalo una flor, la primera que encontremos, no una escogida, profanada por la discriminación, la memoria y la estética.
Te regalo una flor, mi manera de decirte que te quiero como a esa flor y que querer de otra manera significa profanarnos.
Te regalo una flor para que recuerdes que tu bombeante corazón es una flor y que la flor lleva adentro un bombeante corazón.
Manizales, jueves 5 de abril del 2012
© Flóbert Zapata abril del 2012