sábado, 14 de abril de 2012

El verdadero lugar del corazón. Por Flóbert Zapata

Por obligación debiéramos ser felices y no tristes. Realmente por obligación somos tristes y no felices. Cuando más superficialmente felices y profundamente tristes.

Por obligación todos los seres humanos debiéramos llevar un diario impúdico. Realmente por obligación nos entregamos al olvido y al secreto. De las personas que más nos influyeron sólo sabemos lo que nos revelan las tumbas.

Por obligación todos los escritores deberíamos hacer reseñas. Realmente por obligación los escritores nos inhabilitamos para la reseña.

¿Por qué realmente por obligación? Porque fuerzas exteriores, enfermedades sociales cuidadosamente transmitidas, nos obligan mientras nos hacen creer que se trata de una autónoma elección.

El alma tiene tendencia a la felicidad pero nos hacen creer que tiene tendencia a la infelicidad. La mente tiene tendencia a la memoria pero nos enseñan a prepararla para el olvido. La inteligencia tiene tendencia a resaltar lo bueno del otro pero nos hacen creer que tiene tendencia a guardar silencio nocivo.

¿Por qué los escritores no hacemos reseñas de nuestros prójimos? Por razones varias. La primera el ego, creemos que lo de los otros no vale. La segunda la codicia, nos gusta recibir pero no dar. La tercera, el recelo, esa toxina del que no ha llegado y cree que ya llegó. La cuarta, la caída en la conciencia de la separación. La quinta, una presión atmosférica nacida en la visión del arte como élite. La sexta, el decaimiento de casi toda práctica literaria en el comercio: El Tiempo reseñaba los libros del Círculo de Lectores porque El Círculo de Lectores pertenecía a su grupo editorial. La séptima, porque pertenecemos a una cultura que desdeña la creación, la construcción colectiva y el análisis. La octava, el complejo de inferioridad. La novena, la tara de la no consideración del vecino como hermano.

La décima, de donde viene todo para mi generación, el nacimiento del germen, el hecho de que nos parieran los tiempos del papel y la falta de espacio, cuando dos o tres privilegiados ocupaban las precarias columnas dedicadas al arte, los chachos de bien de la gran parroquia o de la pequeña parroquia, que querían posar de intelectuales y hacían la pseudoescritura de la obediencia, los expertos en no decir nada. Y muchas razones más, cada una para desglosar por partes hasta sus cuantums.

Entonces apretujadas nacieron la tradición de la reseña ocasional, la tradición de la reseña amiguista, la tradición de la reseña por encargo, la tradición de la reseña de lo famoso y/o elegido, la tradición de la reseña convencional, la segura tradición de la reseña de lo oficial, la tradición de la reseña de lo aceptado, la tradición de la reseña refrita, la tradición de la reseña calcada, la tradición de la reseña guerrera, la tradición de la reseña filistea, etc., que juntas forman la gran antitradición de la reseña o la gran tradición de la antirreseña.

Semejante radiografía puede hacerse de la novela colombiana, de la poesía colombiana, del ensayo colombiano, del cuento colombiano, víctimas de la supravaloración del estilo y de la subvaloración del contenido. Casi todo está por escribirse, lo único que realmente vale se encuentra en aquello que se rebeló y no pudieron arrasarlo (García Márquez, Álvaro Mutis, Fernando Vallejo y Cia), junto a lo que se atrevió a que lo escondieran en cadena perpetua, lo que supo escaparse de la obligación exterior y se fundó en la obligación interior, que a esta hora debe comenzar a llamarse vocación, escogimiento, camino, autorrealización. El marco general de la literatura colombiana no escapa a las mismas pequeñas tradiciones que acabo de registrar y que conforman la gran tradición de la mudez.

Adelante muchachos locales, casi todo está por hacerse. No desprecien lo hecho con sinceridad a lo que le faltó aliento, delaten lo subastero o lo impuesto. Pero primero tenemos que conocer lo que hubo y lo que hay, sin excluir aquellas obras a las que reseñaron en la otra acepción de la palabra, como a la persona a la que las autoridades registran en sus archivos luego de una falta o delito.

El más grande grito histórico de dolor y ausencia viene del género testimonial (memoría, autobiografía, carta), del género periodístico (la crónica, el reportaje) y del género crítico (desde el artículo de opinión hasta el ensayo). Por ello no tenemos historia ni espejos en qué mirarnos.

Podemos detenernos en la reseña de dos formas. Como primeras letras para el ensayo y como un género en sí misma. La igual delicia, el igual alimento que entrega una buena novela, un buen ensayo, un buen cuento o un buen poema, los entrega una buena reseña. Prefiero mirar la rudimentaria reseña como una fase de la reseña acabada. Y a la reseña acabada como un género en toda su dimensión. Lo respaldan, por ejemplo, las reseñas de Giovani Papini y los “prólogos”, en realidad o también reseñas, de la colección de Borges. ¿Cómo confiar en la escritura de alguien que no sabe escribir una carta pidiendo empleo?, ¿cómo no buscar más cosas de aquel autor al que le leímos una reseña brillante?

Por el número ocho anda santo&seña, en papel y en blog, frente a lo expuesto una de las publicaciones más importantes del país, porque junto a los libros nacionales o universales nunca deja de abordar los del Viejo Caldas, alma en la que nace, desde Armenia, Quindío. Junto a excelentes reseñadores los que comienzan, porque sólo algunos nacen aprendidos, como otros genios desde antes de que naciera el rostro de sus padres. Que algún renombrado haga una endeble reseña le da el espaldarazo a esta nota y justifica frenéticamente la publicación.

En tiempos en los que se necesita que todo muera pronto porque los hospitales y los ritos fúnebres mueven la economía, en tiempos en los que se necesita que el arte y el pensamiento mueran pronto para que el ensueño continúe, santo&seña merece vivir largo tiempo, por lo menos hasta que haga prole. Y no sólo porque nos señala esa inmensa selva talada que nos invita a reforestarla para que al lado de la laberíntica ciudad de la confusión nazca el nuevo paraíso o por lo menos la nueva tierra. La que me enseñaron a vislumbrar Jorge Cadavid, Édgar O’hara y Roberto Vélez Correa, al que no debemos buscar su valor en sus otras incursiones sino en la de la reseña, el verdadero lugar de su corazón.

Sábado 14 de abril del 2012

© Flóbert Zapata abril del 2012