domingo, 16 de diciembre de 2012

CARTAS DE DESPEDIDA. Por Flóbert Zapata Arias

(Arte urbano, Manizales) 

A PEREIRA
−Adolfo León X. murió de nostalgia –concluye Roberto Alonso H., su vecino, su amigo forzado porque eran muy distintos, como yo colega educador de ambos. Lo hicieron ir las hijas para Pereira: “Allá estamos más juntos, pa, y no tenemos que viajar tanto”, él y su mujer hasta allá desde Manizales, ellas hasta acá desde allá. La solución: arrendar la casa aquí para pagar un arriendo allá mientras adquirían una. Se corotió llorando, cada que venía a cobrar el arriendo saludaba a los cercanos contertulios y se le encharcaban los ojos.

LA CASA
La casa  era su orgullo, la madre que lo recibía en su vientre, su raíz, su escudo, su trofeo de pobre, porque sólo un pobre se mete de maestro, el rostro grande que defendía a su deslucido rostro: nariz torcida,  dentadura irregular, ojo desviado, palidez cetrina escondida en la tez quemada. No hablaba de ella pero se sentía que obraba las veces de alter ego, tanto que a la final uno creía que él obraba las veces de alter ego de ella.   

LA SOMATIZACIÓN
Roberto Alonso lo vio enflaquecer y palidecer más en cada mensual venida y le preguntó qué le pasaba. Contestó: “Una gastritis, me caen mal las comidas”.  Se enfermó de los riñones tanto que echaba sangre, vendió la pequeña moto, su par orgullo, se curó,  compró otra. Le dio un preinfarto. Le descubrieron un tumor en el colon, el médico le dijo que pasara la navidad tranquilo que en enero lo operaba.

EL FINAL
Enero lo recibió con un infarto casi fulminante. Cuidados intensivos. Quedó con los ojos abiertos, se los tenían que cerrar con esparadrapo.  Le iban a hacer un TAC y el médico les dijo a su esposa y sus dos hijas: Sinceramente yo creo que tiene muerte cerebral. O sea: No boten corriente. Murió hace veinte días, tenía sesenta y siete años. Lo enterraron en Pereira. Alonso asistió al entierro con su familia y una común, fiel y cariñosa amiga que se pegó a última hora.

EN VENTA
La casa estuvo siempre en venta y arrendada, a Armindo G. y Mirta G.,  exvecinos  de Stella, la madre de mis dos hijos. No se vendió porque Adolfo León pedía tanto como su amor a ella, casi un cuarto más. La fui a ver porque Stella se antojó de comprarla a través de un préstamo en el Fondo Nacional del Ahorro, deseosa de una renta, fiel hija de la conciencia judía y del miedo al futuro, animada por las leyendas de  compañeros del  S. que adquieren propiedades que se pagan solas.

DE POBRE
Altos de Granada, calle principal, dos pisos, roperos gigantes, baratos y viejos, descuido, pintura por rehacer, humedades, ningún lujo, baños para cambiar, algún caballete jodido, cerámicas poco gratas y maltratadas. Todo indicador de que le metieron pocos pesos desde que la compraron hasta el forzado desapego y no porque no quisieran. Según Roberto Alonso, renunció Adolfo León al magisterio porque le iban a rematar la casa y con la liquidación pagó la deuda de veinte millones. Le sobró para ponerle imitación de piso flotante a dos habitaciones altas, lo que indica que quería morir en ella.

LOS EXVECINOS
Mirta y Armindo, para quienes  Adolfo León se tuvo que ir amenazado porque ocultó en la casa a alguien, soñaron ganancia y entraron en el juego del comisionista en busca de tres millones. Según ellos la viuda pedía ciento veinte millones pero la sacarían en ciento diez.  Alonso dice que vale ochenta pero que si los tuviera daría noventa para meterle diez. Stella, decepcionada y para evitar compliques, decidió dejar las cosas así y buscará por otro lado.  En las dos vacías ventanas de la calle se ven sendos avisos de venta en blancas hojas tamaño carta a computador,  cartas de despedida de Adolfo León que quienes las miren no sabrán leer.

Manizales, enero del 2012
© Flóbert Zapata Arias, diciembre del 2012