lunes, 9 de junio de 2014

Mi voto por Santos con aclaración. Por Flóbert Zapata

(Foto: Manizales, escalas del liceo Isabel la Católica)
La aclaración
De más de treinta millones de colombianos habilitados para votar sólo trece millones votaron en las elecciones realizadas el 25 de mayo.  Sólo el cuarenta por ciento de la población votó. Mucho menos de la mitad. Debiera anularse todo proceso electoral en el que no vote por lo menos la mitad de la población habilitada para votar. Estoy entre los colombianos que no votaron en esta elección. Como estoy entre los que no votaron en la anterior a esta. Como estaría entre los que no votarán en las próximas, las de la segunda vuelta, las del balotaje del próximo 15 junio. ¡Para qué votar! Aun si los candidatos hablaran claro y dejaran su lenguaje metafísico de generalizaciones los treinta millones de colombianos que no votamos seguiríamos sin creerles, porque si un rasgo del colombiano es no cumplir lo que promete, otro rasgo del colombiano es no creer en las promesas de los gobernantes aunque las firmen ante notario. La democracia está enferma en Colombia, grave. El pueblo colombiano está muriendo. Les puedo mostrar una familia manizaleña que se alimenta de ratas como en la Cartagena de Indias sitiada por Pablo Morillo y Francisco Tomás Morales en 1815. Lo que ocurre en Colombia no lo deben ocultar más los imperios de la información.  Esos treinta millones que se niegan a votar no son bobos, olvidadizos o aturdidos. Son los cansados. Son los desesperanzados. Son los desencantados. Son los miserables. Son los empobrecidos. Son los desplazados. Son los engañados. Son los desnutridos. Son los golpeados. Son los desechos no reciclables de una dirigencia que los desprecia y los condena. Son los amantes de la verdad. Son los amantes de la filosofía y de la estética. Son la poderosa fuerza que pide un país para todos, un país con justicia social, un país sin exclusiones. Un país de maestros pensantes y no de maestros repetidores. Un país donde los trabajadores no vivan más en un sistema de esclavitud moderna. Un país donde la gente tenga acceso a una vivienda digna, que no la tienen ni siquiera indigna, todo el que puede parte la casa en dos o tres, vive en una y arrienda la otra o las otras dos, lo que da tugurios con cerámica en promoción; la mitad de los apartamentos que se hacen los compran para arrendar. Son la poderosa fuerza que pide un país con industrias, que las acabaron. Un país con una Ley de medios como la argentina, para que se oigan todas las voces y no sólo las de unos pocos. El colombiano es un ser enfermo por el miedo, miedo a la policía, miedo al ejército, miedo a los traquetos, miedo a las mafias, miedo al Esmad, miedo a los atracadores, miedo a los secuestradores, miedo a los paramilitares, miedo a las Bacrim, miedo a la subversión, miedo a la delincuencia común, miedo a tantas cosas. Miren las casas, las guarderías, todas enrejadas, comienzan a pulular las protegidas con alambre de cuchillas. Conozco una casa a la que le colocaron malla metálica en todo el techo. Miren los edificios, con guardias, con cámaras de seguridad. ¡Vivir entre el miedo no es vivir! Se cree que la sociedad más segura es la más vigilada para que la gente no robe, pero la sociedad más segura es la menos vigilada porque la gente no roba. Y la gente no roba cuando se le da empleo decente, seguridad social, un buen sistema de salud…oportunidades.  Tuve hace poco inteligentes alumnos en la escuela que ahora me los encuentro arruinados en las cárceles. Nos convirtieron esta patria en un infierno. No hay valores, todo el mundo es un ladrón. Si te descuidas te dejan sin casa, te roban la billetera, te ponen a pagar al banco aquellos a los que les serviste de fiador. Nos convertimos en una cultura mercenaria, desconfiada y poco digna de confianza, huraña y falsa, materialista y vacía. Le hemos dado la espalda al mestizaje latinoamericano. Hemos aceptado la palabra guerra. 
Personalmente creo que el proceso de paz lo cortan en el momento menos pensado y que si llega a término lo traicionan, lo vuelven trapo de cocina como a los otros tratados de paz, como al tratado de paz de la Guerra de los Mil Días, como a la constitución del 91. Es una constitución de letra tan buena, tan noble, tan maravillosa, tan esperanzadora, tan poética, que nunca la leí completa porque me estragaba como cuando consumo mucho dulce, dolía ver como no la dejaban llegar a la realidad para transformarla en amor y convivencia, cómo la convertían en tinta descompuesta y ponzoñosa.
Pero de pronto les creemos doctores Santos y Zuluaga, si nos hablan clarito en materia de redención o asco. Si nos hablan clarito en lo poco que les dan permiso, en lo poco que pueden para no desnudarse tan parecidos, pruebas vivas de que el  balotaje sólo debiera darse entre dos pensamientos opuestos: el que siente asco por el pobre y el que siente deseos de redimirlo. No nos ofusquen más, doctores, con abstracciones y máscaras indignas.  La verdad murió hace tiempo. Pero la verdad siempre puede resucitar.  Y el pueblo vejado y envilecido,  intimidado y ensombrecido, merece que resucite un poco.  
Manizales, lunes 26/mayo/2014

© Flóbert Zapata, junio de 2014