miércoles, 1 de enero de 2014

Un poema de Fernando González Ochoa. Por Flóbert Zapata

“PISBA
¿El libertador?
Iba y venía a caballo, animando,
felicitando a los que bajaban…
Puede decirse que él
pasó cuatro veces el páramo,
pues iba a la vanguardia y volvía,
feliz el hombre,
como si estuviese en la gloria.
Fernando González Ochoa”

La poesía de pronto, como en este fragmento tan denso porque piensa y siente, tan lírico porque nos muestra el tremor de la realidad, como en este fragmento de Fernando González Ochoa en su Santander (Bolsilibros Bedout).  No pueden negar su belleza aun los que no quieren a Fernando González, los mismos que no quieren a Bolívar sino en el discurso,  que lo meten en el tradicional calabozo de la palabra jurisdicción, nos enseñan a admirarlo pero no a amarlo,  nos enseñan datos secos pero no sus sufrimientos,  fijan que su originalidad reside en un acto guerrero ciego y no en un gran acto de pensamiento libre, trasmiten un Bolívar de bronce y no un Bolívar de carne, vuelven abstracto lo más concreto que tenemos. Nos niegan las otras guerras en las que venció Bolívar: la envidia, la calumnia, la hipocresía, la traición, la ignorancia, las intrigas, los libelos, los artículos anónimos. Recuérdese que los curas lo excomulgaron y le echaban la gente encima, no se olvide que intentaron matarlo dos veces, en una de ellas lo salvó Manuelita, dulce Manuelita, iluminada Manuelita, madre Manuelita. En la autobiografía de José Antonio Páez Herrera leemos: “Santander dijo a Renovales que viniera con él. Habiendo llegado al grupo de árboles donde Bolívar y sus séquitos tenían colgadas sus hamacas, les señaló una blanca que era la de aquel; apenas lo hubo hecho, cuando los realistas descargaron sus armas contra la indicada hamaca”. En las calles santafereñas decían que iba a acabar con todas las iglesias, que les robaba los cálices y las joyas, que colgó al clérigo de Chocontá de las manos porque no le daba dinero, mentira porque andaba con curas en las campañas y confiaba en ellos como ellos en él. El presbítero José Feliz Blanco le sirvió de espía, merecedor de lo mejor de este mundo, un elogio de Fernando González: “el padre Blanco es mitad sagrado y mitad profano, ¡Un palo de hombre!”. Le gritaban a su paso “¡Tirano!”, “¡Viva Jesús!”. A lo que la maravillosa Ignacia París respondía: “Muera Jesús”. Con lo que estaba diciendo que muriera el Jesús falso de ellos, el que defendía la monarquía, y viviera el Jesús verdadero de Bolívar, el de los que sufrían las miserias, los descuartizamientos y las decapitaciones de esa monarquía. Cómo amaba esa mujer a Bolívar, “En el cabrestillo cargaba un retrato de Bolívar (José María Caballero Ochoa, sastre del virreinato, en su diario imprescindible)". Pero quizá alcance este poema toda su magnitud encontrándolo después de caminar la selva histórica, la maraña mental latinoamericana que nos muestra y desenreda Fernando González Ochoa. O por lo menos esos renglones citados en su libro, que describen el paso de los revolucionarios por el páramo de Pisba:
-“Desde ese día no se oye una queja. Murieron muchos; de hambre y emparamados, y nadie se quejó. Una mujer parió en el camino, en la cima, y ahí mismo continuó la marcha con el hijo en brazos. (Pág. 174)”.
-“No había camino; eran zanjones ahondados por las lluvias y obstruidos por inmensas rocas y por árboles caídos. La ración que nos dieron fue de carne y arracacha para cuatro días; pero desde el primero, al llegar al páramo, el soldado arrojó todo menos el fusil. Los pocos caballos que aun vivían, murieron. Las noches en el páramo fueron infernales. Allí no hay ninguna habitación. Llovía; las fogatas eran imposibles por la lluvia y el viento helado y constante. Granizo. Los llaneros de calzones y camisa, morían; caían repentinamente enfermos y morían. Morir emparamado: sólo en los Andes saben qué es esa muerte. La flagelación es el remedio para el emparamado. A un coronel de caballería, natural de Nutrias, le vi flagelar y le salvaron la vida. (Pág. 177)”.
De estos excesos físicos le provenían al sedicioso Bolívar las enfermedades respiratorias, la fiebre, tantos males, como de la energía universal que movía su destino le brotaba la fuerza para resistir y llegar. Pocos americanos han tenido una vida tan intensa como Bolívar, el privilegiado chico que se le escapó a los seminarios y las escuelas. No aprendí a amar a Bolívar a través de los maestros de tiza, aprendí a amar a Bolívar cuando leí Mi Simón Bolívar de Fernando González. Lo amo más hoy que recibo una ampliación al verlo contrastado con Santander, al advertir la grandeza desnuda frente a la ambición y el ego y en la escucha de la fascinante conversación de la mentira con la verdad. “Ha terminado. 1600 prisioneros, entre ellos todos los oficiales. Morillo cree a Bolívar ocupado en pasar los ríos llaneros, cuando éste entra a Santafé. ¡América es libre! ¡7 de agosto de 1819!”.
La Carolita, martes 31/dic/2013


© Flóbert Zapata, enero 1 de 2014