viernes, 8 de marzo de 2013

No burlarse nunca del enfermo. Por Flóbert Zapata Arias


Cuando viví en Neira aun estaba vivo Jesús Jiménez Gómez, un cacique conservador en declive por la enfermedad, una leyenda política municipal. Roberto Salgado me explicó la importancia  de un famoso discurso suyo con el que tumbó a un ministro o un funcionario distinto, no recuerdo; su grabación en audio sonaba durante las exitosas campañas que le daban siempre la mayoría.  Fumaba pipa, vestía con todo el convencionalismo, gabán incluido. Sus días finales estaba tan débil que ya no ejercía ni su canonjía de abogado. Sin embargo bajaba a Neira a tomarse sus últimos sorbos de recuerdos. En el Wilson la gente le entregaba los detalles de sus hazañas, su forma de elogiarlo, mientras todos veían como se derrumbaban sus votos y su salud. Entonces lo agarró para siempre una palidez amarilla muy parecida a la compasión. Un agitador joven de otro directorio conservador, cainita y ganoso de poder,  llamado R.D.A, le sacó un volante anónimo en el que lo atacaba  burlándose de su palidez y su debilidad. Consecuencia o no, al “doctor Jesús Jiménez Gómez” no se le volvió a ver por el Wilson. Ahora tengo claro que esa burla a la enfermedad fue toda una canallada desde cualquier punto de vista que se le mire. En ese tiempo me quedó un sabor agrio pero no tuve elementos para juzgar la acción de guerra, o más bien de exterminio del enemigo diezmado, y menos la guerra en sí. No amagaba una opinión porque se tornaba deleznable sin sustento filosófico, del que tenemos todos si nos escapamos de que el sistema lo arruine. Qué educación había recibido yo que no tenía claridad respecto a maldad tan obvia, ¡y era educador! ¡Qué educador el de esos tiempos! Perdón alumnos. Me pagaban para que los metiera a ustedes en aquel lugar del que no se sale sin sufrir demasiado, sin caer en las redes de los pastores iracundos que antes se tuvieran por dulces. Educar consiste en ocupar la mente de los alumnos  en cosas inútiles, en datos no pedidos,  para que terminen por odiar lo útil, lo importante: los otros mundos, las otras ideas, los lugares del tiempo en los que el hombre ha hecho respetar la felicidad y la paz. Sin los cuales no tendrá el contraste necesario para ver, sin los cuales no se puede pensar sino actuar automáticamente, por condicionamiento, desde lo hondo de la grieta del miedo y la inseguridad. Mucha gente, entre ellos alumnos míos, paisanos, neiranos, “intelectuales”, periódicos, noticieros,  se burlaban igualmente de la enfermedad del presidente Chávez. Se burlaban sin compasión y con sevicia. M.M. compartía atrocidades gráficas de laboratorio bélico en facebook.
Cómo  me duele ahora que a Jesús Jiménez no lo hubieran dejado terminar tranquilo sus últimos días, con su bozo abundante y recortado, que le daba si se quiere un cierto aire de Nietzsche trigueño, flaco,  de estatura media y ojos oscuros.
Trátese de quien se trate la humanidad debe adoptar como regla no burlarse nunca ni del enfermo ni del muerto. ¿Cómo? Demostrando que está enfermo y está muerto quien se alegra de la mala salud o de la muerte de otro.  Algo difícil cuando la distancia entre la trinchera de la burla y la trinchera del crimen se salva con unos pocos pasos y nuestro deporte nacional después del fútbol es la supresión del que piensa distinto.   


La Carolita, jueves 7/mar/2013
© Flóbert Zapata, febrero de 2013