viernes, 11 de noviembre de 2011

TRES PALOMAS. Por Flóbert Zapata Arias

-EL DRAMA DE LAS AUTODEPORTACIONES DESDE LOS ESTADOS UNIDOS-

La deportación es la forma principal a través de la cual millones de inmigrantes latinoamericanos sin documentos son vomitados por el sueño americano: érase una vez Estados Unidos. Prueba lo ridículo de todo alarde de civilización mientras cada hombre no pueda caminar tranquilo por cualquier lugar del planeta o radicarse donde desee. Se le teme en proporciones tan grandes que muchos prefieren venirse antes de que los sorprenda. A este tipo de violencia oculta y advertida no la registran las estadísticas. En los siguientes renglones la historia de la autodeportada Rosa Gómez Ocampo*(1).

El miedo de perderlo todo

“Si a uno lo agarran indocumentado lo meten preso y con la misma ropa que lleva lo empacan. Se viene sin nada. El dinero que tenga en la casa se pierde”. A veces toca que esperar dos o tres meses en la cárcel hasta que las redadas entreguen suficientes compatriotas indocumentados con que llenar el cupo completo del avión que los llevará a su patria de origen. “¿Qué hubiera perdido usted?”, le pregunto. Responde: “Los ahorros en el banco y el dinero del funeral”

De la aldea a la megaciudad

Nació en Riofrío, Valle, de nómadas padres originarios de la vereda El Cardal, Neira, Caldas. Estuvo ventidós años en Los Ángeles de sirvienta (sic), cuidadora de niños y ocasionalmente en los servicios generales de alguna fábrica. En el 97 se autodeportó, tras la feroz y xenofóbica arremetida de Bush contra los inmigrantes latinos. Se fue a El Salvador con su esposo Jaime López Jiménez *(2), natural de allí, quien estaba inmerso en iguales temblor y adrenalina predadora.

El negrito

En la patria de Roque Dalton, con los ahorros, la pareja comenzó a construir una casa en Aguilares, pueblito a una hora de la capital, sin acueducto, por lo cual deben hacerse las necesidades en letrinas. Ella vendía mercancía en un pequeño puesto del mercado y él se desempeñaba como vigilante en la empresa de celulares Tigo. Ya no era el obrero de la construcción de tierras gringas pero sus dos principales adicciones continuaban intactas: alcoholismo y mujeres, que ella soportaba. Hasta que un día el hombre la golpeó brutalmente contra las paredes de ladrillo y machete en mano amenazó con matarla. No se lo perdonó. Buscó las familiares e idílicas tierras irrigadas por el rio Cauca. Convivió con su madre Fabricia *(3) en Cali, luego con su hermana Yahaira *(4) en Cartago y finalmente se fue a vivir sola en un apartaestudio en la veinte con sexta, que paga con el dinero que su hija le manda desde España. A los cincuenta y cuatro años se rehusa a acumular electrodomésticos y enseres porque sueña con volver, aunque se lamenta de cómo las hormigas atacan la expuesta panela, que si se quiere proteger debe encaletarse en la nevera. “El negrito como que va a ser buen presidente”, dice refiriéndose a Obama, para luego exaltar la reciente promulgación de una ley que da posibilidades de legalización por diez años a los indocumentados.

¿Cómo se había ido?

“De mojada, como dicen los mexicanos”, en 1976, a cambio de mil dólares, un platal entonces. Doce conformaban el grupo: ocho hombres, tres mujeres y la coyota, denominación de la tutora. De Pereira a Bogotá, donde pasaron una noche. Desde allí a Ciudad de México, con pernoctación ocho días en un hotel de la zona rosa. Recuerda con emoción la visita a las pirámides y los cocodrilos de piedra. Luego a Juárez, cuatro días en una casa. A Tejas en hombros de fornidos negros a través del peligroso rio Bravo, en el que muchos encuentran la muerte en vez de billetes verdes y redención. Trepada de un muro de cemento y una voz que grita “Corran”. Hospedaje en un apartamento pequeño. Al fin la gloria: ciudad de Los Ángeles, barrio Nuescobina.

A morir a otra parte

Inconcluso quedó su sueño de morir en Estados Unidos. Tuvo que deshacer todas las previsiones y los preparativos para el día que su corazón se detuviera, con los que no cabía la posibilidad tenebrosa de la fosa común para ser comida por las ratas, destino final de muchos sin dinero. Había escogido, a través de catálogo, mausoleo por 3700 dólares y funeral por 5000. En momentos del terrible ambiente de asedio y persecusión de las autoridades había pagado totalmente el mausoleo y 1700 del funeral, de los cuales le devolvieron 3000 y 1000 respectivamente.

Los detalles

La bonita bóveda incluía elegante placa (sic), otro nombre de la lápida. Para el funeral tenía derecho a un ataúd de mediana calidad, mejor que el más barato, de cartón, cuyo costo era de 600 dólares, flores rojas y rosadas distribuidas en un arreglo para colocar encima del ataúd y dos coronas a los lados, policía que dirigiría el tránsito durante el desplazamiento en limosina de la casa funeraria al cementerio y tres palomas para ser echadas al vuelo cuando la estuvieran enterrando.

*(1), *(2),*(3),*(4) Nombres reales cambiados por ficticios.

Manizales, 2008

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