martes, 1 de septiembre de 2009

DE BARRIO BAJO

Ya sé que no soy digno
de entrar en tu cama
pero una palabra sucia
bastará para salvarme.
Leandro Loaiza

Barriobajero: ordinario, grosero, maleducado (http://www.wordreference.com/definicion/barriobajero).

De barrio popular, lo que va de falso rico y pobre a paupérrimo, sin futuro convencional, contrario a la aristocracia, prefiero decir, sin dejar de remarcar a la siempre agónica clase media, de peldaños con límites preestablecidos. No necesariamente “grosero, ordinario o maleducado”. Simplemente distinto, producto de una educación desertora de la oficial ajena (currículo oculto), de la evolución autónoma y montaraz, impermeable a racismos lingüísticos o morales como toda creación, en este caso colectiva: tabla de salvación de los arrojados prematuramente al rio del olvido, observantes de la vía por la cual las palabras buscan solas la esperanza o el consuelo.

Barriobajero es, en este sentido pragmático, contrario al despiadado de Word Reference, un adjetivo acertado para referirse a la solvente y atrevida ópera prima Poemosca del Licenciado en Lenguas Modernas Leandro Loaiza Largo. Por su poder de comunicación con su tiempo a través de su vecino, por no estar escrito para ser comprendido en el siglo XXX (este tropo se aplicó a la obra cumbre del argentino Oliverio Girondo, Veinte poemas para leer en el tranvía, 1922, para señalar no su hermetismo sino su carácter revolucionario en el plano artístico). Cualquier hispanohablante puede degustarlo sin necesidad de exegesis, contrario a lo que sucede con esas construcciones deficitarias, porque las hay desde suficientes hasta geniales (la élite de Proust y Saramago, Trilce, Residencia en la tierra), que precisan de intérprete solícito o de jabón, a veces incluido, para borrar maquillajes.

Si hay que escribir con la locución de la mayoría, como sostenía el Dante, en Colombia ella es la barriobajera: la mitad de la población sumida en la pobreza, que menoscaba el estado estético, y en riesgo de sumarse a los ocho millones de indigentes (http://www.elespectador.com/economia/articulo157682-colombia-hay-ocho-millones-de-indigentes). Si no, es saludable que nos preguntemos para quién cantamos y si cantamos para no ser escuchados. Sin olvidar que aun en el extremo de tipificarlas como dialectos estas modalidades “no tienen muchas dificultades de comprensión con los hablantes de las otras, aunque tienen conciencia de ciertas diferencias entre ellas (Definición de enciclopedia)”.

Grande el mérito de la obra que es capaz de volver al lenguaje (es decir a las preocupaciones) de la mayoría, como la Divina Comedia y tantas otras comedias o tragedias divinas o malditas, versificadas o no. ¿Dónde está buen número de los poetas de los Solferinos, los Galanes, los San Jorges, Sultanas, Leonoras y Chipres que se niegan a sucumbir? En el hip hop, el rap, el reguetón… Huyentes de una dicción hiperculta que les resulta no pertinente, por inexpresarlos, a causa de desear en ciertos momentos alejarse orgullosa de ellos.

Nos remite Leandro al pionero Herbert Spencer (“Filosophy and style”), quien recomienda usar frases cortas, qué otra cosa es el verso, y palabras sencillas, si estamos interesados más en la legibilidad que en ser estudiados después de muertos en las facultades de filología.

De existir la pretensión de llegar al barrio bajo, el de los que luchan y sudan, el de los siempre en riesgo de caer, sitibundos de espíritu, renuente al idealismo ensimismado y distante de la vida, no queda otro camino que escoriarse hacia la alta empatía en mayor o menor grado, por unas calendas u otras: palabras de todos, ojalá cortas, privilegio de lo concreto sobre lo abstracto, estructuras que favorezcan la asociación, por citar lo fundamental. Es el primero y no único mérito de Poemosca.
© 2009 Flóbert Zapata