sábado, 19 de abril de 2008

DÍA DEL IDIOMA PARA PEQUEÑOS

(Ilustración de Bryan Andrés Salazar, alumno de 4B de la primaria del Colegio Bosques del Norte)

En 1942, o sea hace más de quinientos años, en Bosques del Norte, en Filadelfia, en Manizales, en Caldas, en Colombia, y en general en toda América vivían los indios: flechas, arcos, taparrabos, achiote, acompañados de medicina, ritos, dioses, leyes, palabras, arte, etc. De ellos era todo porque no había nadie que se los arrebatara. Y cuanto abarcaban su mirada y sus pasos era libre pues no existía la propiedad privada. Y no existía la propiedad privada porque donde hay de sobra hasta para el último de los habitantes y para tirar a la jura, es una tontería poner cercos. Entonces llegaron desde muy lejos, en barcos, los conquistadores españoles, mataron a los indios, no a todos pero sí a la mayoría, o los amedrentaron y los engañaron con palabras y con abalorios y se adueñaron de estas tierras y de su riqueza. Esta esclavitud y este exterminio ocupan varias enciclopedias pero por hoy los dejamos aquí y seguimos por donde nos toca. Los españoles se llevaron el oro metálico, que era lo que venían buscando, y nos dejaron sin saber y sin pretenderlo, otro oro. No “el oro”, como se verá. Se llevaron el oro para hacer monedas, pulseras, anillos y nos dejaron el metal precioso del idioma español, también llamado castellano, por provenir de una ciudad llamada Castilla. Y como cada lengua es oro, tenemos que decir que estos “conquistadores”, más bien saqueadores, ladrones, asaltantes, enterraron en lo más profundo de la tierra minas enteras de oro no amarillo: cientos de lenguas aborígenes con sus cantos, sus sueños y sus tratados. Lo hicieron convirtiendo en ceniza a 20 millones de indígenas y a pueblos enteros. O sea, a cambio de un solo oro, maravilloso por cierto, estas tierras perdieron numerosos oros, no menos maravillosos. Esa es la historia de por qué hablamos como hablamos. Es bueno no olvidarlo.
Las palabras en sí mismas son puras e inocentes. El hombre las puede usar para el bien o para el mal. Un señor muy malo, llamado Hítler, las utilizó para el mal. Mató once millones de personas. Lo que escribía y lo que decía ayudó a convencer a todos los alemanes de que ese genocidio era necesario. Bueno, no a todos, pero casi a todos. Los que no, se pueden contar en los dedos de una mano. Esto demuestra que no siempre la mayoría tiene la razón. Si es de día y cincuenta millones afirman que es de noche y uno solo que no, son ellos los equivocados y no este.
Jesucristo usó las palabras para bien. Para ayudar a redimir a los ciegos, a las prostitutas, a los pobres, a los marginados del mundo. Era un vagabundo de chanclas, túnica, pelo largo, cara sin rasurar, mejor dicho un hippie, que iba de aldea en aldea, de barrio en barrio, de ciudad en ciudad, contando cuentos que dejan una enseñanza y que se llaman parábolas. Fue crucificado por los romanos porque pensaba distinto, según la historia, pero también podemos decir que fue condenado por ser un contador de relatos, un narrador oral. Recordemos de paso que la imprenta sólo se inventaría 1500 años después de este magnicidio por un herrero alemán llamado Johannes Gutenberg.
Los papás buenos y las mamás amorosas utilizan el idioma para el bien de sus hijos. Los papás malos y las mamás desquiciadas, que desgraciadamente existen, utilizan el idioma para el mal de sus hijos y para el bien suyo. Padres hay, madres hay, que mandan a sus hijos e hijas a robar, a tener sexo por dinero, a convertirse en sicarios.
Hay mucho que decir del idioma pero por hoy resaltemos que es muy importante preguntarnos por el que escribe y por el que habla y tratar de saber por qué lo hace y para qué y si sus palabras son puras y trasparentes o sucias y envenenadas. Este es un examen que debemos realizar al conversar con cada persona: maestro, cura, doctor, amigo, gerente, patrón, vendedor, pariente, pero sobre todo con quienes no conocemos. A un emperador chino recién posesionado le preguntaron qué iba a reformar para solucionar los grandes problemas (hambre, traiciones, odio, muerte, etc) que aquejaban al imperio y lo llevarían a la ruina. Respondió que lo primero era purificar las palabras, porque si estas estaban corrompidas, todo lo demás también lo estaba.
El idioma son las palabras. Las palabras de todos los días, junto a las palabras de los poetas, de los escritores, de los filósofos, de los científicos, al lado de las palabras de los libros, de las enciclopedias, de las revistas. Las palabras con las que compramos una cajita de chicles en la tienda, con las que nos narran los partidos de fútbol, con las que a los pobres nos dan las muchas malas noticias y las pocas buenas, con las que le escribimos una carta de amor a la muchacha que nos desvela, con las que se hace la escritura de la casa en una notaría, con las que los gobernantes buenos nos gobiernan, con las que los gobernantes perversos nos engañan, con las que se hacen los chismes que destruyen las vidas y los chismes que son una gran fuente de información, con las que nos dicen los chistes que nos hacen reír a carcajadas. Las palabras sin las cuales no seríamos humanos. Sin las que no existiría todo lo que hay a nuestro alrededor y que llamamos Cultura. Un poco complicado de entender, un tanto difícil de creer pero así es. Sin las palabras no seríamos lo que somos. Y sólo con ellas podremos ser lo que queremos. Y lo que merecemos.
Abril del 2004