miércoles, 7 de noviembre de 2007

MÁNDELO AL CONCURSO —O sobre la pobreza editorial en Manizales y Caldas—

Héctor Juan Jaramillo
Si se deja la posibilidad de que algo sea mal utilizado, será mal utilizado. ¿Tiene un libro que quiere ver impreso? “Mándelo al concurso”. Y el concurso es único y penosamente bianual pero “Mándelo al concurso”. Cuando se trate de un grupo, en una reunión pueden ser despachados con la hipócrita invitación ahorradora de tiempo y saliva: “Mándenlos al concurso”. Cualquier secretaria o portero podrá tener a flor de labio la frasecita para deshacerse de los impertinentes que quieren meterse hasta la sala: “Mándelo al concurso”.
La edición 2007 de este concurso que publica una obra por modalidad, convocado por la Gobernación, no incluyó novela ni teatro pero “Mándelo al concurso”. En esta ocasión le dio el espaldarazo a dos autores que habían mostrado suficiente pasión para merecerlo: Carlos Augusto Jaramillo y Conrado Alzate. Este buen ruido inapreciable es el que, en efecto (y en efectivo), proporcionan los concursos. ¿Quién puede negar además que después de esta música en metálico, piropos y letras de molde la probabilidad de una producción de mayor envergadura aumente?
Duván Marín, hombre humilde, de vida económica difícil, llevó a la Secretaría Departamental de Cultura un libro, en el que muestra verdaderos progresos, a ver si le ayudaban a sacarlo a la luz ¿y qué respuesta recibió?: “Mándelo al concurso”. ¿O fue en el Instituto de Cultura y Turismo donde vivió esta frustración? Da lo mismo, la reacción es igual, incluso en el tono.
Por más y más lugares del Estado, en más y más bocas burocráticas se escucha como exorcismo hecho máxima: "Mándelo al concurso".
Al periodismo literario (crónicas, reportajes, entrevistas, artículos, reseñas, etc), no considerado, se le aplica la receta por parejo: “Mándelo al concurso”. Por supuesto al testimonio (memorias, diario, biografía, autobiografía, etc): “Mándelo al concurso”. Y al antigénero, aquello que no cabe en las clasificaciones tradicionales: “Mándelo al concurso”.
Héctor Juan Jaramillo también escuchó la sugerencia: “Mándelo al concurso”. Sólo que participaba poco del mundo exterior por estar leyendo y escribiendo bien. ¿Ahora quién va a publicar su obra? Nadie. Porque si vivo no era afecto a la competencia muerto menos. Reúne lo inédito de Héctor Juan todas las condiciones de calidad para que lo saquen del sótano y bloquear de paso la tradición de publicar a la gente cuando ya no puede decir nada sobre esta y otras agrias tradiciones paradójicas.
Por las calles de Manizales y por los restantes municipios nos encontramos a menudo con jóvenes de todas las edades que portan su inédito de poesía en el bolso. No uno, no dos, decenas, que necesitan del reconocimiento o del estímulo potenciador de destinos y a los que somos incapaces de inocularles una dosis de “Mándelo al concurso”
¿Qué ha sido lo mal utilizado aquí? El concurso, para desentenderse de las necesidades individuales de unos ciudadanos, gremiales de unos profesionales y espirituales de una comarca. Es decir para no ofrecer una política editorial, que es indiscutible, innegable, urgente e inaplazable y que a pesar de todo niegan sin discutirla y aplazan para trivializarla.
Semejante estupidez a la que hemos llegado: que para que una obra sea publicada tenga que ganar un concurso.
Francamente vergonzoso es ostentar una conducta de vacío frente a los cultores de la palabra, tanta que no pueden esperar nada peor ni más coherente.
Mientras tanto la alcaldía de Manizales se queda calladita. Presupuesto astronómico y paisaje editorial yermo. Sin embargo esta negatividad no sólo aumenta sino que es mostrada como un destacado logro. Ni siquiera un concurso, quinquenal. Para que pueda continuar el dúo mayor sin chupar teta ajena: “Mándelo al concurso”.
El municipio capital y el departamento modelo no tuvieron una política editorial en los ocho años pasados y es poco probable que la vayan a tener en los cuatro que vienen. Domina el estereotipo laureanista cuya clara expresión es esta respuesta de un político “Ilustrado” a unos gestores culturales regionales: “No ayudo para cultura porque la gente cuando se vuelve culta no vota”. No vota por livianos y desmesurados como él, por supuesto.
¿Para qué serviría el milagro casi imposible de que los escritores renuncien en esta materia a sus intereses personales, den tregua a sus neurosis individualistas y entren a decir en coro, al menos a eso, que el asunto pertenece a la constitucionalidad y los derechos y no a la esperanza como evasión y engaño o a la limosna? Al menos para que la fastidiosa, irrespetuosa y remanida proposición "Mándelo al concurso" sea jubilada y reemplazada por otro ardid. Los colombianos, que no soportamos no ser engañados, soportamos menos que el engaño no cambie de disfraz.
5/11/2007