sábado, 3 de noviembre de 2007

BITÁCORA DEL ALIENADO

(Óleo de Diego Gómez)

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Sólo como te conocí te hubiera conocido. No hubieran sido posibles distintas circunstancias ni de tiempo ni de espacio. Sólo como me conociste me hubieras conocido. No germinaría nuestro mutuo presentimiento de otro modo. Así que no busques otras horas, otros lugares ideales para la equivocación. El problema, además, no es si eres feliz o no, ni si has errado. Si somos felices el equivocado es el mundo. Prefiero esta vida de pálida cerveza sin espuma a soñar con haberte conocido entre circunstancias, actores y voces diferentes, es decir a no haberte encontrado. Ser feliz en la caída es mejor que la felicidad de todos entre el vago dolor del desprendimiento.

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Como en un cuento de hadas, el ebrio va dejando señales por el camino, botellas repudiadas. Y de pronto un reciclador siniestro recoge las botellas y las vende a bajo precio. Y el ebrio debe regresar entre flores nocturnas o desconocidas que lo cortan.

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Una de las mayores inclemencias del siglo XX es meterle en el corazón a las personas comunes y corrientes el sueño de las divas y los divos de televisión y cine. A hombres y mujeres comunes y corrientes, es decir que no poseen fortuna suficiente para procurarse una buena copia, aunque se resignarían con una mala, de esos dioses, cuyo misterio va en calculada proporción directa con su alejamiento.

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Adolece nuestra época del espíritu de tribu movida por el principio de que el dolor de uno es de todos y de que la fortuna de todos hace feliz a cada uno. Esa es su mayor posibilidad de destrucción. De hecho obra como lenta conflagración malthusiana diseminada en millones de puntos de la tierra. Quién sabe cuál sea el umbral de soportabilidad, dado que sociedades esquizofrénicas producen individuos esquizofrénicos y viceversa y se sabe que en mundos así perturbados la esperanza decrece. Los moralistas le han dado nombres como egoísmo, insensibilidad, insolidaridad. Es el origen de todas las campañas ecológicas y humanas para hacer vivible al mundo y mejor al género humano. No afirmo que sea posible destruir la pareja y volver al modus vivendi del clan. La humanidad es ahora desmesurada en número. Los espacios geográficos son reducidos, en consecuencia. Puede ser viable, al menos es la única salida que se vislumbra de momento, conjuntar el espíritu de pareja y el espíritu de tribu evolutivamente separados e irreconciliables para el dogma. Sería operar en la práctica los efectos de una macroutopía. Pongamos un caso en micro. En una isla-república fundacional y experimental, previos procedimientos y atenciones científicas de todo orden, antecedente programación genética, treinta mil mujeres paren por primera vez el mismo día y a la misma hora. Los niños al nacer no son marcados ni diferenciados y, muy al contrario, sí mezclados en un inmenso estadi pediátrico. A cada pareja de padres le es entregado un niño, no su consanguíneo, aunque pueda serlo en virtud del azar. Desde luego no habrá líos jurídicos ni de otra especie porque se trata de un experimento social convenido. En adelante cada pareja cuidará al niño que vive en su techo pero también a los otros veintineuve mil novecientos noventa y nueve, porque cualquiera de ellos puede ser su hijo carnal. Ante un niño tirado en la calle, enfermo, hambriento y con frío, nadie pasará indolente, lamentoso seudo caritativo, diciéndose justo como ahora: “Qué pesar”. He ahí, sencillamente, el espíritu de tribu, ni más ni menos que la conciencia de que todos somos responsables de todos. Sin que esto sea una campaña de caridad religiosa sino necesidad puramente ecológica en el sentido amplísimo de la palabra. No se trata de ser bueno sino de la audacia de no ser un verdugo a nombre de conceptos como “mi hijo”, “mi familia”. Consiste en hablar de “el hijo posible”, de “la familia posible”. De la instauración de la conciencia de que “ese” pudo ser mi hermano y “esa” pudo ser mi madre. Esa la despiadada debilidad central del capitalismo. Funciona en un proceso análogo que termina con sentencias macabras: Tú eres mi hijo porque tienes mucho dinero. Tú eres mi familia porque eres opulenta. Es una de las razones por las cuales la sociedad colombiana está herida de gravedad. Porque los que mueren no son en el humanismo y en el afecto nuestras “hijas posibles”, nuestros “nietos posibles”. Hasta que el bazuco convierte dos primos en “desechables” “tomamos conciencia” (lamentablemente transitoria) de la inconveniencia de la droga. Mientras no tengamos un hijo vinculado a o tocado por cualquiera de los grupos en guerra en Colombia (guerrilla, ejército, policía, paramilitares, atracadores, delincuencia común) no sentimos el problema como nuestro. No es imposible, sin embargo, volver a la conciencia de tribu. Está inscrita en la sangre. Basta con despertarla. Darle espacio para que crezca. Abonarla. Viene en los genes. Reprimida por bombardeos inclementes y vigorosa.

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Deberíamos acabar los hombres con el dudoso privilegio de que la infidelidad femenina duela más y sea más traumática. Pero es difícil que la gente renuncie a que amar sea una forma de morir.

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Vivir el mundo como broma y fingir que se le toma en serio, como el poeta en Pessoa: “Finge tan completamente/ que hasta finge que es verdad/ el dolor que en verdad siente”. El golpe de la enfermedad, primera fase, te dice que fuiste grave y te fingiste ligero. Los viajes con regreso a la muerte te dicen que es fatuo todo apego y toda ilusión de posteridad. El acercamiento de la vejez, es decir el sentimiento de desgaste, te hablan de los tontos afanes. Y de que El quijote, Beethoven, la Gioconda no son eternos. En cualquier momento un bólido en llamas hace explotar la tierra y todo se va en partículas. Habrá que esperar luego unos cinco mil millones de años para que se genere vida a partir de otro bolo de lodo gaseoso. Y la posibilidad de que la evolución gire en el mismo sentido de lo que somos es también de uno entre cinco mil millones. Quizá lo que el hombre es y los sueños que lo hicieron nunca se repitan. Fingir que creemos que somos eternos. Fingir que se le toma en serio sólo para sobrevivir. Para sobrevivir bien. Para evitar las impiedades de los humanos.

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Más que una sana posesión, los celos son el deseo de ver muerto al ser amado para que nos libre del padecimiento de verlo ser bello también para los otros, sin los cuales tampoco su singularidad tendría sentido.

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De niño miraba la luna sobre la montaña y soñaba con ir a la cumbre para tomarla por los cuernos. En el sesenta y nueve, cuando los astronautas llegaron a la luna no lo creí. Hablaban tonterías esos hombres que habiendo estado tan pegados del cielo no se hubieran trepado a él.

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Yo también me burlé de la Urbanidad de Carreño. Y ahora, como todos, estoy al otro lado. Estiércol, sangre, podredumbre, destrucción. Un primo, víctima del basuco, se le arrojó a un bus y murió. Todos a mi alrededor temblorosos sin escalofrío. Envueltos en el miedo. Respirando aire con polvo de carbón. Bebiendo agua con amoníaco. Menos que perros: nadie confía en nadie.
Un poco más que cucarachas: todos se devoran entre sí. Atracos. Bichos que se meten en la piel. Violaciones. Sólo amputando los miembros se curan los males. No quiero la urbanidad de Carreño. Pero tampoco este paisaje de cordones umbilicales descompuestos que puebla las calles. Ni champú de orines de chucha. Ni chaquetas de piel de hermano. Jardín de flores monstruosas. Lecho de aguijones. Ojo de alimañas.

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La maravilla de poder escribir como le dé la gana. Donde la palabra agradar sea reemplazada por la palabra flujo. Sin importar los géneros. O los premios. Si le gusta a tal o cual lector. A tal o cual crítico. Sin pretensiones de belleza. Sin interés de publicar. Escribir tan sólo. Porque uno quiere hacerlo. Porque es inevitable hacerlo. La maravilla de escribir para guardar. O para romper. Y que el tiempo encuentre uno de esos escritos. Y lo publique. O no lo publique. Sin conflicto. Y le importe un rabo las consecuencias de negar a la humanidad una obra valiosa o de librarla de una brizna de paja.
La maravilla de poder escribir sin que medie la voluntad. Porque así vomita. Porque así come. Porque quiere hacerlo. Sin tener nada que ver que lo llamen escritor o no. Sin que la fama tenga acciones en el asunto. Sin otra exigencia que ser feliz por lo que escribe. Aunque esa felicidad por momentos se llame miseria. Desentendido de los sueños de inmortalidad. Trozo de carne metido en una caja de metal. Trozo de carne que copula. Trozo de carne que camina sobre el asfalto. Trozo de carne, excepto las palabras.

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Las sociedades deberían organizarse por tabúes sexuales. La ciudad: suma de núcleos con afinidades de interdicción. Grupos movidos por igual conciencia frente a las prohibiciones. Barrio tal de tabúes fuertes. Zona tal de tabúes débiles. Sector sin tabúes: nudismo, promiscuidad. Se evitaría así una gama grande de incomprensiones. Desde molestias pequeñas: el esposo iracundo porque alguien le tira las llaves a su esposa, fiel por principios. El crimen pasional, siempre producto de la disimilitud entre los sistemas de tabúes de dos personas. Porque así revueltos, la sangre salpica los vestidos. El dolor salpica la cotidianidad.

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Sólo en sociedades de ideología unificada no hay crímenes pasionales.
Es decir, en sociedades de religiosidad muy fuerte. O en sociedades de libertad absoluta, con completa ausencia de dogmas. En las primeras los preceptos son el centro desde el que se rigen todas las otras esferas de la vida. El obrar en un mismo sentido garantiza cierto orden. Creer en lo sagrado, o en lo profano de manera religiosa, los salvaguarda de la violación del canon.
También las sociedades con ausencia absoluta de tabúes sexuales están libres de crímenes pasionales. Porque, como en su antípoda, se trata de una anti-ideología unificada que lleva un mismo camino: lo laico y la libertad de conciencia.
La coexistencia, en un mismo edificio de apartamentos, de distintas formas de pensar y obrar respecto al sexo, genera comportamientos esquizoides e ímpetus asesinos.
Vivir en colonias organizadas de acuerdo a los tabúes, será la próxima utopía de la modernidad. Basta un poco más de sangre sin altar de sacrificios, sin dioses. Basta un poco más de sangre de la que nazcan dogmas unificados.

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Uno devora al otro cuando los dioses son dos: tabú y dinero. Y de pronto el devorado resucita desde los eruptos y el estiércol del vencedor y lo somete y lo devora a su vez. Y así cíclicamente. Ruptura del equilibrio a cambio del parapentismo. Pero caminar sobre lava es un mérito indiscutible. Sólo que quien lo hace no ha descubierto aun su poder.

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Hay esperanza sólo si la ausencia de tabúes no configura un tabú. Lo cual parece imposible.

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El amor es infeliz si existe la palabra “prostituta”. Porque indica confluencia de tabúes extremos. Lo contario es la democracia.

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En sociedades donde no exista la yuxtaposición entre los conceptos “puta” y “casta” es posible amar. El resto son señuelos. Espejismos que te llevan a la trastienda y te empujan a un gigantesco barril de alcohol con boleros.

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(Minuto a mil)
La tecnología nos condena a la mudez. La telefonía celular tiene su parte. Por el alto costo del minuto las personas deben resignarse a hablar poco, lo menos posible, en claves reductivas, en monosílabos. La parquedad, que como vocación es importante, como coacción resulta una cadena. Antes del celular ya la televisión nos había condenado al sigilo. Las imágenes lo decían todo. Y llegó a creerse con ingenuidad que una imagen vale más que mil palabras. Pero antes, mucho antes, habíamos perdido la voz. Justo cuando el capitalismo se hizo totalitario. Cuando el dinero se proclamó dictador. Cuando el tener fue todopoderoso para decirlo todo. Cuando la avaricia suplantó a las voces humanas y divinizó las suyas.
Sólo cuando es obra de arte la reticencia tiene la oportunidad de no ser castración.

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No pensar en escribir bien. Liberar la conciencia del peso de esa noción de rendimiento. Quizá sea la manera más próxima a escribir bien.

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El sol no conviene a los cadáveres. No te cases viejo con joven. “Para macho viejo, caña niñita”, es una broma de la mesnada o un proverbio de metano. De metepata.

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El arte es la más encumbrada conversación del espíritu. Olvidamos conversar. Simulan que conversan por nosotros el cine, la música, la publicidad, la televisión, la radio. Nos vamos quedando mudos. La sociedad de consumo y el industrialismo dicen que el espíritu no vale nada. Que lo que cuenta es la materia, la producción en serie. Los poetas no creemos ese cuento. Nos oponemos al proceso de materialización del espíritu al que quieren someternos. Nos oponemos a la mudez.

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En la última etapa de su vida William Burroughs no escribió más. ¿La razón? “No tenía más cosas qué decir”, aclaró antes de su muerte. Esta idea nos sirve para responder a la pregunta ¿qué es un mal escritor?, o, mejor dicho, a ¿qué es un no escritor que posa de escritor? Y ¿qué es? Alguien que no tiene nada qué decir y se empeña en decir. Pero iremos más allá. Esta respuesta es un sofisma de distracción. Porque no hay nadie que no tenga algo o mucho qué decir. La sola condición de humanos nos llena de explosión existencial. Qué decir si a ellos agregamos la trasmisión automática de la carga de vida de los códigos genéticos. De manera que la afirmación de Burroughs debemos entenderla menos a la ligera. Por ejemplo, como que su decir había estimulado con suficiencia el centro cortical de la saciedad y no quería repetirse. Un decir literario, se entiende. Que alcanzan muy pocos. Y para el que no basta el solo tema. O la mera intención. Y que no es la desguarnecida conversación cotidiana sobre el aire o sobre el papel.

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Se trata tan sólo de contarles la primera vez que lo escuché. Es decir la primera vez que se deslizó por mi alma para llevarse mi nombre y colgarlo de un árbol. No recuerdo la canción, ‘Blue in green’ es una pista hacia ella. Tenía veinticinco años y recorría solo el pedazo de noche que la vida nos suele adelantar a todos y que al alba, finalmente, nos entrega un llanto de criatura irremediablemente en brazos de un mundo dudoso. De contarles que fue la segunda vez que le cerré los párpados a la belleza. Que hay reductos para los que no participamos en el certamen de maldad que insiste en ser la vida.

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La juventud es ruidosa, festiva, adhiere a la extroversión. Nada malo hay en ello. Para la expresión de ese mundanal gozo cuenta con el natural espacio de las fiestas, los bares, los estadios, las avenidas. Pero la juventud también medita, aprende, investiga, transforma, crea. Y para ese trabajo profundamente intelectual, de destrucción positiva, constructivo, tiene los salones de clase, las bibliotecas. Por eso, como a los estadios convienen los urras y la algarabía, cierto nivel de desorden moderado, el grito y la chispa, a los salones de clase los reconfortan el silencio y el orden, la aceptación de una disciplina favorable a la convivencia y el alto rendimiento y una cierta y benigna disposición de ánimo.

Este es el más caro sueño del maestro hoy. Escupido, humillado, amenazado, ridiculizado, manoseado por Estado, padre, alumnos, directivos, compañeros canibales, en los momentos y escenarios menos esperados, este es el caro sueño del maestro hoy.





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Tengo el corazón fracturado. Lo dejaré así. Si lo curo no podré escribir. ¿Qué cosas pueden producir la alegría permanente o el idiota?




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El problema de la humanidad es su capacidad de camuflaje. Camaleones de ciudad, los corruptos reciben medallas, homenajes, bustos, nombres de escuelas o avenidas. Se masturban y luego afirman que la “Polución nocturna” (así la llaman los miserables) produce ceguera y tuberculosis, a mano certificados médicos y artículos científicos. Nuestro país es una extensa galería de esos especímenes. Ya lo dijo el presocrático Antístenes: “Las ciudades se pierden cuando no se pueden discernir los viles de los honestos”.

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De una familia el hijo menor es el llamado a ser poeta. Receptor de las neurosis de sus hermanos y sus padres, no de otra manera puede librarse de su trágica herencia. Si hubiera crecido en un mundo de sabios, como aqui los entendemos (portadores de verdades reveladas) el otro camino hubiera sido el suicidio.

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El tamaño del corazón es demasiado para el hombre. La mitad, quizá una tercera parte del corazón, le iría bien. O un pequeño corazón de picaflor. De manera que sólo pudiese albergar sueños moderados en vez de los pesados que lo asfixian y lo torturan y no le permiten volar.

50
Cuando llega un sueño nuevo el sueño viejo debe salir e irse a morir lejos. No caben dos sueños en el corazón del hombre. A veces el sueño viejo se niega a irse y el hombre debe matarlo con sus propias manos. Suele suceder también que el sueño, en su defensa instintiva, lleva al hombre a la muerte. Vivo o muerto, andará a partir de allí con la conciencia de dios asesino.

51
La noticia de la llegada de un nieto hace más inminente la muerte y menor la sensación de vacío.

52
Y cuando una mujer joven diga algo bello de tu cuerpo entiéndelo como un elogio a tu manera de envejecer, es decir de tornarte inocuo en términos sexuales, y no como un movimiento de la seducción o el arrojo.

53
Lo que odio en ti cuando estamos juntos se convierte en amor cuando estamos separados.

54
Árbol sin raíces que a los nueve meses expulsa al hijo y le corta el cordón umbilical. Hijo que abandona a la madre porque cree en su destino de árbol arrancado de la tierra. Que será abandonado por un hijo que no duda de que sus raíces están conectadas a las estrellas.

55
En el cine norteamericano siempre hay un cuchillo ensangrentado, un puño izado amenazante o un revólver apuntando. Todo se autorregula menos la estupidez. El cine independiente es la sangre desechada que lo salva.

56
Los medios de comunicación son la nueva Biblia. Con la apariencia de que puedes variarla.

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Un día a las tres de la tarde la sombra de mi cuerpo fue una tumba, con la cruz quebrada.

58
El dios cristiano es un siquiatra que entiende muy bien a los demás pero no se comprende a sí mismo.

59
Todas estas cosas de mi cuarto. Los libros: los leídos, los por leer, los que ya no leeré. El computador, la silla, el equipo de sonido, los discos compactos, el cuadro de los girasoles de Van Gogh, un afiche del Che, una foto de mis cinco años con una mirada de ángel de la que me avergüenzo un poco. La cama de una neutralidad sosa. El nochero que no guarda objetos obscenos, mutilado. Todas esas cosas que me observan cuando abro y cierro la puerta. Todas esas cosas quizá crean que yo soy su Dios y esperen con paciencia a que les de vida.

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Che, no brindo por ti. Brindo por tu madre, que murió de cáncer en el más inconmovible silencio. Por tu abuelo, cuyo lema era no robar, no mentir, no tener miedo. Por Córdoba, donde hubiera nacido Cristo si hubiese sido latinoamericano. Por tu padre, polo a tierra, raíz elegida. Por el médico que te trajo al mundo para que le dieras una palmada a las nalgas de la historia. Por el asma que te indultó tantas veces. No brindo por ti. Brindo por los seres y las cosas que te dieron vida.

61
Amar es decirle a la muerte: escojo una culebra en vez de una silla.

62

En mi vida ocurrieron milagros. Tantos que llegaron a destruirme.