miércoles, 2 de mayo de 2012

UN VERDADERO MILAGRO. Por Flóbert Zapata



Acompañé ayer en el centro a la marcha del Primero de Mayo.
Donde Miguel (Castro), mientras esperaba, compré por cuatro mil pesos Hojas de hierba de Walt Whitman en una completa edición mexicana de Editorial Novaro, un verdadero milagro.  Tendré que escribir sobre Miguel porque en su local me ocurren milagros de estos de seguido.
Vi maestros.
No vi poetas.
Vi a Jorge Eliécer Gaitán, el que me hizo unas puertas metálicas para mi casa de La Carolita hace veinte años, con chaqueta de capota en vez de sombrilla como los otros y pensé en la dura bendición de su nombre. Estaba cerca a la acera, la ruta de los que comulgan pero en un momento dado pueden alegar coincidencia, entre otros, como el anciano menudo que dijo desde lejos: ¡Qué pereza esa bulla!
Me saludó festivo Julián, un exalumno del Liceo que cargaba la pancarta del sindicato de Colombit.
Conocí a Edelberto Becerra, me contó la vida de su padre liberal aplanchado en Neira en el 50 y luego desplazado, por sobre lo cual hay conservadores entre sus hermanos.  Aprendí mucho de su pasión calmosa, almorzamos paella en Govindas, el restaurante vegetariano.
Whitman, el más grande poeta norteamericano hoy, en su época despreciado, ridiculizado, tan excéntrico como los asistentes a una marcha del Día del Trabajo en Manizales: dos mil personas del millón que habita el departamento. Whitman, quien conforma junto a Edgar Allan Poe, la pareja de desadaptados de su tiempo. Whitman, que en su dedicatoria A los Estados dice: “A los Estados o a cualquiera de ellos, o a cualquier ciudad de los Estados: Resistid mucho, obedeced poco. Cuando la obediencia es incuestionable, cuando la servidumbre es completa, ninguna nación, estado o ciudad de este mundo, recobran jamás su libertad”.     
Manizales, miércoles 2 de mayo del 2012

© Flóbert Zapata mayo del 2012