jueves, 29 de agosto de 2013
No valen nada. Por Flóbert Zapata
(Fotografía: Muro frente al colegio Los Ángeles)
Todos somos hijos de campesinos, todos
venimos de campesinos, en los antepasados de toda persona hay campesinos, las
ciudades tienen fecha de nacimiento y antes de ellas sólo existía el campo,
llevamos el campo en los genes, llevamos un sombrero raído en los genes,
llevamos una ruana o un poncho en los genes, llevamos uñas untadas de tierra en
los genes, llevamos un azadón en los genes, el que desprecia al campesino se
desprecia a sí mismo, desprecia a sus antepasados, desprecia la especie y
desprecia la patria.
Hace mucho tiempo que los campesinos
colombianos aguantan hambre, que sacan sus productos a la venta y no valen
nada, que viven endeudados, que tienen que vender su parcela por cualquier cosa
y largarse, cuando no los echan a plomo para quitársela. Terminan viviendo en
pequeños cajones en las ciudades en las que no hay empleo pero sí facturas que
pagar y el resto lo sabemos, la degradación, más calderas para el infierno.
Hace veinte años los alumnos de la
Concentración José María Córdoba de Neira llegaron como de costumbre a las
siete de la mañana a clases desacostumbradamente cargados de naranjas. ¿Por
qué? Un campesino había sacado su cosecha de naranja para vender en la Galería
pero no le daban nada por ella, no le daban ni para pagar el transporte,
entonces indignado destapó los costales y la regó en la calle.
Esta semana estuve en la finca de mi
cuñado en Neira, me cuenta Dora X., y había mucho maíz en mazorca y nos dijo
Coman como un hijueputa, coman lo que
quieran y lleven que eso no vale nada, eso se pierde. Ni lo saca porque no le ofrecen
nada por él y vaya uno a la tienda a comprar maíz y se lo venden bien caro.
¿Por qué esta situación? Porque el
gobierno tiene que comprarle a los países ricos sus excedentes, aunque aquí las
cuentas se descuadren, no les importa sino cuadrar las cuentas de ellos, tiene
que importar maíz, tiene que importar arroz, tiene que importar harina de
trigo, tiene que importar algodón, tiene que importar de todo, hasta naranjas
de los Estados Unidos traen, cómo les parece, naranjas, que aquí se dan cual
maleza, vi melones de Inglaterra en Carulla, estamos fritos, tiene que importar
lo que le ordenen, y cuando el campesino
va a vender le ofrecen miseria, si le ofrecen, porque como ya tienen tanto para
qué mas, de ese tamaño. Y digo tiene porque es así, el gobierno recibe órdenes
desde afuera, gobierno como uno creería no hay ya, nuestro presidente es una
especie de subdirector, para decirlo claro. Al principio Canadá, los susodichos y los otros
europeos venden baratísima la avena, por poner un ejemplo, a mitad de precio de
la colombiana, entonces los cultivadores colombianos quiebran y dejan de
cultivarla, como ya no hay aquí tienen que comprarla allá y entonces aprovechan
y la venden carísima, Dora no miente, abusan, manipulan, se llama negocio.
Despoblaron los campos, son pocas ya
las casas echando alegre humo de leña, hay que hacer mucho esfuerzo para
encontrar una, y en ciertas zonas no se la encuentra por más que se
busque.
Los tratados de libre comercio, ese
nombre tan bonito, farsante como todo lo cruel, culpables del sistema de
importaciones mencionadas antes, acabaron de empobrecer al campesino, acabaron
de endeudarlo y no quedarán contentos hasta que el último campesino renuncie a
su tierra, hasta que no se borre la palabra campesino del diccionario colombiano
y se la cambie por la de empleado del campo u otra, como a sirvienta se cambió por empleada doméstica. Así lo que quede del campesino en el futuro, empleado
doméstico. Simple cuestión de semántica. Y no he tocado en estas notas sino una
parte mínima del inmenso problema que tiene el país que resolver y que no
resolverá. Porque sólo lo haría con permiso de afuera y afuera no les interesa
nuestro sufrimiento. ¿Por qué les habría de interesar?
La Carolita, jueves 28/ago/2013
© Flóbert Zapata, agosto de 2013