martes, 6 de agosto de 2013
La muerte que no se deja ver de los niños. Por Flóbert Zapata
(Pincho vegetariano, restaurante Laurel)
Volví
a comer gelatina de pata, me culpo. Pero la desesperación de la enfermedad le
impone a uno sacrificios dolorosos, lo hace traicionarse, esto me pasó con el sangrante
ataque de hemorroides, que no tenía por qué darse, que demuestra que los
alimentos contienen demasiado veneno, que el aire y el agua contienen demasiado
veneno, como si no bastara con el veneno de las miradas. El miedo al cáncer se
suma a los otros miedos de los colombianos. Oh, terrible cáncer, arrancas las
esperanzas como a desechables cuernos de cabezas rojas y muertas de ojos abiertos,
te comportas como un dios, nos harás saber que no hay dulzura que valga, que no
hay nada que sirva, que no hay nada que cante,
porque el mal está hecho sin regreso. Voy a dejar la gelatina de nuevo,
aunque la misteriosa combinación de colágeno y panela hace tanto bien a mis
males, pediré perdón aunque no lo merezco. Pienso en las bellas manos del
animal, mutiladas, solitarias en un lóbrego rincón de
aguasangre, impermeables amarillos, botas y mangueras, porque no valían nada, la piel tan viva como la
maldad, el cartílago cortado y blanco como una foto del silencio atroz, tengo esa imagen después de ver matar a las
reses con cuchillo, de verlas desangrar maniatadas, de ver su oscurecida y
coagulada sangre en baldes de plástico, de verlas despellejar colgadas en un
gancho, de ver temblar sus músculos en carne viva, de tomar sangre caliente y
espumosa, aunque un poquito no más, no corresponde a lo normal preñar heridas
de ninguna especie. Porque conocí a fondo este mundo cruel y adicto no tuve
ninguna dificultad en volverme vegetariano hace tres años, lo que me ha dado
paz en el alma, ahora veo un animal sufrir y lloro como si viera sufrir al
prójimo, como si viera sufrir a mi hijo o a mi hija. Las bellas manos con las
que caminó, con las que corrió, con las que guardó el equilibrio, con las que se levantó después de caer, humano
que es, con las que volaría alguna calurosa tarde de verano en otro mundo, que no le sirvieron para derribar las verjas, saltar
los alambrados o cavar su propia tumba, para huir de la nueva muerte, de la
muerte industrializada, de la muerte que no se deja ver de los niños.
La Carolita, lunes 5/ago/2013
© Flóbert Zapata, agosto de 2013