jueves, 7 de febrero de 2013
SUAVE SONRISA DE ASTRO. Por Flóbert Zapata Arias
Para uniformar se necesita estar uniformado. Nada más uniformado que cierto sector de
maestras, todas hablan igual, piensan igual, se visten igual, suprimen igual, asfixian
igual, fiscalizan igual, cantaletean igual. De las mujeres que andan por la
calle o que se montan en la buseta fácilmente puedes discernir cuáles de ellas
son maestras de este sector y cuáles no. Alguna quería la diferencia pero el que uniforma
termina uniformado a las buenas o a las malas. No se acepta una mancha en el
paisaje marciano, a la oveja negra le tiñen la lana.
Bueno, casi todas. Conocí maestras desemejantes, serenas, libres en
secreto, tú Marta Lucía, tú Amparo, tú Yanet, tú Adelita, tú Alba Lucía García,
tú…
Tú Maritornes, que te autoproclamabas especial, eras la más doctrinaria
y adoctrinadora de todas. Como tú Ana
Matilde gritona, como tú B.V., que acardenalabas con regla a los alumnos y ni
siquiera les leías cuentos.
Qué horrible ser hijo de una maestra uniformada, pero lo fui en cierto
modo, de una maestra frustrada, de una monja sin hábito.
Te recuerdo con cariño, doña Nohemy Betancur, maestra de primero primaria
en Filadelfia, porque me hablabas cuando te llevaba los libros de la casa a la
escuela y de la escuela a la casa, la única.
E. M., qué falta de dulzura la tuya. La dulzura está prohibida por el
derecho de herencia y por las pelucas pedagógicas.
C. G. iba por la calle real de Neira con su papá y este vio a su antigua
maestra y lo invitó a que la saludara. Le respondió: Qué voy a saludar a esa
vieja, con esos pellizcos tan bravos que me pegaba.
Mi hija recuerda con inmenso cariño a su profesora de quinto grado en la
escuela Antonia santos, “la mejor que
tuve”. Yo mismo reconozco consolado su suave sonrisa de astro.
Hubo un tiempo, el intermedio, en que fui, mediocremente por fortuna y sordo a toda violencia física, aun a la más mínima, como esas maestras
uniformadoras. En que fui como los maestros que eran como esas maestras. Había
sido arrastrado por la corriente. Me encuentro con exalumnos que me hacen
malacara o no me saludan, entiendo que lo merezco. Pero al final nadé a la
orilla, refloté los sueños. Los alumnos de mis últimos años me recuerdan como
mi hija a su maestra de suave sonrisa de astro.
La
Carolita, jueves 7/feb/2013
©
Flóbert Zapata, febrero de 2013