martes, 26 de febrero de 2013
Ataúd tallado a mano II. Por Flóbert Zapata
LI
Anciana, sobre tu cuerpo
sin vida
aletean con furia
los instantes
del deseo negado.
Apagan obsesivos
el fuego de los
cirios,
se meten en las
almas
de los que ahora te
velan,
y los hacen temblar
y enmudecerse.
LII
La muerte, que es
mi doble,
actúa por mí en la
dicha
y me abandona en
las escenas de dolor.
Los aplausos le
pertenecen y los quema.
LIII
Recuerda esos
encuentros con la perplejidad,
cuando después de
que hacemos el amor
tienes sueño, te
duermes,
y al despertarte
traes en los labios
briznas de azúcar
de ultratumba.
LIV
La muerte se
masturba, se masturba.
Cada cadáver es un
miembro para ella.
No repite, hay de sobra.
Y a veces la muy
puta
se contenta con mil
y no con uno.
LV
LO VI, MORTALES
En los entierros
juegan:
esconden el cadáver
en el bosque
y al que lo
encuentra le conceden un premio.
No saben de
tristeza
los ritos
funerarios
y el muertito
sonríe.
LVI
CARTA DEL MÁS ALLÁ
En verdad hace
frío: nuestro alimento único.
El sol destruiría
todo orden.
En cuanto a mí,
estoy mucho mejor
desde que he
comprendido que llorar
consuela a un costo
alto: cada día ver menos.
Contemplarme hacia
adentro, cada vez más adentro,
hasta ser tanto yo
que no me reconozco,
me libra del dolor
de no poder amar,
de no sentir
nostalgia por la vida.
LVII
SANTOS ÓLEOS
Entrega los
prestados hielos de la avaricia.
Saca los amuletos
sumergidos
en lo que fuera
lodo y es memoria.
Escancia el vino
fuerte de los escalofríos.
LVIII
DE DOS NIÑOS QUE
OBSERVAN UN CADÁVER
—¿Por qué guarda
silencio?
—No ves que está
tratando de recordar su nombre.
LIX
Tu misión en la
tierra:
trabajar largos
años,
construir una casa,
luego sentarte a
ver
cómo se va llenando
de cadáveres.
LX
LEMA DE
ENTERRADORES
Con cada cadáver
sellamos
un agujero del
infierno.
LXI
EPITAFIO PARA UN
AEROFÓBICO
Donde leo azafata,
leo también
amorosa enfermera.
Donde leo piloto,
leo también terrible
enterrador.
LXII
EL CADÁVER
La tierra que lo
cubre
está más viva que
él:
heridas de lugar
sus pobres alas,
el tiempo sin los huecos
en los que se posó.
Pero luego los dos
serán iguales,
al querer
levantarse y no poder
sin la ayuda del viento.
LXIII
Me ha llegado de
pronto,
una brutal,
creciente,
sensación de
llenura,
como si hubiera
estado
al tiempo en tres
banquetes.
De resto no me
siento mal,
excepto que no
puedo
abrir los ojos ni
moverme
y porque los observo
llorar frente a mi
cama inconsolables.
LXIV
RUPTURA
Dentro de ti mi
cadáver
y tu cadáver en mí.
Sacas de ti mi
cadáver:
te sacas a ti de
ti.
Sacas de mí tu
cadáver:
te sacas en mí de
ti.
LXV
Una montaña
de un millón de cadáveres,
en un millar de
años,
produce la energía
suficiente
para encender la
luz
de un cocuyo
durante tres segundos.
LXVI
LEY DE LA INERCIA
Todo cadáver tiende
a conservar la
duda.
LXVII
FUGACIDAD
Hace no mucho tiempo,
para sobrevivir, un pez optó
por convertirse en pájaro.
Hace cinco segundos
que hice doler la pelvis de mi madre.
Y muy poco de aquello:
el chico que gemía por amor.
Hace un rato era un muerto
y no me levantaba.
LXVIII
VICIO
El placer de fumar
después de las
comidas.
A veces comer
rápido
para empezar un
cigarrillo.
¿Por qué morimos rápido
y vivir no es
placer?
LXIX
CUMPLEAÑOS
Dos regalos,
canción, algunas risas.
Un pastel con velitas
encendidas.
Y trescientos
sesenta y cinco cadáveres.
LXX
Un vivo no es un
muerto
porque aun tiene
rosadas y calientes
las cenizas.
LXXI
Suelo espiar a la
muerte
cuando bajo la
lluvia va desnuda.
Para que me
perteneciera
bastaría con sólo
abrir la puerta.
Pero prefiero así,
mirarla hasta
dormirme
al pie de un
agujero en mi ventana.
Me concentro en sus
mamas:
las gotas que se caen,
deseosas de tierra,
de sus largos pezones.
Las calles que
recorre son mis calles.
LXXII
Besé a la muerte en
los labios
y ella me mordió la
lengua,
la arrancó y se la llevó.
Desde entonces no
me ama,
y cuando a veces me
habla
lo hace con mi
propia voz.
LXXIII
Dios sólo viene al
mundo
cuando hay buena
cosecha de cadáveres.
Quienes mueren por
fuera de cosecha
tienen la inmensa
suerte
de no ser
transportados en su mano.
LXXIV
CUARENTA AÑOS
No te afanes,
muchacha:
es cadáver aquello
que posee
voz de pasado y
cuerpo de presente.
LXXV
Cada uno escogía
un muerto para ver
a través de sus
ojos.
El paisaje punzaba
y los hacía llorar.
No pude escoger:
fui el último en la fila,
sólo quedaba un
ciego.
LXXVI
EL AIRE TAN DEMÓCRATA
Hablan como si
fueran a morir
(olvidan el vacío,
lo pretenden).
Miran por las
ventanas
como si fueran a
morir
(las nubes: algodón
de azúcar gris).
Leen periódicos o
libros
como si fueran a
morir
(el arte los
protege, por fortuna;
en tierra volverá a
ser fugaz encuentro).
Respiran como si
fueran a morir
(disfrazan la
quietud de pretensión).
Callan como si
fueran a morir
(cierran los ojos
unos).
Calmados, pensativos
(una azafata ofrece
emparedados, jugos:
nuestros
antepasados surtían al cadáver
con abundantes
viandas para el viaje),
intelectuales,
fríos
(una que otra
sonrisa lo confirma:
nadie tan
desprendido del mundo como ellos),
todos como si
fueran a morir.
LXXVII
Aplaudamos al
muerto anónimo y sencillo
y no sólo al ungido
por fama o por riqueza.
Desesperado actor,
ineficiente,
ha debido gritar
para ser escuchado
en un tablado del
tamaño de la tierra.
Habría que
aplaudirlo en masa y sin medida,
aunque no más el
grupo
familiar y de
amigos haya visto
su teatro aturdido,
inevitable.
LXXVIII
Los obreros
trabajan todo el día
en el gran
cementerio
que es la ciudad
y vuelven por la
noche
a morir en sus
casas.
LXXIX
El proceso termina.
Entrarás
finalmente.
Pero oye la
noticia:
los verdugos más
fieros
son los del
paraíso.
LXXX
MURIENDO
Devolver, era
falso, el corazón.
Pedir uno de bruma.
El cuerpo, también
falso, sin relevo:
vacío suspendido
entre dos piedras
o entre dos
proteínas.
LXXXI
En vez de soledad,
como todos presienten,
uno está acompañado
todo el tiempo,
a veces en
exceso.
En el más solitario
y apartado rincón
encuentras por lo
menos mil cadáveres.
A veces acontece
que millones de ellos
se coordinan para
formar una montaña
y evocar los
paisajes de la tierra.
LXXXII
Yo que trascurro en
él,
definiré el
infierno,
ahora con absoluta propiedad:
un mundo donde todo
es perfecto y es
limpio,
es suficiente y
negro,
con un cruel
parecido
a esas alegrías de
los hombres
que nacen del
dinero.
LXXXIII
Asesinos de otros
somos todos
y de nosotros
mismos,
aunque no haya un
letrero de verdugo
en la frente, en la
puerta.
También
sepultureros,
que ejercen el
oficio de manera indirecta.
Y escultores de
lápidas,
excepto que
tallamos los crueles epitafios
en billetes o
rostros desechables.
Sólo una profesión
no ejerceremos:
vendedores de
flores,
asunto de Dios y su
corte.
Uno por uno somos flores
de invernadero
para adornar la
tumba inmensa
que es la
eternidad.
LXXXIV
Dios se duerme y te
enfermas.
No maldigas la
clínica.
No maldigas la
noche.
Si quieres
despertarlo
debes morir
primero.
LXXXV
El mundo es una
gran alcancía de Dios.
Las moneditas
de esa rica
alcancía son los hombres.
Con los ojos
cerrados Dios saca moneditas
de la alcancía cuando
está muy llena:
ahí nacemos.
Y le echa moneditas
cuando está muy vacía:
ahí morimos.
LXXXVI
El dolor. El cadáver.
Los sollozos.
Las flores. El formol. El maquillaje.
Los algodones en
los orificios.
Las deseosas
larvas.
El vestido. La
cruz.
La lápida. La fosa.
La vergüenza de no seguir
enfermo.
LXXXVII
Sales a caminar.
Nada más que no
vuelves. De eso se trata todo.
Sin árboles ni
pájaros.
Vas a ninguna parte.
Sin fatiga.
Solitario. Callado.
Sin nubes. Sin
sonidos. Siempre solo.
A veces chocas con
otro cadáver
y al querer
disculparte o despedirte,
compruebas que
enfrentaste una alucinación,
tu única
posible.
Sigues sin preguntar. Sin luces y sin sombras.
Sin disputas. Sin
fotos.
Sin paisajes
sangrientos.
Solo. Siempre tan
solo. Sin llorar. Sin reír.
Sin dudas. Sin
lactosa. Sin aquellos teléfonos.
Con demasiadas
rutas por andar.
Ni rápido ni lento.
Sin ríos. El mar
como una mancha lejana.
Con una persistencia
única:
el deseo de ser
abandonado.
LXXXVIII
SOMBRA
Un día a las tres
de la tarde
un payaso de gorro
cónico
fue una tumba de
cruz quebrada.
LXXXIX
DICEN QUE FUE
SUICIDIO
Cambiar las flores
de las tumbas, abrir
y cerrar lápidas
es la labor del tiempo.
E hipnotizar los
vivos
para que no
renuncien
y sigan en el
cuento hasta el final.
XC
Qué sensación de
que los otros
son gusanos
normales y yo no.
Qué francas sus
sonrisas.
Qué fáciles sus
caras de hermandad.
Tan abrigados todos
y qué frágil
mi camisa obsoleta.
Qué lento llega el
tiempo y cómo tarda el hambre.
Qué dolor en los ojos
y el llanto que no viene.
Qué horrible
sensación
de que los otros están
muertos
y yo no.
XCI
Despertarás un día
de estos
con negra vocación
de carnicero.
Matarás a tus
sombras una a una.
Demolerás también
las fotos de las
sombras.
Todo lo harás
tendido en una cama.
La sábana será por
vez primera
ese nudo que no se
puede deshacer.
XCII
Ya pasaste la edad
de las agujas.
Todavía no logras
caminar por el
cielo.
Y en tu lengua
persiste el sabor de la tierra.
XCIII
Hay entre los
mamíferos
uno que corre y
corre y nunca para.
Para que se detenga
y no reviente
debe
suministrársele un sedante,
guardarlo en una
caja de madera,
muy bien asegurado
con puntillas,
y ponerlo dos
metros bajo tierra.
XCIV
No me canso de
verte sonreír.
No me canso de
verte amar.
No me canso de
verte cantar.
No me canso de
verte andar.
No me canso de
verte besar.
No me canso de
verte hablar.
No me canso de
verte morir.
XCV
La vida siempre se negó
a decirme
las cosas que
sabía.
Debió habérmelas
dicho
con claridad,
una a una y
despacio.
Pero no, me las
dijo
todas juntas la
tarde
en que murió mi
padre.
XCVI
Las veces que me
encuentro, y son tan pocas,
con un hermano,
no dejo de mirarlo
fijo a los ojos.
Quiero saber si
está
muriendo lento o
rápido,
muriendo mucho o
poco,
muriendo bien o
mal,
feliz o con
tristeza.
XCVII
Un ataúd en hombros.
El fracaso de no poder
subir.
La ilusión de ya no
descender más.
Un cuerpo que
devuelve
el lugar que
ocupaba en el espacio.
XCVIII
La vida sabe mucho
de ataúdes.
La muerte sabe
mucho
de muchachas.
XCIX
CIVILIZACIÓN
En el mismo paquete
te mandan el
cadáver y el antiácido.
C
En el día te llenas
el vientre de
hospitales.
Vomitas por la
noche
o salen en el semen
o la orina.
Un día uno se
queda.