martes, 16 de julio de 2013

LA OSCURIDAD QUE NUNCA DICE ADIÓS. Por Flóbert Zapata Arias Montes Carvajal

Por fin íbamos a hacer fotos en San Esteban. Apenas entrados, nos llamó a H. y a mí un mulato simpático, bajo y desnutrido armado de una varita, esforzado por aparecer decente, que ganaba para pagar los cinco mil pesos de la pieza en La Galería organizando los floreros de los osarios, según dijo,  nos aconsejó que no entráramos solos porque atracaban e hizo de guía sin ofrecerse. 
Recorrimos todo el cementerio: los antiguos panteones, el abandonado y polvoso de Bavaria desde que esta embotelladora cerró, el marmóreo amarillo de los curas, el superpoblado de los policías…

Trasmisión de la cuidadosamente sembrada superstición: después de media noche todos los muertos rezan, desde aquel edificio blanco que está allá ven por la noche a alguien que camina vestido de blanco y luminoso, etc.

También nos hizo el tour de la crónica roja.

Nos llevó primero a un nicho alto, triste, desenfadado y sin lápida. Escrito con un palillo o con un destornillador sobre el cemento cuando estaba fresco esto: “Sandra Milena Arce Gómez. TQM. La Taison. Mayo 27/ 2013”. La violaron dos sujetos y la mataron de ochenta puñaladas. “Querían matarla, ¿no? Ya cogieron a los dos manes. ¿Qué cámara tan buena, ¿Vale mucho?”, anota el hombre de la varita. “Ah, sí, yo leí la crónica sobre ella en el periódico”, recuerda H.

Luego a la tumba terrestre de un chico cuyo nombre no anoté porque quedaba en la foto y resulta que la foto salió mocha en la parte alta. Moviendo la varita lo cuenta: “Era un jibaro, tres tiros le metieron. Tenía doce años. Un señor viene con una botella de aguardiente, reza, llora y ya borracho jura que vengará su muerte. El cuerpo olía a pura solución”. Sin embargo olía peor un hombre comido de los gallinazos al que trajeron hace poco desnudo y envuelto en una carpa del Ejército.

Decidimos emprender la salida. Vemos de paso a tres muchachos de barrio pobre llorando sin lágrimas frente a un nicho bajo, posiblemente a un miembro de su pandilla. Saluda el encabezante mulato al sepulturero endomingado, que está sentado vigilante en un banco de madera, H. repite el gesto y cuando quiero hacer lo mismo, último en doblar la esquina, el sepulturero me indica llevándose el índice al ojo y bajando el párpado que cuidado con el mulato, que es ladrón, y peligroso según el énfasis. Justo en la puerta le compro una boleta de una rifa que me había ofrecido antes, le doy los dos mil quinientos pesos, no le recibo el papel que llenó con lapicero y nos retiramos.

A la cuadra doy vuelta a la cabeza y veo al mulato con un compinche, seguro lamentándose de haber aparecido tarde con presas tan buenas, “los dos llevaban cámara y la del señor que no tiene sombrero vale dos melones”.   Pero ya estábamos lejos, fuera de peligro, desconectados de la oscuridad que nunca dice adiós.

La Carolita, junio del 2013.

 

 

 

© Flóbert Zapata, julio de 2013