lunes, 12 de diciembre de 2011
UNA PERSONA NORMAL. Por Flóbert Zapata
Dedicado a Nadja y Alejandro
Recién nacido dependías de la leche materna pero has crecido, vas a la escuela, al colegio, a la universidad y sigues ansiando la leche materna.
Como tu madre ya no lacta, buscas por todos lados parturientas para contarles tus verdades y tus mentiras y convencerlas de que te dejen chupar sus senos, por caridad, por dinero, por locura, por confusión.
¿Estás enfermo de adicción a la leche materna o no? Por supuesto que sí, sólo lo negaría un borracho. Dilo, quiero oírlo: Estoy enfermo de adicción a leche materna. Que te regala otras enfermedades porque fuera de la infancia no se produce la bacteria que permite la digestión y asimilación de la leche materna o de cualquier otra leche de origen animal.
Esto es el apego: Necesitas de tu madre para ser feliz como necesitaste en tiempos de puerperio la leche materna para sobrevivir, primer eslabón.
Luego necesitas de tu novia para ser feliz como necesitaste de tu madre para ser feliz, segundo eslabón.
Paulatinamente necesitas del consumo desenfrenado, del lujo, de los escrúpulos, del desprecio, de la vanidad.
Has comenzado vehemente la cadena interminable, la brillante carrera del apego. Felicitaciones, bienvenido al trastorno mental aplaudido, al club universal del sufrimiento avante, del sadomasoquismo, del horror, bienvenido al peor infierno, el que te hará pensar en el suicidio o te hará desear no haber nacido.
Tu adicción hará metástasis en tu mente y tu cuerpo y en otras mentes y otros cuerpos al tiempo que despierta nuevas lacras: al fin te has convertido en una persona normal.
La felicidad depende ahora totalmente de los otros y no de ti, la felicidad depende ahora del mundo exterior y no de tu mundo interior.
Cuando tengas un hijo y repitas en él tu tragedia, tu enfermedad, tu cadáver, recibirás medallas de ciudadano ejemplar y resoluciones con parágrafo en las que te ponen como ejemplo para las nuevas generaciones.
Y una tarde al verlo perplejo y a la deriva, deprimido y desmoralizado, naufragio al que nada perturba, te reflejarás en él como en un espejo, comprenderás que ha atardecido para ti y para lo que más amas y nada podrás hacer sino cargar con tu culpa real hasta el día de la muerte o acaso arrodillarte y avivar un indulto sabiendo que no te creerán, inepto, lisiado también para despertar compasión.
Te quedan entonces el alcohol y el cigarrillo, el misticismo y la crueldad, los antidepresivos y la codicia, el hidróxido de magnesio y los asados de especies vivas y soñadoras, si no otras miserias, pero ya te las habían dado con anticipación.
Manizales, diciembre 6 del 2001
Copyright © Flóbert Zapata 2011
Recién nacido dependías de la leche materna pero has crecido, vas a la escuela, al colegio, a la universidad y sigues ansiando la leche materna.
Como tu madre ya no lacta, buscas por todos lados parturientas para contarles tus verdades y tus mentiras y convencerlas de que te dejen chupar sus senos, por caridad, por dinero, por locura, por confusión.
¿Estás enfermo de adicción a la leche materna o no? Por supuesto que sí, sólo lo negaría un borracho. Dilo, quiero oírlo: Estoy enfermo de adicción a leche materna. Que te regala otras enfermedades porque fuera de la infancia no se produce la bacteria que permite la digestión y asimilación de la leche materna o de cualquier otra leche de origen animal.
Esto es el apego: Necesitas de tu madre para ser feliz como necesitaste en tiempos de puerperio la leche materna para sobrevivir, primer eslabón.
Luego necesitas de tu novia para ser feliz como necesitaste de tu madre para ser feliz, segundo eslabón.
Paulatinamente necesitas del consumo desenfrenado, del lujo, de los escrúpulos, del desprecio, de la vanidad.
Has comenzado vehemente la cadena interminable, la brillante carrera del apego. Felicitaciones, bienvenido al trastorno mental aplaudido, al club universal del sufrimiento avante, del sadomasoquismo, del horror, bienvenido al peor infierno, el que te hará pensar en el suicidio o te hará desear no haber nacido.
Tu adicción hará metástasis en tu mente y tu cuerpo y en otras mentes y otros cuerpos al tiempo que despierta nuevas lacras: al fin te has convertido en una persona normal.
La felicidad depende ahora totalmente de los otros y no de ti, la felicidad depende ahora del mundo exterior y no de tu mundo interior.
Cuando tengas un hijo y repitas en él tu tragedia, tu enfermedad, tu cadáver, recibirás medallas de ciudadano ejemplar y resoluciones con parágrafo en las que te ponen como ejemplo para las nuevas generaciones.
Y una tarde al verlo perplejo y a la deriva, deprimido y desmoralizado, naufragio al que nada perturba, te reflejarás en él como en un espejo, comprenderás que ha atardecido para ti y para lo que más amas y nada podrás hacer sino cargar con tu culpa real hasta el día de la muerte o acaso arrodillarte y avivar un indulto sabiendo que no te creerán, inepto, lisiado también para despertar compasión.
Te quedan entonces el alcohol y el cigarrillo, el misticismo y la crueldad, los antidepresivos y la codicia, el hidróxido de magnesio y los asados de especies vivas y soñadoras, si no otras miserias, pero ya te las habían dado con anticipación.
Manizales, diciembre 6 del 2001
Copyright © Flóbert Zapata 2011