martes, 26 de noviembre de 2013
Un enterrado camina por la Veintitrés. Por Flóbert Zapata
UN HOMENAJE
El capítulo
XV de Risaralda, de Bernardo Arias Trujillo, está dedicado casi íntegramente a
un gran manizaleño, realiza un homenaje a Francisco Jaramillo Ochoa,
colonizador de la selva a la ribera del Cauca para que surgiera esa arcadia
llamada Portobelo, donde ejercerá la jefatura de vaquería Juan Manuel Vallejo, futuro
novio de la sulamita sopingueña La Canchelo, también Manizaleño, planeta del
sistema solar de la novela, al lado de estos otros: Pacha Durán, la vaquería,
la naturaleza, la colonización, el alma del negro de esa región, Víctor Malo,
Juancho Marín, la charanga, el desplazamiento, la ley de la fuerza, el choque
de culturas, el cambio de nombre de Sopinga por La Virginia, el coplerío. La Canchelo (Carmelita Durán, hija de la Pacha)
no alcanza a convertirse en planeta, podemos caracterizarla como luna de
Saturno. ¿Y cuál es el sol? El sol es la pluma de Bernardo Arias Trujillo. Justo
este homenaje a Jaramillo Ochoa frente a otros que inmerecidamente se hacen
grabar en el mármol de la gloria, fachendosos y dinerosos (aquí utilizo dos
adjetivos del libro, fieles al primer renglón de la banda sonora hecha por
Romain Rolland: “Hablas a todos, debes pues utilizar el lenguaje de todos”).
Anota Arias Trujillo “La República debería coronar sus sienes consulares con el
laurel cívico”. ¡Qué honor de flor de loto, qué felicidad para este hombre que
no permitió que el dinero y el progreso que generara le dieran la espalda a la
bondad y la justicia: compraba las tierras en vez de robarlas, otorga indemnizaciones,
contemporiza! Pero con Bernardo Arias Trujillo no ha habido justicia sino
egoísmo fiero, hace parte de los escritores enterrados colombianos. Los grandes
escritores se dividen en dos, los enterrados y los que están en lista para
enterrar. ¿Quiénes los entierran? Muchos, una red, la pala mayor la accionan
los escritores que están listos para el vaciado de su propia estatua, viciosos
del lucro metafísico. El que quiera conocer a los enterrados debe hacerse
buscador de túmulos y ejercitarse en una larga paciencia quizá defraudada y
siempre heroica. Por fortuna Lucio Michaelis ha reeditado a Bernardo, le ha
quitado la tierra de encima y lo pone de nuevo a caminar por la carrera
Veintitrés de la lengua española, por el Caldas viejo de la imaginación humana.
EL EPÍGRAFE
Los mejores epígrafes,
las mejores citas, hacen parte substancial de una obra, esto quiere decir que si
se suprimen mutilan la obra, como se mutilaría una película al proyectarla sin
su movietone. Bernardo, consciente de esto, incluye la cita de Rolland al
interior y no antes de que comience propiamente la novela, la hace parte
del organismo, asentamiento, como la
selva virgen se dejará llamar Sopinga, como el valle del Risaralda acoge a los negros que huyen de
las guerras civiles, de la esclavitud y de la inmisericordia blanca.
Otra parte
de esa fundamental referencia, “hay que hablar como hombre y no como artista”, que
revela el don autocrítico de Bernardo, nos da una herramienta para la valoración
de cualquier escritor: ¿se encuentra el escritor en su obra, desprecia la
realidad, evade la confidencia de su identidad? Al leer esta composición "de
negredumbre y vaquería”, sabemos qué ideas tiene Bernardo, lo mismo que si nos
sentáramos a tomar café con él en La Cigarra. Lo hace
en la atmósfera general, en el tratamiento de los temas, en la elección de las
historias y en momentos específicos que hablan por sí solos en su brevedad, distantes y armónicos, señuelos de una ideología
sugerida unidos por un hilo invisible.
Para exaltar
el machete, apela a Tomás Cipriano de Mosquera y Benjamín Herrera, santos para
el Partido Liberal y demonios para el Partido Conservador (Pág 133).
Sólo
mencionándolo dos veces el espíritu bolivariano recorre todo el valle de la crónica:
“Bolívar pulsó tus cuerdas con esas sus manos próceres expertas en caricias y
en batallas. Pág 186”, “Hasta Su excelencia, el señor don Simón Bolívar, con
ser que era sobrio, se volcaba sus copitas de aguardiente, bajo la ruana
sabanera, antes de hundir las espuelas al caballo y adentrarse a la batalla.
Pág 237”.
Como tensó la prosa para exaltar el machete, el aguardiente
y la canoa la tensa para exaltar el tiple, esta vez desde las dos orillas:
“tiple liberal y ravacholista en cuyas cuerdas duerme siempre un bambuco
demagógico” (Ravachol, anarquista francés), “tiple conservador y promesero, godo y ultramontano
que va siempre adelante, abriendo caminos de esperanza a los indios taciturnos
que se dirigen al santuario boyacense a rezar a la virgen chibcha en
peregrinación suplicatoria”.
A Pedro Juan Ramírez, alias Mi Padre, contratado para
cazar al mítico Víctor Malo, especie de Pablo Escobar de la cuatrería pero que
nunca mataba por la espalda, le describe así los bigotes: “poblados como un
corregimiento, montaban guardia de adustez sobre el grueso labio mulato, un
labio conservador y reaccionario que traducía exactamente la violencia clerical
del régimen. Pág 245”.
Un
ensotanado, que luego ascendió a obispo de Manizales, pasó momentos amargos con
la libertad cimarrona que rechazaba la religión cristiana porque le bastaba con
sus monicongos africanos: “Y apenas se recogió el buen cura, fuéronse a la
capilla unos jaques bienhumorados, desnudaron el cadáver de una vieja que el
día anterior había muerto, la amarraron cabeza-abajo de las cuerdas de las
campanas, y cuando a las cuatro del alba el Padre Hoyos fue a repicar para
llamar a misa, quedó aterrado de ese espectáculo macabro, por lo cual tomó las
de Villadiego, precipitadamente, dejando atrás alforjas, escuderos y cuantas
intenciones había traído para el buen logro de su cruzada misionera. Pág 109”.
Con
buena dosificación, encontramos expresiones de extirpe rebelde: “zumo de marihuana
Pág 143”, “vida proletaria, Pág 183”, “la luna burguesa, Pág 174”.
Un
japonés va caminando, encuentra una piedra con forma artística y le coloca la
firma. Su autoría reside en el mérito del descubrimiento. En nuestro caso el
mérito de Arias Trujillo al incorporar coplas reside en la acertada selección: “Mi siñora, la chiquita,/ no me venda su mercé:/ yo le lavo
la ropita/ y le cocino también. Pág 102”.
El
sanitario contertulio deja ver con quién estamos hablando, tras de lo cual
podemos tomar la decisión de abandonar la conversación o seguirla. El
departamento de Caldas, por lo menos el que toma las decisiones de todos, ha
decidió abandonar la conversación propuesta por Risaralda y no recomendarla,
actitud a través de la cual sabemos cómo piensa ese sector.
Si
quieres acercarte a la mente de un ser ve directamente a él, o pregunta, pero
sabe que podrán entregarte verdad o mentira,
deformación o fidelidad, lo neutro o lo sesgado, sabe que milenariamente
la verdad siempre ha actuado de víctima y la mentira de victimaria, que la
verdad se arrincona, se repliega, se aquieta, se deja invisibilizar, plenamente
enamorada de su esencia de humus, sabe que la mentira se viste de verdad y que
llama mentirosa a la verdad y que todos le creen porque domina las artes del
engaño y la manipulación, sabe que el arte del triunfo es el arte de la
calumnia y que la calumnia siempre ha gobernado el mundo, que los medios de
comunicación hoy componen la misma vieja calumnia con tecnología de punta.
Si
quieres acercarte a la persona de un escritor ve a sus obras. Si no conversa en
ellas entonces no te encuentras frente a un escritor sino frente a un comediante, que sólo
deja hablar al artista y reprime al hombre. Exculpados quedan en Colombia los
escritores que no hablan para salvar la vida individual. Los otros, los Bernardo Arias Trujillo,
ofrendan la vida para salvar la vida de todos. En esta postura su grandeza. En
esta grandeza la esperanza.
La Carolita, martes
26/nov/2013
© Flóbert Zapata, noviembre de 2013