jueves, 18 de abril de 2013
EL MEMORIOSO VIRGILIO SALINAS. Por Flóbert Zapata Arias Montes
Nació en 1990 en José
María, municipio conservador Santandereano:
“Ya le dije que soy conservador y como tal he sido godo raso y hasta chulavita,
en el peor de los casos”. Incluso bajó al Quindío a convencer al veleño Carlos
Efraín González Téllez de que se subiera a Santander a matar los liberales
comandados por Carlos Bernal, quien desde el Movimiento Revolucionario Liberal
(cuyo lema era Salud, educación, techo y tierra), fundado por el joven procubano Alfonso López Michelsen, luchaban por la restitución de las tierras
despojadas por los conservadores. Lo
llamaban El Poeta porque en tiempo de analfabetas sabía leer el periódico, firmar, conversar y tenía brillante memoria. Relataba
al detalle y con cierta objetividad las vidas de José Carmen Tejeiro, Antonio de Jesús Ariza, Clemente Roncancio, Jair Giraldo, Efraín
González, Teófilo Rojas alias Chispas, José Ángel Aranguren alias Desquite,
Sangrenegra, Evelio Buitrago Salazar, entre otros. Con ese conocimiento le
ayudó a escribir al liberal José Antonio Osorio Lizarazo varios libros y en
1975 al desplazado liberal Pedro Cláver Tellez, cuyo padre fue su amigo casi
hermano, su valioso Crónicas de la vida bandolera, del que parto para esta nota.
Pero la biografía que más difundió su oralidad fue la de “El cruzado cristiano
de 1900” Próspero Pinzón, quien derrotó en la definitiva batalla de Palonegro al
revolucionario Rafael Uribe Uribe, debilitado ante el retiro del apoyo de
muchos de sus correligionarios liberales
por la desconfianza que generaba su condición de antioqueño. Salinas se había
hecho monaguillo, ascendió a sacristán, anduvo por caminos y fondas escuchando
los relatos de los arrieros sobre la Guerra de los Mil Días, que lo aficionaron
a la historia y la investigación en archivos de la alcaldía, de la que terminó
siendo su secretario. A Francisco de Paula Santander, fundador del partido
liberal y hoy santo conservador, lo llamó “masón, intrigante y conspirador” y
le parecía que no merecía el título de Hombre de las leyes. Viajaba cada que
podía a Chiquinquirá para dos reverencias votivas. La primera: visitar a la
Virgen. La segunda: visitar la casa donde nació Julio Flórez Roa, a quien
consideraba poeta mayor de Latinoamérica, y su estatua de la plaza
principal. El mérito ejemplar y raro de
Virgilio: capaz de querer hasta el final de la vida a un contrario y de
reconocer la grandeza de lo prohibido y acosado. Excepciones tenaces y ambiguas
frente a esta historia maniática disfrazada de inocencia que desborda todo
umbral de tolerancia al distinto y al pensamiento divergente.
La Carolita, miércoles 17/abr/2013
© Flóbert Zapata, abril de 2013