En vista de esta esterilidad yo mismo, su padre, había declarado muerto a Después del colegio y no quería oír ni hablar de él, pertenecía a la prehistoria. Pero no se quiso fosilizar para mí y como si fuera poco movió una mano y sonrió, en un colegio de Ibagué: ¡Estaba vivo! Lo desenterré, lo abracé, le pedí perdón y ahora lo entrego a los lectores después de un año de trabajo. Actualizado, por la época de su nacimiento a los maestros se les pagaba con cheque, no existía internet y las notas se calificaban de 1 a 10. Con unos poemas más no creados para el libro y pertinentes.
Dije “no se quiso fosilizar para mí” porque nunca dejó de atraer a los lectores inocentes, a las almas vestidas de paisano. Para dar espaldarazo a su vigencia me contaba Héctor Juan Jaramillo la buena impresión de la empleada doméstica cuando se lo leía. Los libreros de usados manizaleños, amigos todos míos, me informan que no para un ejemplar en sus estanterías cuando ocasionalmente llega y que la gente lo pregunta. Hace muy poco un profesor bogotano me dirigió por facebook gratas palabras sobre él. Alumnos me escriben desde todos lados preguntándomelo. Lo incluiré en la colección autofinanciada, aun sin nombre, que busca aglutinar, aunar, integrar, asociar, comunicar, amistar, unir, acoplar, empalmar, a los poetas de Caldas, Quindío, Risaralda y Valle que experimentan una semejante sensación de orfandad y exclusión centralista. Diecinueve años después, intocada su adolescencia.