martes, 5 de junio de 2012

LAS CENIZAS SE MEZCLARON CON EL POLVO. Por Flóbert Zapata

                                       (Mi hija Carolina, de 27 años y mi nieta Aghata de 3 meses)

Estiven Muñoz, de nueve años, cursa Tercero de primaria en la escuela Barrios Unidos, se adiestra para torero. A los siete tenía de mascota un gatito. Ignoraba su candidez, seguramente terca,  que a los gatos no se deben sacar a la calle, se ponen nerviosos, se les baja las defensas y, sobre todo, que la posible enfermedad no significa nada comparada con la maldad humana y el desprecio hacia las otras especies. Salió con su mamá al centro, llevó su gatito, miraban vitrinas. En una vio unos zapatos tenis bonitos, puso el gatito en el suelo, se entretuvo. Pasaron segundos, quiso alzarlo de nuevo y no lo vio, hizo un paneo con los ojos. Había un corrillo cercano, preguntó a una señora qué pasaba. Lo informó: “Parece que un gato muerto”. Se acercó, vio a su gatito en el centro de la roja curiosidad, funeral para unos, festiva para otros, lloró: le habían pegado tres puñaladas, una en la cabeza, otra en el pecho, la última en el estómago. Si esto hacen con un animal, ¿qué no harán con una persona? ¿Por qué, por qué lo mataron?, pregunté a los alumnos que paralelamente copiaban del tablero y compartían la escucha de la historia, mientras lloraba lágrimas hacia adentro porque de niño me enseñaron muy bien que los machos no lloran. No queda otra respuesta que la superstición o la locura, si no se igualan. Me hubiera gustado saber quién lo hizo, hablar con él, bañarme en sus oscuridades derrochadas.

Mi hermano Fáber se nos fue el 25 de julio del 2006, o sea esta mañana, la muerte anula el tiempo como el misterio baña los días. Me contó una vez que en una vereda de La Merced, no recuerdo ya su nombre, dando reversa, un camión distribuidor de gaseosas pisó un gato y lo mató. El conductor y su acompañante pitaron, llamaron a la casa para pedir disculpas, para pagar, etc., pero nadie respondió. Seguramente remordidos, buenos, justos, necesitados de perdón, insistieron en su siguiente regreso. ¿El conductor o el ayudante?, se bajó solitario y esta vez encontró interlocutor: un anciano salió de la casa, atravesó el patio y abrió la puerta. Después de escuchar las reconciliadoras palabras, sacó un cuchillo, lo hundió en el hombre y lo mató.  Quise viajar a La Merced, investigar, destejer, arriesgarme. Nunca dispuse de  tiempo ni de dinero, igual que ahora. Fáber me acompañaría, sin él todo perdió sentido, las cenizas se mezclaron con el polvo y el olvido ganó una vez más como la impunidad gana siempre.

Lunes 4 de junio del 2012



Copyright © Flóbert Zapata, junio del 2012