domingo, 8 de abril de 2012

SENTARSE EN POSICIÓN DE LOTO. Por Flóbert Zapata


Estoy viejo, próximamente cumpliré cincuenta y cuatro, qué más prueba quiero, me canso más, las ganas de vivir se intensifican, el día acaba rápido, ya no se enamorará de mí una muchacha, excepto en estación de locura. Desde hace mucho que estoy viejo. ¡Tardé tanto en reconocerlo, perdí tanto tiempo¡ Necesité de la muerte súbita de dos hermanos, que convirtieron la vida familiar en una humilde final de campeonato de terribles expectativas. No falta el que dice que estoy más viejo que mi madre de ochenta porque me ve igual de canoso.
Muchos mueren sin reconocer que envejecieron, víctimas de la fuga de la realidad, del espejo egocéntrico. Creían que porque caminaban como un muchacho seguían siendo muchachos, que porque deseaban como un muchacho podían hacer el amor como un muchacho, que porque conservaban las mismas conductas negativas heredadas y los semejantes pensamientos tatuados no les entraba el comején. Que bastaba el barniz multicolor para sanar la interior fermentación.
Pero peor que morir sin saber que se está viejo es morir sin saber que se está muerto. Está muerto, completamente muerto, qué duda cabe, quien vive entre la crueldad con las especies vivas, los celos, la obstinación por el placer y el ascenso de casta, la cerrazón ante lo espiritual, el miedo al cambio, la ofuscación, la desconfianza, la envidia, el rencor, la rapiña, la mentira, la ira, la adhesión desmesurada, el hambre de cuentas bancarias, la deslealtad, la posesividad, la ojeriza a la diversidad, la impaciencia, etc. Ha puesto en jaque endémico a su propio sistema inmunológico.
Acabo de aceptar que estoy viejo, hace tiempo que acepté que vivía como muerto, primer paso para resucitar, o sea que moriré una vez y no dos. Sin embargo no fue fácil: al ego individual le interesa que uno siga muerto, el ego colectivo te declara la guerra si comienzas a liberarte. Buda lo supo: Mara trató de embaucarlo muchas veces, numerosos atentados le llegaron de manos de su primo, creció en un palacio que en realidad era una cárcel, en la cárcel del lujo y la inconsciencia. Por poco sigue dormido y no despierta.
Estoy viejo pero no estoy muerto. Me rejuvenece la literatura: sacar Musa Levis, la inclusión en Cien poemas Colombianos de Luna Libros, la invitación para agosto al V Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales, una edición de importancia que haré del actualizado Después del colegio. Me rejuvenece la literatura, por eso la quiero tanto. Por eso rechacé el ofrecimiento de irme a dictar Español y Literatura en Secundaria: no quiero hacerle daño convirtiéndola en herramienta de adoctrinamiento, justamente lo que se me exigiría como corresponde a la tradición. Como lo hice cuando ignoraba que existía la luz no impuesta.
Me rejuvenecen miles de cosas más que no quiero tocar por ahora porque me extendería mucho y la idea acababa en reconocer que estoy viejo y que reconocerlo me libera de las agotadoras apariencias y de las peores servidumbres. Cuando a los ochenta años le dieron el Nobel al mágico Saramago dijo que ya para qué, que lo bueno hubiera sido obtenerlo a los cincuenta. Yo, que ando por esa edad, no puedo evitar que luego de cada alegría me sobrecoja el recuerdo de la cardíaca ausencia de mis dos hermanos, Henry, Fáber. Vivir significa sufrir, en el fondo de toda alegría espera el sufrimiento, enseña la primera noble verdad. Y la última que hay un camino para escapar del sufrimiento. Sin importar que tengamos poco o demasiado torcidas la columna y la renuncia.
© Flóbert Zapata abril del 2012