domingo, 29 de abril de 2012
RIN RIN RENACUAJO EN TINIEBLAS. Por Flóbert Zapata
Cuando los alumnos hablan, cuando uno los escucha,
el mundo se mira al espejo. Ellos saben de manera natural lo que debe cambiar como
los maestros sabemos de fingida manera natural, autoengañados y jactanciosos, minoristas y herméticos, uno que otro
inocente, la manera de impedir el cambio. Karime pensó que me tocaba la izada
de bandera sobre el Día del Idioma y me imploró:
─Profe, por favor, no presente Rin Rin Renacuajo, todos los años
lo mismo.
Se latoseó Rin Rin renacuajo para los alumnos. Por
ello lo imponemos los maestros, junto a quienes callan, como una forma de
castigo a los desmanes de la poesía, o de previsión en todo caso.
Ya sabemos de antemano lo infaltable en la
programación del Día del Idioma donde se vaya: Rin Rin Renacuajo y una
biografía de datos sin venas, moral y políticamente correcta y monótona de
Miguel de Cervantes Saavedra, siempre acompañada
de cartulina de pliego con el retrato a blanco y negro. La tradición que carcome, en vez del relato de
la turbulenta existencia del desgraciado y encendido muchacho complutense que
se atrevió a oponer la imaginación a la monarquía del estancamiento: ninguna
biografía brilla menos que la brillante obra. Hablando de monarquía, cuando un
súbdito padecía la sucia injusticia de un rey, o sea cuando no se podía ocultar
su descalabro, lo que se aprovechaba para vender la imagen inmaculada de magnánimo,
al súbdito se le permitía golpear una estatua
suya en bronce con una vara cuantas veces y con cuanta fuerza quisiera. Luego
esa misma vara galopaba violentamente igual número de veces y con igual
violencia sobre su espalda desde las manos del verdugo. Se buscaba con ello moderar
la ira hacia el divino entronizado:
─La sangre que le sacaste
al rey, el rey te la saca.
Mejor golpear el bronce con espartillos y pagar con
monedas que con amor.
Rin Rin Renacuajo es un buen poema exasilábico de
lustrosa versificación y admirable musicalidad. Con fallas por supuesto, como
la de preguntar si se encuentra en casa el que acaba de responder al otro lado
de la puerta. Que se repita y se repita habla de la estrechez literaria del
ámbito pedagógico y de la negación del movimiento. Nada nos dice aparte de que
los gatos comen ratones y los patos renacuajos. ¿Qué enseña? Enseña que hay que
quedarse encerrado en casa para no correr peligros, para que no nos coman,
según recomienda mamá rana. Pero se contradice al instante: los ratones estaban
juiciosos en su casa en interesante peña cultural de guitarra y cerveza, puerta
con aldabas, cuando entraron los gatos y dieron cuenta de ellos. Me pregunto si
incurre en la misma debilidad la matriz del relato del que proviene, contenido
en Mother Goose Rhymes.
El mismo aristócrata Rafael Pombo, que gustaba de la
guerra y odiaba al Partido Liberal, cuyas obras concedían indulgencias
certificadas por la Arquidiosesis, al que algunos quieren dotar de ateísmo, desde
el tamiz de la tumba parece clamar:
─Rompan
la engañosa rutina de El renacuajo paseador, otórguenle
un descanso, por favor, permítanle caminar solo, desobedezcan por una vez. Este poema es traducción, recreación o versión,
como todos mis poemas infantiles, producto de la mezcla de fábulas contemporáneas,
clásicas grecorromanas, de todas partes, del español, del inglés, recuerden que
aprendí latín en un seminario, que viví diecisiete años en Estados Unidos y que
trabajé como traductor de Appleton & Co. en Nueva York . Que hice por
encargo y gracias a mi don rimador, que demuestran, he ahí su mérito, como ya
lo demostró la Edad Media, que de la obligación, el frenesí doctrinario y el
utilitarismo pueden salir obras de algún valor mientras llega, si llega, la libertad
total. Es cierto, un haz de ellas hacen parte de los recuerdos infantiles de
muchos colombianos pero estoy seguro que la realidad cambiaría si no lo
impusieran en las cartillas, los programas y las izadas de
bandera de las escuelas, esos actos nacionalistas opuestos al alma de cualquier
poeta o de cualquier muerto. ¿Es que no conocen La hora de tinieblas? Ella goza
de menos artificio, préstamos e inmediatismo que mucho de lo otro, destila más
sinceridad y agonía, sin las cuales ninguna obra reviste verdadero valor. El mismo desanudamiento que pido para El
renacuajo pido para toda mi obra. Su reticular defensoría no me hace bien. Si
hay algo que vale sobrevivirá solo. Pequé de impostura e inautenticidad, continuada
por los que viven de los otros como me educaron para vivir, desconocedores de
la democracia que me enseñó la descomposición, que hubiera podido conocer la carne y a lo que
se opuso el rapto metafísico. Carpe Diem.
Desdichado el que nunca descubre que las cosas que
deben dar vida matan. La celebración del idioma en los colegios y escuelas, y
habrá excepciones, buscando exaltar a quienes han hecho grande el idioma consigue
exactamente lo contrario: crear una subjetividad desinvitante. Todo ese desfile
de joyas y mármoles para quienes generalmente vivieron en la miseria y la
opresión, todo ese amojamamiento de diccionario para quienes si no hubieran
ejercido la rebeldía nunca hubieran llegado a ningún lado, para quienes todo imperio
esteriliza, para quienes nunca recibieron zalemas, logra menos efectos
benéficos que una buena lectura de un capítulo de El ingenioso hidalgo, quizá
esa parte en la que Sancho Panza gobernador de Barataria resuelve casos e
imparte justicia o El celoso extremeño. Una buena lectura, óigase bien, esto
es, a cargo de alguien que no sólo pueda desempeñarse con propiedad para
trasmitir el conocimiento sino también para trasmitir el asombro. Para lo cual
necesita recuperar la fe de los alumnos en él, menudo lío.
¿Cuándo fui profesor de Álgebra desperté en los
alumnos el asombro? , ¿cuándo fui profesor de Español y Literatura desperté el
asombro?, ¿ahora que soy profesor primario, con once asignaturas a cargo,
despierto el asombro con cada una de ellas? Si respondiera afirmativamente ascendería de
engreído menor a gran engreído. Las explicaciones vendrían largas, salto sobre
ellas para invitar a que volvamos a la humildad del día, esa claridad perdida;
o será al revés, a que volvamos a la claridad del día, esa humildad perdida. A
que revisemos la confusa, desgastada, pobre, tediosa, usanza de celebración del
Día del Idioma. A que aceptemos que daña menos la nada que lo que no alcanza a mediocre.
A que pensemos que son mejores cinco minutos de asombro que paralice y sorprenda que cien minutos de parálisis
del asombro. A que evitemos el reduccionismo. A que entendamos que el arte en
general, que la literatura, no necesitan otra ayuda que dejarlos fluir
libremente, no entorpecidos por didactismos o moralismos, que no debemos desviarlos sino meternos en
ellos para que nos arrastre su corriente, y que si insistimos, por lo menos nos
comportemos cuidadosos con la delicada materia que tratamos. A que nos hagamos
preguntas y dejemos de dar tantas respuestas. Como aquella de que para
trasmitir el asombro no se necesita preparación. Como la de que un cartón nos
habilita para todo. Como la de que la ausencia de crítica y autocrítica merece
aplauso. Como la de que cualquiera puede improvisarse en el cargo de profesor
de literatura. Como la otra de que se puede hacer algo siquiera digno sin
disposición de tiempo, entre la tensión, el apretujamiento y la carencia de
recursos. Y sobre todo para invitar a que no sigamos pregonando que el asombro
se aprende por obligación, porque nos ponen una nota, en la lectura forzada, en
la atención coercida, porque nos rebajan disciplina si nos movemos mientras nos
aplican la lenta inyección letal.
Mezcla de ratón y renacuajo de la época transgénica,
acabo de indisciplinarme, no debo salir a la calle porque me comen los patos,
aunque de todos modos los gatos tumbarán la puerta de mi casa y entrarán. A ver
si me perdonan la ampliación de la apostasía los remito donde un pariente en la
web: “Tormenta en el balde de mamá Leonor”, de Mauricio Pombo, nada más y nada
menos que en El Tiempo.
Manizales, jueves27 de abril del 2012
© Flóbert Zapata abril del 2012