sábado, 14 de abril de 2012

ALGUIEN QUE NO SABE CÓMO SE LLAMA. Por Flóbert Zapata

Me abordó por el camino solitario un hombre que tenía necesidad de hablar. Lo escuché durante cuatro horas, me dio infinidad de datos y no me dijo nada del alma de sí mismo ni del alma de la humanidad ni del alma del dolor ni del alma de las guerras ni del alma de la enfermedad ni del alma de la muerte. Lucía impreciso, reticente, oscuro, hermético. Si le pedía que me aclarara algo lo enturbiaba más o miraba para todos lados acogotado por el miedo:
Las paredes tiene oídos.
Hablaba de mundos irreales, de seres que nunca habían existido, de historias no contaminadas por lo humano.
Cuando le pregunté su nombre me entregó un pseudónimo. Cuando le pregunté dónde había nacido calló. Cuando le pregunté su profesión me dijo totalmente sincero por una vez: Poeta.
Entonces recibí la recompensa a la fatiga, al fin encontré la esquiva definición de poeta: Alguien que no sabe lo que dice, que lo que dice lo transmite por alambiques sin fin, que titubea y titubea frente a la palabra precisa, que no habla de lo que ha vivido, que teme a las utopías y que sepan como piensa, que prefiere la metafísica a la realidad, en suma, alguien que no sabe cómo se llama.
© Flóbert Zapata abril del 2012