Para Víctor Hugo Acosta
Había que respetar a los adultos porque eran adultos.
Había que bajar la cabeza ante los maestros porque eran maestros.
Fui adulto y digo que en una época no merecía sino escupitajos, justamente cuando todavía reclamaba el respeto como cheque de canonjía sólo por la condición etaria mayor, aunque no tuviera nada en la cabeza, precisamente por ello.
Fui maestro y aseguro que apenas en el breve y tardío tiempo en que acepté que el respeto se gana con ideas y no con designaciones autoritarias merecí alzar el rostro sin sentir vergüenza.
Entonces comprendí que el respeto entendido como veneración ciega llena de llagas a la dignidad y que la espiga falsa y dañina del amor crece en el terreno de la admiración aprendida.
Muerto viviste si nunca te llegó la hora de practicar la virtud del irrespeto, también contra tus padres, sobre todo contra ellos cuando te obligaron violentamente a seguir dogmas como el de que existen personas superiores aunque nunca hayan mostrado sabiduría que las sustente, más aun que objetivamente miradas sólo se pueden clasificar en el rango de las mentes inferiores y vividoras, embusteras y maldadosas, alquiladas y huecas, sonrientes de autoengaño, sectarias y extremistas de esclavitud.
La virtud del irrespeto, que se ejerce de manera sencilla: señalando otros mundos, bajando el tono de la voz y subiendo el tono de los argumentos, enriqueciendo a la dialéctica con el asombro. Aunque a veces nos tenga que despertar el símbolo compasivo de un huevo de gallina que revienta en la cabeza, además recordatorio de que quien olvida reírse en público de sus propias estupideces se ha inhabilitado para callar ante la grandeza.
Copyright © Flóbert Zapata 2011