Me llaman de Neira, que se murió doña Mira, entierro hoy. Sepan los dolientes que la fatiga me impide ir a los actos y no el desdén, hablamos de una vieja bella, grande. No quieran, muchachos, llegar a los cincuenta. La vida se convierte en un desfile de conocidos que se van, en una memoria renuente a los tachones, en una lista de contactos en la que los borrados superan a los vigentes. En una lenta caravana de ataúdes frente a tus inmóviles ojos, que luego masticas, digiere tu estómago pero no expulsas.
Sábado, 5 noviembre 2001.
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