miércoles, 7 de noviembre de 2012
MUCHACHA DE ABRIL, MUCHACHA MUERTE. Por Flóbert Zapata Arias
“Leonardo Favio: El adiós a un grande del cine argentino”, titular que
me dice que desconocí su faz más importante, tanto que su película Crónica de
un niño solo se ganó a pulso la consideración de mejor argentina en toda su
historia. En ella refleja su infancia pobre, humillada, que lo llevó a la cárcel por robos menores e incluso a
pedir limosna en las calles en traje de marinero oficial desencantado. Preliminar
a sus producciones a color, al verla se siente de inmediato el sabor de lo
genuino mezclado con lo sensible. Por ese sufrimiento creería hasta su muerte en
Juan Domingo Pérón y su propuesta laborista y a favor de los necesitados y los
niños, “En la
Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños (Las veinte verdades
peronistas)”, llamada Justicialismo, renacida en Néstor Kirchner y Cristina
Fernández de Kirchner, observada en el tema Si
mi guitarra canta como canta.
A Neira bajaba un humilde amigo de Pereira casado con neirana que, por
servirle de escudero voluntario de cuando en cuando, me mostraba fotos con
Leonardo Favio enyesado una pierna, para colmo en su casa, ¡en la sala!,
sonrientes los dos, camaradas. Había tenido un accidente pero se encontraba
exilado en Colombia por un accidente mayor: la dictadura. Resultó difícil
aceptar humano, de huesos frágiles, al inmenso dios. Cuánto admiré y envidié, por poseer
esas imágenes a color en cartones, al hombre que fábricaba chanclas baratas
para vender puerta a puerta, su presencia adquirió en adelante un carácter
sobrenatural, casi podría pintar su tímido pelo largo, su nobleza, su voz feliz
cuando cantaba tangos o imitaba embriagado al convalescente. Ahora, que trato
de recordar por qué no luché para hacerme una foto como la de mi amigo, concluyo que por la misma razón de siempre: no
tenía con qué, era pobre, el blanco que nunca dejaría de vivir como gris.
De sus baladas cómo olvidar a Quiero aprender de memoria, “nada me
importa la gente que opina y se mete, no me han de entender”, que tantos
corazones unió; El niño y el canario, canto de amor a los animales, tango antes;
La foto de carnet, su farewell y sus sollozos; Ella ya me olvidó. En todas la exaltación de la fogosidad,
de la complacencia, del magnetismo instintivo, en ninguna el resentimiento, el
apego eterno o el odio, ni siquiera cuando su mejor amigo se casa en clave
mariana con su novia en La dicha que me fue negada, demasiado en la cultura de
los feminicidios. Lamentablemente por aquí no circulan hoy sus canciones
sociales, otro de sus filones, “Lleva en su vientre un niño que no nacerá/
porque o si no la patrona se puede enojar (El niño que no pudo nacer ni reír)”.
Mi hermano Henry un año antes de morir me invitó a oír Amanecer y la
espera, su lirismo literal y el encanto
de los giros vocales, en un país donde la poesía no circula y los poetas ayudamos
al defenestramiento despreciando la realidad inmediata y los nuevos lenguajes.
Una vez subí de Neira a Manizales a verlo en el coliseo con una novia,
no recuerdo por qué razón nos ofrecieron un vestíbulo exterior y contiguo a las graderías, desde donde lo
captábamos de espalda pero muy cerca, negra camisa, negro pantalón, negros
zapatos, negro todo, diciendo que este color entraña significaciones
distintas a las del luto. Hubo un momento en el que el animador lo reemplazó
para que se devolviera a secarse el sudor y tomar agua, giró hacia nosotros, se
frotó los labios con el dorso de la mano derecha, mi novia soñó con que el
dorso fuera suyo y sentí celos. Cómo estaría de orgulloso hoy con una conducta
diferente, por ejemplo haberlo buscado y propiciar que mordiera las cerezas maduras de
su boca de diecisiete años. Entonces sabríamos que le dimos algo a alguien
de quien nos permitieron recibir muy poco de lo que tenía para dar. Por no
haber alcanzado valentías de ese tipo, ella, ella ya me olvidó, yo, yo la
recuerdo ahora.
La Carolita, miércoles 07/11/2012
©Flóbert Zapata Arias, noviembre de
2012