jueves, 20 de febrero de 2014
El metal de la noche. Por Flóbert Zapata
Ovidio Rincón trabajó el soneto endecasílabo y el
alejandrino o de catorce, siete más siete, esa su dicción básica, por ahí uno
que otro eneasílabo. Cuando los libera de la rima llega a su voz aunque por
momentos debemos reconocer hallazgos en ella, nada total excepto, por ejemplo,
en Las palabras atroces. Los poetas se dividen en dos: los que en su obra dejan
ver cómo piensan y los que en su obra no dejan ver cómo piensan. Ovidio toca
las dos orillas. Lo mejor de su obra se encuentra en la primera dimensión, la
del vaciado, la de la revelación. Cuando su palabra no se constriñe y se seca
por la búsqueda del verso inmortal que nos enseñan a perseguir, tenemos en
Ovidio a un poeta hecho y derecho, otro infaltable para esa canónica antología
de Caldas que sueñan por ahí. Dependiendo
de quién designen, formalista o vitalista, estos poemas quedarán en la antología
o serán excluidos: La ajena patria, Cuando regrese al fin, El metal de la
noche, Carta filial, lo que asciende en la noche, La muerte de la novia, La
tierra desarmada, Y los niños humildes, Quizás no hayas crecido, La tierra
perdurable, El pan del pobre, Las palabras atroces, La tertulia del pobre, Letanías
de Satán (versión del poema de Charles Baudelaire), Oración. Poemas duros de un
título duro, metálico, en el que la luz se permite delirar, salirse del surco.
ORACIÓN
Gloria y honor a ti Satán, en las alturas
del cielo donde reinas y en las simas oscuras
del infierno en que mudo, vencido siempre sueñas.
Haz que mi alma esté, del árbol de la Ciencia
a la sombra y cerca de ti, en la hora que tiende,
igual a un templo nuevo sus ramas a tus sienes.
*
LAS PALABRAS ATROCES
Temo, sufro, sollozo. Vomito el pan y sudo;
la vida es una sucia mujer que nos halaga.
Yo como Adán apenas me he mirado desnudo…
Dame un hueco en la tierra o escóndeme en tus
llagas.
Señor de los humildes, padre de los
raquíticos,
báculo de los pobres, lazarillo del ciego.
Me diste el alma torva y el corazón
estíptico,
la boca con rencores y el costado de juego.
Arráncame la mala semilla de mis eras,
deja en mis sienes duras, tus manos
verdaderas…
Oh Señor, te confieso y espero en tu piedad.
Más si llego hasta ti, con las carnes
cancrosas,
no culpes. Tú el pulquérrimo, mis manos
dolorosas
que te han buscado a tientas, toda una
eternidad.
La Carolita, jueves 20/feb/2014
© Flóbert Zapata, febrero de 2014