viernes, 10 de agosto de 2012
UNA FUGA DEL ODIO ETERNO. Por Flóbert Zapata Arias
(“El francés Mahiedine Mekhissi-Benabbad, quien ganó
plata, carga al keniano Ezekiel Kemboi, quien obtuvo el oro, mientras celebran
el triunfo en la carrera de los 3000m obstáculos de Londres 2012, el 5 de
agosto. REUTERS/Dylan Martinez”).
Esta imagen bella-bella. Representa esos momentos de
paz en la guerra que también son los juegos olímpicos. Los dos ríen, la risa es
sincera, todo un evento, una fuga del odio eterno, del escrúpulo étnico. Hay
que esperar mucho frente a los medios para encontrar momentos buenos pero
cuando llegan irrumpen como un sol perdido para el que los sabe mirar. Un canto
más contra todo racismo. Si llenáramos la mente con productos así, la paz dejaría
su pobre papel de discurso en este mundo enviciado de historia a la que no se
le ha arrancado su raíz perniciosa, la de que existen hombres superiores a
otros por razón del color, la de que el dinero o el adelanto tecnológico dan
licencia a una sociedad para borrar culturalmente a otras sociedades. Encontramos
un arte humano en lo capaz de despertar indignación y también en esa
indignación que se muestra a través de la fiesta. Mahiedine Mekhissi-Benabbad
hace con este gesto genuinamente francés un heroísmo superior al de haber subido
al podio, de igual valor a un discurso de Malcolm X o Martin Luther King. Consigno
aquí, porque lo estoy leyendo, un fragmento de Tristes trópicos y un suceso
relacionado en el Brasil de 1941, que le procuró un mal rato a Claude Lévi-Strauss: “Ayer mismo, por así decirlo, pocos meses antes de la
declaración de la guerra y ya en camino a Francia, me paseaba en Bahía por la ciudad
alta, de una a otra de las —según se dice— 365 iglesias: una por cada día del
año, y cuyo estilo y decoración interior varían a imagen de los días y
estaciones. Ocupado en fotografiar detalles de arquitectura, me veo perseguido por una banda de negritos semidesnudos que
me suplican: «¡Tira o retrato! ¡Tira o
retrato! («¡Sácanos una foto!»). Finalmente, conmovido por tan graciosa
mendicidad —antes que unos centavos preferían una foto que jamás verían—,
consiento en malgastar una placa para complacer a los niños. No he caminado ni cien
metros cuando una mano cae sobre mi hombro: dos inspectores de civil que me
siguen paso a paso desde que inicié mi paseo me informan que acabo de cometer
un acto de hostilidad hacia el Brasil: esa foto, utilizada en Europa, podría
sin duda acreditar la leyenda de que existen brasileños de piel negra y de que
los muchachitos de Bahía andan descalzos. Fui arrestado; felizmente por poco
tiempo, pues el barco iba a partir”.
©Flóbert Zapata
Arias, agosto del 2012