Negacionismo del cambio climático, causa de las tragedias invernales en Manizales, el país y el mundo. Negacionismo del holocausto nazi. Negasionismo del holocausto palestino. Negacionistmo del holocausto colombiano. Negacionismo. Negacionismo. Negacionismo por aquí. Negacionismo por allá. Y, por supuesto, negacionismo taurino.
Juliana X., alumna final de psicología y practicante en mi grupo hace dos años tiene tío administrador de la mismísima Plaza de Toros de Manizales, donde también vivía según exigencia laboral. Tras haber pasado días y noches de vacaciones allí, por haberlo visto con sus propios ojos, me aseguró con énfasis exclusivo que a los toros no les hacen nada malo antes de salir al ruedo.
Por esta afirmación puede deducirse que al toro lo perfuman, le dan Ensure, le llevan estilista de peluquería, manicurista, terapeuta animal, diseñador de modas, tanatólogo, que incluso el toro acepta gustoso su destino, a su lado Sogyal Rimpoché… En conclusión que los antitaurinos mienten acerca de las ocultas torturas de la antesala de la muerte tal en el resto o portan verdades inútiles.
No falta sino que se niegue que la espada llega a los pulmones y hace salir la sangre a chorros por la trompa, que justamente nos encontramos ante espada virtual y sangre de cine. Miren la fuerza, la belleza y las buenas intenciones expresadas en los discursos de Hitler o cualquier dictadorzuelo y análoga vehemencia encontrarán en los discursos de los amantes de la Fiesta Brava.
Julianas y Julianos nos quieren hacer creer que el toro se torna violento y agresivo por siniestra naturaleza, que adentro lleva a un demonio al que hay que exterminar y por tanto el matador encarna a un exorcista, que no ataca para defenderse, que no ataca por humillación, que no ataca para que lo dejen en paz, que no ataca por el infinito dolor de las crueles banderillas.
Que no ataca por el fragor de la lanza en su espalda, que no ataca por el desconcierto que le produce la masa, el griterío, semejante falta de nobleza, que no ataca por el desarraigo súbito de su ambiente forzadamente silvestre y alejado de la civilización, que no ataca porque quiere que lo destruyan de una vez para evitar tantos y tan atroces sufrimientos en moñona vertiginosa e ininterrumpida.
Cualquiera sabe que al pobre artiodáctilo lo matriculan desde el nacimiento en la Universidad de la violencia, la irritabilidad y el instinto, en otras palabras, que estimulan la zona reptílica y brumosa de su cerebro en vez de la zona inteligente y sensible que comparte con los humanos, que lo preparan para la desazón y la locura negándole los caminos de la convivencia y el afecto.
Cuarenta tigres a los que los cazadores furtivos dejaron huérfanos fueron criados en el monasterio tailandés Wat Pa Luangta Bua Yannasampanno a base de leche y cereales. Nunca muestran agresividad y meditan con los monjes. Los turistas se hacen fotos con ellos mientras los acarician. ¡Oh, quien eligiera este destino para los toros del circo español que copiamos, deseosos aun del romano!
Un amigo miembro de la policía secreta, en ajenas labores de investigación por la pérdida de un niño, esto vio en el estrecho cuarto oscuro del que el toro huye cuando le abren la puerta porque cree encontrar la libertad del campo abierto y que lo lleva traicioneramente al suplicio: “A los toros para que salgan más bravos les pelan los cascos antes de sacarlos al ruedo y les echan sal para que les arda”.
Convéncete de una vez Juliana que para llevar a un toro de casta hasta el momento en que está frente al lidiador, víctima gloriosa y privilegiada, se aplican todos los tratados del arte del engaño y que el arte de la guerra es el arte del engaño, según Sun Tzu. En este caso una guerra de miles contra uno, de miles de hombres anuros contra un hombre astado. Los códigos jurídicos lo llaman linchamiento.
Ayudan más las leyendas que la academia en la creación de un mundo compasivo. Las Bermúdez se convirtieron en almas en pena que vagan por las noches rurales caldenses expiando el placer y la risa que en vida les producía observar las carreras de los sangrantes terneros desesperados después de que en respuesta a sus ruegos su propio padre les cortara los labios para echarles sal en la carne viva.
Objetivamente no hay diferencia entre el hábito de las Bermúdez, repudiado, y una corrida de toros, impuesta al inconsciente colectivo. Cuando vivas un poco más, Juliana, cuando te cambies del medicamento a la prevención, comprobarás de lo que se trata la justicia: premiar a unos y castigar a otros por la misma acción. Entonces sabrás que no fuiste menos engañada que los toros.
Manizales, lunes 2 de diciembre del 2012
Copyright © Flóbert Zapata 2012