Normalmente en Bogotá pido un pintadito, me lo dan y me preguntan casi afirmando si soy paisa. Bogotá florece políglota desde el vientre, millones de desplazados de tantas guerras de todas partes llegan a refugiarse en sus calles, que a muchos les entrega un préstamo de aceras. Votan por la izquierda siempre, aunque a veces alucinan con luz de pantalla, porque saben que si no les sana las heridas al menos no les produce otras.
Hoy en Juan Valdés, acompañado de Daniel Larva y Leandro el Exquizito, pedí un pintadito. “Un café con leche”, tradujo sin corregir la amable chica de la registradora. Sin enojo, aunque ella se turbó, le repetí que un pintadito, le pregunté si sabía qué era un pintadito, quería un pintadito, saber si los vendían. No me entendía lo que quería decirle, detrás de mí una larga cola, no era políglota, pagué, me remitió con el recibo al lugar de las entregas, a mis manos llegó la imagen triste de un pintado. Tampoco seguramente sabía qué era un pintado. También le habían hecho olvidar lo que era un pintado, a ella, la dulce obrera que no fabrica, tan obediente si no quiere perder el empleo, afuera millones que lo sueñan.
Resulta claro que en Juan Valdéz desaparecieron las palabras pintadito, tanto que no lo brindan, y pintado, por guisas, sisbeniadas, estrato cero. Y resulta claro que desaparece algo porque alguien o algo lo hizo desaparecer. Lo que quiere decir que padecemos el complejo del sucio y pretendemos limpiarnos con compulsivas duchas de una hora. Pintadito, pintado, se balancean en las ramas del cafeto y los pezones de la vaca llenas de belleza inocente y sana identidad.
En Cali si quieres un pintadito debes pedir un pintado y si quieres un pintado debes pedir un café con leche. La diversidad encanta en su salsa. Olé.
Manizales, viernes 20 de enero del 2011.
Copyright © Flóbert Zapata enero 2012