Más pareció un ritual alrededor del fuego que una manifestación política, una sabia clase peripatética que un discurso, un encuentro de antiguos hermanos que de votantes. Espíritu de serena conversación colectiva entre gentes que desean sacar a este país del círculo vicioso del odio, la ambición demencial y el egoísmo sonámbulo. Si no, mayor caos: oportunismo y ausencia de mínimos valores frente a generaciones a las que hay que alejar del fanatismo y la superstición de la mentira y la utilidad desalmada.
Como no conmoverse ante ese ambiente de oración a favor del pueblo, de las minorías, de los que sufren, de los desempleados, de las víctimas de la guerra, en tiempos en los que la vida ha alcanzado su precio más bajo desde la atroz Violencia del cincuenta. Era la democracia en estado natural y color verde, cuadro evocatorio de la antigua Atenas de ebullición directa.
Cuando salió a la tarima el barbado patriarca, el eterno niño de las seis décadas que habita en Antanas, fue inevitable que la piel se pusiera arrozuda, enseguida clímax con la exposición magistral de sus ideas pacifistas y solidarias.
De reencuentros menciono a Giomar la maestra que ve al hijo de inmigrantes lituanos como un colega al que no hay que dejar solo, a Josué el conservador que dice basta ya de partidos tradicionales y su corrupción de cincuenta años, a Gilberto el antiguo burócrata uribista consciente de la necesidad de acabar con las actuales prácticas abusivas, a Diego el pintor enamorado de propuestas intelectuales, a Germán el educador recién desempleado que ahora pega baldosas, a Luis Fernando el abogado que ve mal que el único empleo para los jóvenes sea de policía, a Carlos el zurdo que sueña con la languidez del Partido de la U, a Misael el liberal que recuerda que una multitud tan grande no se veía desde tiempos de Galán, a los que asienten con lejana sonrisa cómplice, a los que saludan de mano y ruegan que el verbo se deje para luego.
Sencillos lápices escolares amarillos que reemplazan a las antiguas banderas y palmas de las manos abiertas y basculantes, símbolo tomado a préstamo de las corrientes de la no violencia, que reemplazan al aplauso, nos prometen que la esperanza será traicionada menos, lo que basta por ahora.