Fervorosos, multitudinarios festejos aparte, la mayoría de los y las keniatas paridos en los hospitales la noche que Obama alcanzó la presidencia llevan su nombre o el de su esposa Michelle. Según el testimonio de Pamela Adhiambo, parturienta, de todos modos el amor es más vasto que el entusiasmo y la hermandad más poderosa que la distancia: “Me decidí a llamarles así mucho antes de las elecciones. Incluso si Obama no hubiese ganado habría hecho lo mismo", declaró la sonriente y positiva madre (http://www.publico.es/internacional/171826/obamania/llega/hospitales/kenia)”.
De monedas y pequeños billetes donados por cientos de afroamericanos del Chocó, departamento ubicado al noroeste del país, nació el giro enviado a la cuenta de la campaña del candidato demócrata en los Estados Unidos, como desde diferentes zonas del planeta.
África y latinoamérica, al igual que otros continentes y subcontinentes, hablan de una identidad cultural solidaria a prueba de tiempo y destrucción, prejuicios y cegueras, saqueos e imposiciones, olvido y geografía, separaciones y bardas.
Con el ruido sinfónico de la disputa contra Hilary Clinton hubiera bastado para calmar el hambre de autoestima y guardar inconmensurables reservas pero, como a quien pide una moneda para comprar un pan y le dan una mina de oro, la presidencia se fue haciendo poco a poco realidad cercana aun ante los ojos de los más incrédulos hasta llegar, con la fama destinada a los cantantes de música o las estrellas de cine, educación e inteligencia como pocas y una sensibilidad infinita hacia los desposeídos, a convertirse sin discusión en el personaje más grande del siglo que comienza. Tan sólo porque los negros representan más del 20 por ciento de la población del mundo, diseminados por el orbe para conformar el planeta negro, el grupo humano más humillado al lado de los gitanos, y esto ya es decir lo inenarrable, y las razones son y serán muchas más, tal vez no valga la pena preguntarse si puede llegar a ser superado.