A juzgar por Los cuatro libros (Ediciones
Esquilo), en los tiempos y el contexto de Confucio no existían ni el
vegetarianismo ni el animalismo. Pero hay en ellos un pasaje que nos hace
preguntarnos si quienes no son buenos con los animales pueden ser buenos con
los hombres. Corresponde a Mencio, sabio seguidor ortodoxo de Confucio, en una
conversación con un rey (pag. 135). Para qué resumirla, despojarla de la
serenidad y ponerla en el afán psicótico de nuestro tiempo, aquí va íntegra.
l. El rey Xuan de Qi
preguntó: «Se pueden saber las noticias referentes a Huan de Qi y Wen de Jìn.
Mencio respondió: «Ninguno de los discípulos de Confucio habló de los asuntos
de Huan y Wen, por lo que no se han transmitido a las generaciones posteriores.
Yo no los he oído nunca. Si no hablamos de esto, podemos hablar sobre la forma
en que deben gobernar los soberanos.»
2. Dijo el rey: «De qué
forma se puede practicar la virtud para ser un buen rey.» Mencio
respondió: «El que
protege a sus súbditos es rey y no se puede impedir que lo sea.»
3. «¿Acaso mi humilde
persona», dijo el rey, «es capaz de proteger al pueblo?» Mencio
contestó: «Sí.» A lo
que el rey objetó a su vez: «¿Cómo sabe el maestro que yo sería capaz?» Mencio
dijo: «He oído contar a Hú Hé que su majestad, en una ocasión en que sentado en
el trono, vio pasar por el fondo de la sala a un hombre que arrastraba una
vaca, al preguntar para qué era la vaca y recibir la contestación de que era
para consagrar una campana con su sangre, dijo: liberadla, no puedo sufrir su
aspecto asustado, como el de un hombre sin culpa al que llevan al suplicio. A
esto le contestaron: ¿Debe pues ser abandonada la consagración de la campana?
Su Majestad dijo: ¿Cómo podría abandonarse?, usad un cordero en lugar de la
vaca. Yo no sé si esto es o no verdad.»
4. El rey dijo: «Sí, es
cierto.» Mencio prosiguió: «Esta bondad de corazón le permite a su majestad
llegar a ser un verdadero rey. El pueblo en general pensó que su majestad quería
ahorrar una vaca, pero yo sé que el rey no podía aguantar aquella visión.»
5. El rey dijo: «Lo que
el pueblo veía parecía ser la verdad, pero si bien Qi es un país pequeño, ¿cómo
podría yo querer ahorrar una vaca? No es esto, sino que no pude soportar su
aspecto de miedo, como el de un hombre sin culpa al que llevan al suplicio. Por
eso se usó el cordero para la consagración.»
6. Mencio dijo: «Su
majestad no debe extrañarse de que el pueblo haya pensado que quería ahorrarse
una vaca, ya que al cambiar un animal grande por uno pequeño, ellos ¿cómo
podían saberlo? Si su majestad se dolía del que era llevado a la muerte sin
culpa, ¿por qué elegir entre una vaca y un cordero?» El rey respondió riendo:
«¿Cómo podía ser éste mi verdadero pensamiento? Yo no quería ahorrar riquezas,
pero como cambié la vaca por el cordero, es normal que el pueblo pensara que yo
era un avaro.»
7. Mencio dijo: «No hay
mal en esto, se trata de un artificio de benevolencia. Su Majestad había visto
la vaca y no el cordero. El hombre superior en su relación con los animales, si
los ha visto vivos no puede soportar verlos muertos, si ha oído sus sonidos de agonía
no puede comer su carne. Por ello, el hombre superior se mantiene alejado de
sus
cocinas.»
El poeta símbolo del conservatismo antioqueño
Epifanio Mejía, escribe dos importantes poemas de la lengua española, excéntricos por su carácter
oriental: La muerte del novillo y La tórtola. La compasión hacia los animales latente en
ellos lo convierte en un Xuan de Qi de la poesía colombiana de finales del
siglo XIX y principios del XX. Baja de la nube humanista y se torna humano, en
el sentido que señala Rafael Reig en la nota Sobre los buenos sentimientos y la
poesía, leída en El Malpensante.
El primer cuarteto de La tórtola habla
de la madre buena, como la de Mencio que por el amor y la educación que prodigó
a su hijo se erigió en el ejemplo a seguir por las madres chinas. En el tercer
cuarteto triunfan sonrientes como siempre la codicia sobre la belleza y las
armas sobre la vida.
Joven
aún entre las verdes ramas
de secas
pajas fabricó su nido;
la vio
la noche calentar sus huevos;
la vio
la aurora acariciar sus hijos.
Batió
sus alas y cruzó el espacio,
buscó
alimento en los lejanos riscos;
trajo de
frutas la garganta llena
y con
arrullos despertó a sus hijos.
El
cazador la contempló dichosa...
¡y sin
embargo disparó su tiro!
Ella, la
pobre, en su agonía de muerte
abrió
sus alas y cubrió a sus hijos.
Toda la
noche la pasó gimiendo
su
compañero en el laurel vecino...
cuando
la aurora apareció en el cielo
bañó de
perlas el hogar ya frío.
Hasta la llegada de la pistola neumática hace
poco, las reses se mataban exactamente como describe Epifanio: les ataban los pies por
pares con un lazo, les hacían perder el equilibrio, les volteaban la cabeza
para despejar el cuello y que el cuchillo entrara expedito por la vena yugular,
cuya sangre a chorro se recogía en un balde. De niño vi todo esto y recordarlo
me trae cegadora polvareda de locura. Hoy los niños creen que los filetes de
carne que se comen crecen en las ramas como los duraznos. M. Trujillo llevó
unos escolares citadinos a un ordeñadero rural en Cali y no podían creer que la
leche saliera de las ubres de las vacas; alguno vomitó, todos juraron no volver
a tomarla, ¡gas! No nos encontramos ante un poema idealista sino ante un poema
documental. La quinta estrofa, de posible apariencia ilusoria, se ciñe a la
realidad. Un ganadero en Manizales, como Xuan de Qi o Epifanio, se deprime el día que va a su finca y señala
la res semanal que vende para que sacrifiquen. Enseguida las otras reses se
reúnen, hacen junta lúgubre, dejan sentir en el aire su dolor: “Los brutos tienen corazón sensible, por
eso lloran la común desgracia”. Quien ame su mascota sabe
perfectamente que los animales tienen alma, distinta de la humana y a veces
probadamente mejor. En lo de Reig se cita un poema del médico Gottfried
Benn: le hace la autopsia al cadáver de un hombre al que le pusieron una flor
en la boca y al cerrarle tórax le deja la flor adentro. La res es esa flor que
nos metemos en el tórax a pedacitos.
LA MUERTE DEL
NOVILLO
Ya prisionero y maniatado y triste
sobre la tierra quejumbroso brama
el más hermoso de la fértil vega
blanco novillo de tendidas astas.
Llega el verdugo de cuchillo armado;
el bruto ve con timidez el arma;
rompe el acero palpitantes nervios;
chorros de sangre la maleza esmaltan.
Retira el hombre el musculoso brazo;
el arma brilla purpurina y blanca;
se queja el bruto y forcejando tiembla,
el ojo enturbia... y la existencia exhala.
Remolineando por el aire, vuelan
los negros guales de cabeza calva;
fijan el ojo en el extenso llano
y al matadero, desbandados, bajan.
Brama escarbando el arrogante toro
que oye la queja en la vecina pampa,
y densas nubes de revuelto polvo
tira en la piel de sus lustrosas ancas.
Poblando el valle de bramidos tristes
corre el ganado por las verdes faldas,
huele la sangre... y el olor a muerte
quejas y gritos de dolor le arranca.
Los brutos tienen
corazón sensible,
por eso lloran la común desgracia
en ese clamoroso de profundis
que todos ellos a los vientos lanzan.
Nace la motivación para hacer esta nota
de las páginas 40 y 41 de la revista Mefisto-72, en las que se publican los
poemas comentados de Epifanio Mejía, además de Sobre el musgo reseco y Año
nuevo, en el que se insinúa que la guerra nos devasta a todos y no sólo a los
vencidos. Afirma Hernando López Yepes sobre su director: “Pronto la convirtió
en tribuna para las nuevas voces; para los escritores excluidos, para las
ovejas negras de la literatura y el pensamiento; para quienes han sido sometidos
al silencio por los sepultureros de las letras”. Según el contenido y el
espíritu de este número, y tengo otras cuatro ediciones para mirar, las citadas
palabras gozan de plena objetividad. Se
rompe el sueño minoritario de la unanimidad, demuestra que en un buen director
de revista debe coexistir un pensador.
La Carolita, lunes 21/oct/2013
© Flóbert Zapata, octubre de 2013