Todo este arsenal sensible le ha otorgado los reconocimientos que ha recibido, desde premios, esos accidentes necesarios en tiempos agónicos y sonámbulos, hasta inclusión en antologías de carácter suramericano para su generación, anterior a la mía.
Ha creído en la poesía y ha ido con ella hasta el fondo, haciéndola su proyecto de vida y no sólo su pasatiempo. Esta la diferencia central de su trayectoria frente a las de otros congéneres. Aunque lícito resulta que ejerzamos el arte con freno, a raticos, hasta ciertos límites o en secreto, para no perjudicar familia, intimidad, profesión o rendimiento. O simplemente para no correr los riesgos propios de quien decide hacerse público en vez de mascullar en las cocinas o mesas de café con sabor en la boca a cristal crudo de sábila.
Hay que jugársela toda por una causa, independientemente de que se triunfe o fracase, porque llegar es secundario, como bien lo define Constantino Kavafi en Itaca: “Mas no hagas con prisas tu camino;/ mejor será que dure muchos años,/ y que llegues ya viejo a la pequeña isla”. Entrenados en fracasos, con cayo, un nuevo fracaso, el de no ser grandes como un cantante de rock, no ser conocidos más que por amigos, colegas y parientes, no ser amados por el amor falso y dominante, causa pena menor, insuficiente para hacernos sangrar los hombros. Si triunfamos, cada vez a más tardía hora, ya la poesía nos habrá enseñado la humildad, el desapego y la belleza de la hermandad, como los entiende Erich Fromm en El arte de amar.
La Editorial de la Universidad de Caldas acaba de hacer una cuidada, merecida edición de Los amigos arden en las manos-Historias alrededor de un fogón. Quería amplificar esta noticia.
© 2010 Flóbert Zapata