El desmayado
(Mateo Castrillón. De contextura gruesa, por lo cual en la cuadra le dicen, sin que le moleste, Ñoño).
Cuando yo vivía en Comuneros, el 24 de diciembre hace dos años, un vecino tenía marrano listo para matar. Cogió un destornillador y se lo clavó en el corazón y el marrano quedó tieso. Entonces lo subió en el helecho que había en el patio para chamuscarlo y, apenas le echó candela, el marrano por el calor se despertó, se volteó y salió corriendo. Casi que no lo cogen. Cada que veo a ese señor me acuerdo y me muero de la risa.
Cocacolos y revólver
(Roberto Alonso Hincapié, excarnicero y ahora sólo docente).
Eso fue en Chipre, hace como tres años, en un patio que se veía por el interior de la casa de mi mamá; ella vivía por los lados de la iglesia. Yo estaba ahí parado pensando la vida, solo.
Desataron al animal, lo tumbaron, le abrieron las manos y el tipo le clavó el cuchillo y nada que le encontraba el corazón. Del sufrimiento el marrano chillaba desesperado y se les soltó y comenzó a correr por el patio votando sangre y con el cuchillo hundido.
Lo volvieron a coger, le sacó el cuchillo y se lo volvió a clavar cerquita, hurgándole el pecho como loco. Liso por el sudor y la hemoglobina, el marrano por segunda vez se zafó y corrió con el cuchillo colgando en medio de las chorreras de sangre.
En las carreras el animal resbaló y uno de ellos sacó un revolver y la pegó un tiro en la cabeza.
Muerto de miedo
(Sebastián Machado. Lo llaman Manchado y no porque yo diera la información de que así se mofaban del gran cantor español por llevar los trajes sucios. Después de que le hablé de su importancia sonrió y no volvió a quejarse de su apellido, que consideraba feo).
Un amigo estaba matando un marrano y el marrano hacía fuerza y fuerza y fuerza y de la fuerza que hacía se orinó y se cagó.
Guillotina de mano
(Carlos Andrés Páez. El petiso paramuno de ojos verdes)
Mi papá estaba matando un marrano con el cuchillo y no quería morir y sacó un machete, le dio en la cabeza y se la mochó. Cayó al suelo y el cuerpo parado.
Sadismo desmedido
(Daniel Felipe García. El pensador)
Una vez estaba yo en la carretera vía al Guamo viendo al matarife cómo mataba un cerdo. El muchacho le clavó la chupa (por producir una herida que impide la salida de sangre llaman así al destornillador) en el pecho y el cerdo no murió. De la rabia le cortó una pata de un tajo con un machete. Después le hundió el machete en el estómago hasta que le salió al otro lado. Como seguía vivo, le colocó un soplete (lanzallamas a gas) en la cara y en el cuerpo y ahí si murió.
Alguien compasivo
(Bryan Andrés Salazar. El afectuoso contador)
La navidad pasada mi abuelo iba a matar un marrano. Le metió el chuzo en dos veces pero no quiso morir. Entonces lo cosió y lo dejó vivo porque o si no se le dañaba la suerte.
Un muchacho le sugirió que le metiera soplete y él le dijo: “¿Sí? Venga le meto el soplete por ese culo pirobo a ver si no le duele”.
Con motosierra
(Yimmi Ortiz. El que conoce muchos caminos)
Cuando estaba en Yopal-Casanare iba a llevar pedidos con mi hermano. El trabaja en Postobón. Resulta que una vez fui a llevar un pedido a un pueblo llamado Aguazul y un señor iba a matar un marrano. Con una motosierra le mochó la cabeza y le abrió la barriga.
Envenenado
(Román Federico Hernández. Los ojos que hablan)
Una vez mi abuelita me contó que cuando yo era pequeñito y vivíamos en Ibagué, en una cañada un amigo de ella se encontró un marrano muerto. Lo levantaron, lo cargaron y lo llevaron a un CAI. Los policías le dijeron que se lo llevara para la casa. El mismo día lo arreglaron y se lo comieron. Todos los que comieron carne del marrano se murieron. Estaba envenenado.
—Hoy mato un marrano, mañana mato un humano.