“De la constante cátedra que expone
la muerte, sólo hemos aprendido
algo que en su enseñanza no propone:
no recordar lo que ya fue vivido”. p 61
Pareciera que la rima nace sólo en temblorosos dedos de veterano o en sorpresivos papeles pertenecientes a un paradójico pariente muerto que comienzan a estropearse por el orín y el polvo. Venturosamente contradicen esa realidad versos logrados como estos de Felipe Agudelo Hernández, por sí solos justificatorios de su primera salida editorial en la colección Bambusa Libros, a la escasa edad de veintiún años.
“No encuentro la palabra que rime con árbol. Pero eres esa palabra, no puedes ser otra. Eres la palabra que rima con árbol. La busco, tú la buscas”. P 58
Ahora se hace prosa la carretera por la que la interioridad transita, mostrando con ello la manera cómo cerebro e inconsciente deciden libremente entre una rica gama de recursos y oportunidades. No hay mayor dicha que encontrar la rima adecuada ni mayor desesperación que buscarla, nos dice Felipe en esta concatenación entre la escritura y el deseo, en este poema sin rima sobre la rima, y que ninguna forma encorseta por sí misma sino por su utilización.
“Apréndete este beso para exigencias de fe,
para el cobro que hace el hambre,
para la amenaza y el exilio,
para la enfermedad de las celdas de humo”. P 52
Aquí el verso libre, punto de sutura entre la rima asonante o consonante y la prosa. Centrado en Josefina Manresa, la mujer de Miguel Hernández y madre de sus hijos y la escocida historia de ambos. Nos recuerda que un 30 de octubre hace cien años nació otro de esos poetas suprimidos al que la humanidad le debe más que la recusación o su rostro en un billete de banco o estampilla: contar estación a estación su dolor Franco e inexhausto.
Corto una flor
y la llevo a dormir
sobre tu sábana. p 46
El kaihú, la tanka, japoneses, la décima o Espinela, ibérica, el soneto, italiano, y otras formas que vendrán, muestran la sibarita y enardecida propensión a la escritura de Felipe Agudelo Hernández, cuya aventura empieza en el abismo que sólo artificialmente separa tradición que se inventa siempre y ruptura que no se repite nunca, correspondida por el diálogo con todas las culturas, bisturíes y espadas incluidos.
“Si no cambia el riachuelo
es porque en su recorrido
nunca se queda dormido
bajo las sobras del cielo.” P 10
“Sólo se tiran piedras contra el árbol que da frutos”, proverbio árabe. Para calmar la sed con sus altos e inaccesibles frutos o para destruirlo al tiempo con ellos. La poesía ha aceptado los amorosos cuidados de Felipe, erigida árbol que estira sus ramas más allá de la cerca con la esperanza de que el viento las acerque a las rejas para que tome sus frutos algún cuerpo moribundo de tuberculosis, traición, miedo, mientras lejos su alma se monoalimenta de cebolla, aguapanela...