lunes, 8 de marzo de 2010
LA VIDA SONREÍDA
En La muerte sonreída (La Patria 11.01.10), ejemplo de cómo se escribe un buen artículo, José Jaramillo Mejía hace fresca mención de Ataúd tallado a mano, libro que recomienda a quienes les falta claridad, les sobra miedo frente a la muerte o se preparan para ella.
Que el miedo a la muerte inmoviliza lo prueba una sencilla mirada a los sobrevivientes de nuestra sociedad homicida.
Que no se comprende la muerte lo corrobora el hecho de que la hayamos aupado como nuestro primer tabú.
Si algunos se preparan a “bien morir” lo consiguen porque escapan a los cánones del medio y se refugian en oriente, ya sea en directo o a través de autores occidentales.
Pero también, sobre todo, se establece contacto con la realidad de la muerte para bien vivir, lo cual no es posible en la negación.
Me gustaría vivir al frente o enseguida de un hospital, una clínica o una funeraria para no caer en el olvido o el quite.
Las funerarias como antesalas de las tabernas, las escuelas en el centro de los cementerios, no son malas ideas para recuperar la humildad cuando la fe se torna soberbia.
Oriente lo sabe: vive mejor quien aprende a comer frente al amado cadáver. En las inmersiones en el Ganges para borrar pecados los cuerpos hindúes establecen contacto con la ceniza de las cremaciones arrojadas a él.
La cultura occidental obra a contravía como bien lo condensa Albert Camus en esta frase de Mersault, protagonista de El extranjero, en la última página: ¿Qué importaba si acusado de una muerte lo ejecutaban por no haber llorado en el entierro de su madre?
Con el solo título de su opúsculo La vida sonreída-Doce sonetos para leer después de muerto, y hay mucho más adentro, la jovial mente de José Jaramillo nos recuerda que leer o escribir sobre la muerte establece un acto neutro en sí mismo al que no se le puede achacar culpa de nada negativo, al igual que el borracho que mata a su mujer no lo hace por el alcohol sino por el odio y la confusión que lleva dentro.
La semana pasada Luz Stella Idárraga reventó en carcajadas leyendo los cuatro poemas de Ataúd tallado a mano publicados en Xicoatl. Me alegré, le dije que gozaba de buena salud, que el que leyendo ese libro se deprimiera estaba enfermo.
© 2010 Flóbert Zapata
Que el miedo a la muerte inmoviliza lo prueba una sencilla mirada a los sobrevivientes de nuestra sociedad homicida.
Que no se comprende la muerte lo corrobora el hecho de que la hayamos aupado como nuestro primer tabú.
Si algunos se preparan a “bien morir” lo consiguen porque escapan a los cánones del medio y se refugian en oriente, ya sea en directo o a través de autores occidentales.
Pero también, sobre todo, se establece contacto con la realidad de la muerte para bien vivir, lo cual no es posible en la negación.
Me gustaría vivir al frente o enseguida de un hospital, una clínica o una funeraria para no caer en el olvido o el quite.
Las funerarias como antesalas de las tabernas, las escuelas en el centro de los cementerios, no son malas ideas para recuperar la humildad cuando la fe se torna soberbia.
Oriente lo sabe: vive mejor quien aprende a comer frente al amado cadáver. En las inmersiones en el Ganges para borrar pecados los cuerpos hindúes establecen contacto con la ceniza de las cremaciones arrojadas a él.
La cultura occidental obra a contravía como bien lo condensa Albert Camus en esta frase de Mersault, protagonista de El extranjero, en la última página: ¿Qué importaba si acusado de una muerte lo ejecutaban por no haber llorado en el entierro de su madre?
Con el solo título de su opúsculo La vida sonreída-Doce sonetos para leer después de muerto, y hay mucho más adentro, la jovial mente de José Jaramillo nos recuerda que leer o escribir sobre la muerte establece un acto neutro en sí mismo al que no se le puede achacar culpa de nada negativo, al igual que el borracho que mata a su mujer no lo hace por el alcohol sino por el odio y la confusión que lleva dentro.
La semana pasada Luz Stella Idárraga reventó en carcajadas leyendo los cuatro poemas de Ataúd tallado a mano publicados en Xicoatl. Me alegré, le dije que gozaba de buena salud, que el que leyendo ese libro se deprimiera estaba enfermo.
© 2010 Flóbert Zapata