viernes, 17 de octubre de 2008

EL TANGO DEL PROFE. Alejandro García Gómez.

Alejandro García Gómez. Correo electrónico: pakahuay@gmail.com




(El tango del profe. Alejandro García Gómez. 150 páginas. Dirección de cultura. Alcaldía Municipal de Pasto. 2007).
La literatura vale la pena si muestra llagas, las que siempre llevamos por humanos y aquellas otras capaces de toda miseria, que nos manifiestan ya no demasiado humanos sino subhumanos, en esta novela llamados con acierto los “comemierdas”, originalmente expresadas.
Reunidas en este libro las miserias de un gremio, como Arroyo, rector politiquero, extensión de directorio, o Diosdado Pacheco, el inescrupuloso jefe de departamento, y sus lotos crecidos en el fango: que un docente de Biología y Química sea capaz de parar su exposición sobre el objetivo 100X del microscopio y leer un poema, o detener su vida y escribir una magnífica novela.
Aquí el maestro oficial, ese funcionario demasiado gris que recibe el obituario en el primer pago de jubilación.
Allí la educación ofrecida por el Estado, ese mundo crudo de hoy, que hace pedazos todo ego, que libera al maestro de un pesado fardo de simulacros y convenciones ensimismadas, al encararlo con el universo puro de la miseria, al ponerlo frente a un orbe de indigencia y exclusión en el que resulta gaseoso hablar de valores, de donde él viene aunque lo ha olvidado entre espejismos, al que pueden caer sus propios hijos desde las alfombras voladoras de la esperanza.
Desnuda aquello en que se ha convertido la educación hoy: un trabajo escabroso. Tanto como buscar los diminutos diamantes de la limpieza, que representarán el salario, en una piscina inundada de estiércol de hipopótamos. Una ocupación durísima, aniquiladora, desde adentro y desde afuera, más que cualquier otra que se precie de serlo.
Muestra de paso el atosigado diario laboral de un maestro de un colegio certificado, moda neoliberal rampante: mapa de procesos, ISO, control de calidad, que no es otra cosa que calidad del control —colegios privados tienen cámaras en los salones, como en “1984”, la antiutopía de Orwell—, proyectos, más proyectos, otros proyectos, nuevos proyectos, proyectitis, formas, formatos, papeles, documentos, firmas, informes, más informes, informemanía...
Qué es una crónica sino una buena novela real. Qué es una novela sino una historica sucesión de hechos, hiper o hipotrofiada por técnicas buscadoras de efectos. Hay gente que encuentra fácil distinguir entre novela y crónica, como en un plano cartesiano simple. Personalmente no veo tan obvia la barda. Entre estos dos mundos oscila “El tango del profe”, la primera salida de largo aliento publicada por Alejandro García Gómez.
El que sufre muere el doble y vive la mitad. Ese es el maestro, sobre todo si vibra en su sangre el gen anarquista, en el sentido originario de esta sagrada palabra: “No sé a qué se debe esta manía que tengo por las causas perdidas (Pag. 109)” y por eso nunca olvida que el que sufre piensa y el que piensa vive el doble o el triple en su afán porque ese sufrimiento sea común a todos en la conciencia, primera fase, para que sin que falte ninguno lo erradiquen.
La educación, la santita, había escapado a “Cambalache”, pero este como sabueso la ha perseguido hasta cazarla. Discépolamente le ha quitado sus ropas chiviadas, sus vestidos sastre, sus apariencias baratas, y nos la ha entregado desnuda.
El capítulo 7 da cuenta de la vida trepadora del profesor Juvencio Posada: de sinvergüenza hereditario a canalla, informante, perfecto ejemplo de dignidad que se automutila y se autoinmola, o sea de falsa dignidad. “Volvió una noche” es su tango pero quiero entender que no es esta tragedia la que da título al libro sino una no escrita que recorre cada renglón y que quizá el autor, poeta también de altas calidades, en el receso de las cámaras se decida a escribir alguna vez.
Lectores arrogantes de primera página, no abandonen en el inicial capítulo, no se nieguen este festín bajo luna doméstica, en el que la educación, la siempre mirada a través de puertas agrietadas y resecas, ahora echa un vistazo hacia afuera por un agujero en la puerta metálica de un salón: páginas excepcionales, viaje desde el frío social al pie del volcán a la eterna primavera postergada.
Latiendo las valiosas Ráqueles Ariza, sin las cuales el mundo se tornaría irritable horizonte de túnicas y hábitos sin a quien predicarle y destrozándose entre sí. Lunares gallardos de un país impulsivamente convertido en paraíso conservador, repúblicano, popular, tan abonado que degenera en selva.
Pocas obras de arte pasan por la educación, se detienen en la educación, miran la educación, aunque sólo sea fugazmente. Hacen el abordaje de la vida privada de un maestro pero no de la educación, de su diaria odisea en las aulas. En oposición a este agostamiento “El tango” nace de un asunto eminentemente educativo: “La inexplicable pérdida y hallazgo de unos mirospcopios que habían desaparecido de la gaveta de una compañera viuda, a quien se la responsabilizaba (Pag. 125).” Incurre en una admirable aberración al contradecir lo que pareciera frívola moda y en realidad es profunda pujanza ideológica: colocar lo esencial como ancilar, rebajar el espíritu a sobrevivencia, postergar la vida.
Hace poco Gabriel Pabón Villamizar editó “El maestro en cuentos”. Señala con acierto en el estudio premilinar que en muy pocas producciones de este género el maestro es protagonista. A esta cantidad hay que aplicarle exponente negativo si nos preguntamos por la novela, balance triste como repetidas capillas de bruma nariñense, que titilan entre el propalibro beige. Bien, la creación de un profesor secundario ha roto con este tabú. Desde luego no es el único mérito del libro. De nombrar otros fulgores suyos se encarga en el preciso prólogo el eminente crítico norteamericano Jonathan Titller.
¿Cómo no va a ser mejor leer una novela de estas características que ver seis huecas películas de Holywood? ¿Cómo no va a estar más el espíritu colombiano en obras como estas que en falsimedia literaria? Algún día se romperá el hechizo del consumo innecesario y la superstición como industria y recordaremos a quienes se rebelaron a sus cánones y condenamos y excomulgamos por ello. El autor de este libro estará en las más rigurosas listas. No se puede alejar más ese día según la teoría de los ciclos pero más según la fuerza y la lógica de la continuidad de la especie, que es finalmente lo que se impone.
Llamado a ser armonía, curiosidad científica y política, el mundo laboral de escuelas y colegios se traiciona a sí mismo en los pocos restos que dejó el paso de la oficializada y burbujeante Globalización y su pasión sado-masoquista de ser dominado por los de arriba para dominar a los de abajo, haciéndose dogma, tremebunda jerarquía, tensiones inenarrables.
No otro epíteto que brillante puede recibir la alegoría del capítulo ocho, que engloba al universo pedagógico pero también al social. Es el sur de Aurelio Arturo y Alejandro también Colombia, donde no hay que preguntar porque las respuestas vienen quevedescas, en epitafios de sangrienta luna.
Cuando leemos emprendemos un viaje. Al apearnos del bus, el de Yeison Alesis, alumno coprotagonista, u otro, sabemos que valió la pena este trasiego de recuerdos de “la ciudad de las cúpulas y los campanarios de las iglesias y los monasterios, donde han comenzado las guerras de la patria”, o sea Pasto, hasta aquella donde florecen las guerras ahora: Medellín. “El tango del profe” debería ser leído por todos los maestros de Colombia, lamentablemente sabemos que no será así. De incomunicación avasalladora estamos hechos, triste suma de estériles solipsismos, sin que sea monda coincidencia. Hacia el derrumbamiento de este negativo estado de cosas ha de dirigirse toda expectativa.