domingo, 26 de agosto de 2007

¿Y AHORA QUIEN PODRÁ DEFENDERNOS?

A una rata de laboratorio le aplican choques eléctricos y corre por el laberinto a buscar la salida. Pero no hay salida. Le aplican un segundo choque con iguales respuesta y frustración. Así varias veces. Al sexto choque la rata se queda quieta. En los siguientes igual réplica. Debilitada, ya no le importa nada. La muerte sería cosa grata. Así el colombiano. Por eso ¿quién podrá defendernos?

I. LA PROFECÍA

—No nos morimos, nos matamos —advierte la milenaria tradición nipona. No en el sentido de la codicia directa colombiana, en uno peor y más triste de lo solapado.

El adagio (también en el sentido musical, dado que se trata de una contaminación lenta la mayoría de las veces) exacto es “No nos morimos, nos matamos con lo que comemos”.

Una niña perdió su infancia. A los diez tenía senos de mujer hecha y derecha. ¿El motivo? En un tiempo el papá le llevaba mucho pollo frito o asado. ¿Cuántas especies más son desarrolladas con hormonas y/o esteroides? Aunque esta niña está viva y sin mal grave a la vista, ¿qué secuelas le esperan en el futuro a ella o a su descendencia? ¿La han enterado de que los pollos, objeto de experimentación en los laboratorios, son forzados a un peso tan alto que sus piernas se rompen o que les lastimaron el instinto del cortejo y buscan a la gallina sólo para matarla?

Dinero, rendimiento, dinero, hiperproducción, dinero, forzamiento de las especies naturales, dinero, cerdos sin grasa, dinero, novillos más grandes, dinero, maniobras, dinero, pérdida total de escrúpulos...

Lo que debiera alargarnos la vida nos la acorta.

Las rebanadas de tomate tienen el indisfrazable sabor del Manzate. ¿Sólo en la cáscara y basta un hervor o el lavado con cloro o vinagre? No, también, o sobre todo, en las semillas. Una receta de bebida de manzana, más curativa si se utiliza la de la propia tierra donde se vive, recomienda no utilizar las semillas porque es en ellas donde se da una más alta absorción de los mortales venenos asperjados.

Ese mismo tomate puede contener los residuos nucleares de una planta francesa o rusa. El ártico, donde un rayo de sol puede fulminar un oso, recibe desperdicios industriales traídos por las corrientes de aire desde lugares remotos (“Planeta carnívoro”. Discovery Chanel. Julio del 2007). El plancton los absorbe. La foca ingiere el plancton. El oso devora la grasa envenenada de la foca, enferma y cae. No exclusivamente los que defecan sobre el planeta se comen su estiércol. Si esto le sucede al membrudo oso, qué decir del cada vez más frágil, sedentario y vulnerable organismo del sapiens.

Las manzanas, al igual que las salchichas que en empaques de papel y no refrigeradas duran meses, son sometidas a radiaciones que eliminan todo resto de vida, o sea los microorganismos que permiten los naturales procesos de maduración y posterior descomposición. Almacenamiento, transporte, bodegas, refrigeración… Casi han perdido su capacidad de podrirse y más bien tienden a secarse. El consumidor se siente feliz de que dure y perdure en el frutero, sin saber que entre el momento de la recolección y la compra han transcurrido meses y que, en consecuencia, no comerá otra cosa que un seco cadáver.

Los preservativos de los alimentos (productos de frigorífico, salsas, quesos, etc.) en dosis pequeñas son tolerables para el organismo humano, se nos dice. ¿Y la acumulación qué? Una simple arepa lleva una salsa de benzoato de sodio, propionato de calcio y sorbato de potasio

Los nitratos (sales) y los nitritos de los enlatados son a la larga causa fija de hipertensión arterial, llamada el enemigo oculto, además de otros males.

¿A quién le gusta el agua detenida? Pues bien, eso es una gaseosa o un jugo en caja o en botella. Por su parte tomarse tres gaseosas equivale a ingerir un vaso de azúcar. Vivan las glicemias. En la medida en que sea posible, los azúcares del cuerpo deben ser proveídos de manera natural, esto es a través de las frutas.

¿Qué nivel de pureza posee la caña de azúcar con la que hacemos nuestra proverbial aguapanela o aguadepanela?

Y claro, los de abajo imitan a los de arriba, que es lo que sucede en general en este país con el crimen, la corrupción y las demás plagas. ¡Si ellos pueden por qué nosotros no! En Neira doña Julia Betancur le compraba las arepas para el desayuno a una viejita muy pobre, distribuidas por su muchacho hijo, porque eran caseras e indemnes. Una mañana varios miembros de la familia sintieron mareo, vomitaron, etc. Supieron la razón cuando en la tarde el muchacho pasó recogiendo las arepas vendidas, devolviendo la plata y pidiendo excusas que porque a la anciana se le había ido la mano en formol.

Ingredientes semejantes, sólo detectados en promedio por uno entre diez mil olfatos, son utilizados en panaderías, restaurantes, etc. Cualquier ampleadito le puede dar sus nombres coloquiales. Por ello periódicamente las autoridades revisan el pan en los hipermercados. La textura permanentemente blanda del pan pude tener un pecio muy alto en términos de bienestar.

Nos morimos porque queremos. Porque fingimos no saberlo.

Se comenta, y esto debe ser desmentido, que Manizales es la ciudad del país con mayor incidencia de cáncer gástrico. ¿La causa? El agua que bebemos. Es purificada, ignoro que parte de ella, mediante un proceso de aguas termales. Los residuos minerales serían los causantes de esta grave morbilidad proliferante.

En Colombia hay 6000 nuevos casos de cáncer gástrico cada año. Donde más se da es en la zona andina (Fuente: Noticias RCN, emisión del medio día del 6 de junio).

Estamos sólo comenzando.

Me describe mi paisano Diego Duván Osorio, agrónomo de la vida, un cafetal al otro día de fumigado con los químicos de la Bayer: “Usted encuentra todo tipo de animales muertos: mariposas, ratas, ardillas, insectos, pájaros…” y una despiadada lista entomológica, además de las especies vegetales menores. Mas si ese mismo café es intentado exportar a Alemania, se verá rechazado por tener trazos del químico que ellos mismos nos venden. Hay que llevarles cafés limpios. Como el que liofilizan en Chinchiná.

Inflexibles, puntuales, controles de laboratorio y medidas operan en los puertos de los países enriquecidos, antes de que sean descargadas las importaciones agrícolas provenientes de los empobrecidos, a los que han reducido, en lo tocado, a huertas de cultivo.

Los sudacas y en general los habitantes de los países llamados del Tercer Mundo producimos alimentos sanos y alimentos contaminados. Los sanos van al exterior, los contaminados se destinan para el consumo interno.

Los salubres bananos de Urabá no se cansan de curar el estreñimiento que les produce el estrés a los correlones rubios. Por supuesto no van sobresaturados de potasio.

Otros productos gourmet semejantes son desconocidos para los colombianos comunes. Yo por lo menos nunca probado el tal palmito del que tanto hablan.

La mejor carne va de turismo por paladares al otro lado del mar.

En un folleto sobre el cáncer de próstata, editado por Santa Sofía, advierten que una de las causas del cáncer de próstata es el cadmio, con el que fumigan el tabaco. Usted se tranquiliza porque no fuma. Pero toma chocolate o despacha chocolatinas, helados, pasteles, cuyas plantas productoras son fumigadas con el mismo cadmio.

Buena parte de los restos de químicos van a dar al colon, que ha sido convertido en la cloaca de la experimentación y la tecnología. Casi nadie hoy se libra de hemorroides, estreñimiento y el cáncer de colon abunda.

La era del conocimiento es también la de los tumores y los tejidos corrompidos: la sangre contaminada recorre e irriga hasta la última célula de los organismos. Las substancias intrusas no quedan contentas hasta llegar al alma misma de los sistemas.

El cáncer de vejiga se ha popularizado por razones semejantes y otras extensiones del mal proliferan: en Aranzazu, por carcinoma, a un paciente le debieron amputar tres centímetros del pene.

Y cáncer en la cabeza y en la lengua y en el esófago y en el escroto y en…, que asombran, sorprenden y desconsuelan a médicos de todas las especialidades. Y que, por supuesto, alegran a los comerciantes de medicinas, de ataúdes, de servicios, de camas de hospital, de lápidas...

La primera causa de mortalidad infantil en Colombia es el cáncer, al lado de los problemas cardíacos.

En Colombia hay en todo momento 500.000 enfermos de cáncer. La rara palabra oncología ha entrado a hacer parte del vocabulario cotidiano. Todo órgano o tejido extirpado es sospechoso y enviado a patología, cuando debiera ser al contrario.

Sabemos de qué vamos a morir, no está lejano el día en que podamos saber con precisión la fecha, es decir el tiempo que tardará nuestro organismo degenerarse por causa de factores externos. No se tratará de una profecía sino de un simple cálculo.

Bueno, se dirá, pero hay gente que no se muere a pesar de todo. Claro que sí, es la especie resistiéndose a desaparecer. Son los mecanismos de supervivencia hereditaria. Sin embargo un alto porcentaje de la población se quebranta y lleva existencias desgraciadas y dependientes de medicamentos.

¿Pasaremos algún día de la medicina preventiva a la curativa?

¿Quién será el valiente que demuestre lo sabido: que la mayoría de enfermedades son evitables?

Cuando muere una persona casi no es necesario preguntar de qué. En la mente uno escucha los ecos anticipados: “De cáncer”.

Cánceres que no se curan ni rezándole a la Virgen de Fátima o a la de Lourdes o a los más de doscientos papas que ha habido, casi todos certificados milagrosos por la canonización. Papas que también murieron y que lo hicieron de las mismas enfermedades que el vecino.

No come tomates pero come salsa, que está hecha con ellos.

Su base nutriente son frutas y verduras. Pero ¿intervinieron factores nocivos en sus procesos de siembra, crecimiento y cosecha?

En el delicado restaurante vegetariano un afiche habla con voz hindú: “Que tu alimento sea tu medicina”. Doña Luz Dary, su dueña, no se resigna: “De lo malo lo menos malo”. Admirable comienzo.

De estas formas, sin darnos cuenta, llevamos a nuestro cuerpo substancias depravadas. Los abonos químicos (la redundancia es indispensable) están hechos de químicos. Ellos entran en la yuca, la papá, la caña de azúcar, el maíz, el arroz, el banano y un larguísimos etcétera y a través de ellos al organismo.

Los químicos con que se hace crecer el pasto se los come la vaca y después nos comemos la carne o bebemos la leche. La conclusión es obvia. Igual para los huevos.

Un honesto maestro de cocina advierte que ni por el chiras comprar brócoli o espinacas de cierto supermercado porque vienen condimentadas con los 25.000 elementos químicos que degradan al río Bogotá y en cuyas riberas se cultivan. Obviamente no sólo las espinacas, y no sólo Bogotá es nodriza.

Una estudiante de odontología comenzó a perder pelo y peso y por poco muere. Registraba todos los síntomas de envenenamiento. Entre más especialistas visitaba menos razones le daban. Se salvó porque un examen de sangre arrojó la presencia de una alta dosis de mercurio. ¿Cómo había ingresado al cuerpo? ¿En las amalgamas de los dientes? No, a través del pescado, los mariscos y otros productos de mar, que consumía con frecuencia devota. El mar es el colon del planeta. Los ríos ni se diga. Hay que ver lo que han hecho con el pobre Magdalena. Y en lo que están conviertiendo al Cauca.

Se trata de algo más que un dilema: lo que me alimenta me mata, sólo lo que mata me alimenta.

A veces uno se pregunta si no somos más que campos de experimentación de la ciencia o ni siquiera eso y un Malthus superficial aplica sus recetas de control de la natalidad.

Pepinos del tamaño de brazos, mangos y aguacates como cabezas adultas, insípidos bananos que revientan las cáscaras como en la conversión a verdoso El Hombre Increíble sus camisas, sobresaturados de lo habido y por haber.

Aceites polisaturados, mantequillas nitrogenadas, que a veces lo advierten en letra de contrato (¿por qué no siempre?), peligrosa no precisamente por diminuta.

Polisaturación, lo más parecido a una amenaza. Consumidores americanos exigen la salida del mercado de ciertas marcas de margarinas y aceites.

Miremos los componentes no naturales de Caldo de Gallina Knorr: sulfito, aceite parcialmente hidrogenado de palma (el nitrógeno es certeramente cancerígeno), glutamato monosódico, inosinato disódico, saborizante idéntico al natural, anticompactante de fosfato tricálcico y dióxido de silicio.

Ojalá fuera este producto no más. Todo lo que comemos está saturado de esto o de aquello. Llega uno a la conclusión de que está vivo de milagro.

Alex es tendero y modesto exfinquero. Esto dice: “El banano lo aceleran y lo cosechan más grande que el tamaño natural y en la mitad del tiempo normal para sacarle más plata a la tierra”. No lo aceleran con padrenuestros o a punta de consejos. No, con mantillos artificiales.

Sin embargo, hasta ahora no ha pasado en nada. Sólo hemos visto la punta del iceberg, para utilizar el lugar común tropológico al uso.

Sumemos a todo este círculo la contaminación electromagnética (transformadores, generadores, antenas parabólicas, de telefonía celular). Saben los ingenieros eléctricos que estar cerca de un transformador de luz expone al riesgo de padecer leucemia y que madres embarazadas que vivan a menos de cien metros de antenas de telefonía celular pueden engendrar criaturas malformadas o con daños cerebrales.

II. LA INMOLACIÓN

La joya de la corona del infierno en que se ha convertido el universo de los alimentos son los transgénicos.

Les menciono la palabra “Chulavita” a los niños y les parece graciosa. También “transgénicos” parece inocua.

No voy a hacer una larga exposición sobre el tema. Remito al lector a miles y miles de consultables artículos y capítulos electrónicos y de papel que nos revelan cómo la soberanía alimentaria de un país no sólo se refiere a la cantidad de los alimentos sino a su calidad.

Hechos como este hablan por sí solos y estremecen. Monsanto le ofreció a Inglaterra la semilla de maíz genéticamente manipulada G-340 (y puede fallarme la memoria con el código). El gobierno les dijo: “Un momento muchachos la revisamos”. Y mandó a probarla en la Universidad de Cambridge. El resultado: la sangre de los ratones que consumieron ese maíz se alteró de gravedad y el hígado de las crías fue más pequeño que el estándar.

En un artículo publicado en la prensa nacional Edgardo Orozco informa que: “El departamento de ingeniería genética de la Universidad de Caen, Francia, ha elaborado un nuevo estudio en el que se demuestra que las ratas de laboratorio alimentadas con maíz modificado genéticamente, producido por Monsanto, tiene un alto grado de toxicidad a nivel renal y hepático. Otro estudios son enfáticos en afirmar su capacidad oncogénica; recomiendan además que, por los efectos nocivos demostrados el maíz de Monsanto, no debería llegar nunca a la cadena alimentaria”. ¿Es el que usamos aquí?

Se sabe que en general los animales de laboratorio alimentados con transgénicos entran en procesos degenerativos y mueren más pronto que los que no.

Transgénica es la mayor parte de la soya o soja, tan de moda ahora y no sólo en las dietas vegetarianas. Aterra conocer la cantidad de productos de los cuales uno de sus componentes es la soja. Las margarinas, para citar uno solo ejemplo, tiene entre sus componentes su lecitina.

“¿Usted comería veneno?” “Claro que no”. Y sin embargo lo hace. Y no sólo eso: paga.

Una de las ventajas ruidosas de las semillas transgénicas era que no necesitaban fungicidas, herbicidas o plaguicidas. Se sabe que no es así. En Argentina, donde se cultivan miles y miles de hectáreas de soja, corren parejo por el aire glifosato y parientes destruyendo a su paso cuanta especie animal se atraviese y dejando a los humanos maltrechos en su salud (documental de la televisión alemana, DW-TV, por parabólica EPM, junio del 2007).

Como vemos, es necesaria una reflexión desde los vegetales comestibles hasta los comestibles destructores.

A pesar de que puede producir todos los alimentos, tristemente Colombia importa: suplicios del mercado. ¿Cuáles son las características de lo importado? De cualquier manera poco cambia la situación respecto al tópico que nos ocupa. Continúa el citado Orozco: “Monsanto ha logrado penetrar en el mercado criollo comercializando dos de sus semillas; una llamada Yieldad, formada por una combinación genética que mezcla los genes del maíz tradicional con los de una bacteria, el bacillu thuringiensis. De esta forma la planta adquiere la propiedad de producir una proteína que resulta mortal para el gusano barrenador, principal enemigo de los cultivos de maíz en el mundo. La otra semilla se encuentra arreglada genéticamente para ser resistente al glifosato, herbicida que se fabrica y se distribuye en Colombia con el nombre comercial de Roundup”. ¿Y esa bacteria qué pelos en el organismo humano? Preguntas. Preguntitas.

¿A quién no le gusta la ciencia ficción si se la dan bien? A nadie. Infórmese sobre estos temas y véala recorrer sus venas y su destino o, mediante un pequeño desdoblamiento, obsérvese en su papel de pálido y desamparado protagonista.

La mezcla de genes vegetales es común: zanahoria a la que le incorporaron arroz, no popularizada. Quién sabe porqué. Supongamos resignados que porque difieren los tiempos de cocción. La de vegetales y animales comienza a dejar de ser procedimiento raro. El rojo tomate de su ensalada puede tener algo de pez, de rana, de serpiente o de zancudo.

Transgénico, aquello a lo que le fue cambiada su naturaleza. La leche vacuna transgénica invadió el planeta convertida en polvo.

Hombres buenos y limpios y mujeres sanas y de cristalinas costumbres, sin entender nada, una tarde reciben el dictamen: cáncer. Como reses sin ojos son sacrificados sobre una piedra, con un cuchillo de carnicería, sin saber por qué ni por quién, igual que en El Proceso. Sin embargo el quién y el por qué han estado siempre frente a sus ellos.

III. LA ESPERAZNA

La contaminación está al orden del día, invade no sólo cada rincón de nuestros cuerpos sino de nuestras vidas. Con su presencia multicolor y de la mano de la sicodelia publicitaria tramposa, hace del hombre el insecto feliz en su telaraña. Cada sociedad escoge la forma de matarse. Parece que la nuestra es inevitable y parte importante de ello es no saberlo.

Sin embargo algo puede hacerse. Ciertos sábados, frente a la Facultad de Derecho de la Universidad de Caldas, son ofrecidos productos agrícolas transparentes.

Panela granulada La Palestina, orgánica, se exhiben en cualquier supermercado. En su lujoso empaque los exóticos y puntuales sellos de garantía que le permiten viajar lejos si lo desea.

Bananos inocentes de pequeño sello verde con ilustración y letra amarilla se consiguen en La Catorce.

Da tristeza pensar: ¿Por qué sólo bananos y panela? No ha sido posible el milagro de una tienda de agrosanos en Manizales.

Lo cierto es que sentimos que muere demasiada gente. Que un escandaloso número de personas se enferma de gravedad. Que va siendo cada vez más un milagro la posesión de una salud normal.

Los conductos sanguíneos cerebrales y cardíacos y los otros parecen debilitados.

En Estados Unidos una famosa actriz, produce industrialmente y con fines ecológicos y sociales, unas acreditadas galletas cuyo gancho es “Hechas a base de productos orgánicos y no transgénicos”. Las ventas son multimillonarias.

Estados Unidos, ese país en el que la prevención está por debajo de la curación, en el que la enfermedad y la muerte son un negocio como cualquier otro. Nuestro ejemplo.

IV. PRIMEROS PASOS

¿Y ahora quién podrá defendernos?

No Superman, porque sólo ampara a los gringos. Aunque malamente debido a su mal de Alzheimer. Si algo registra la buena televisión norteamericana es la verosimilitud. A juzgar por los dramatizados, para no ir a las espantosas cifras estadísticas y a lo que ocultan, este pueblo recorre un destino parecido al colombiano. En cada serie alguien resulta con un sarcoma, un linfoma, un Borman cuatro o cualquiera otra de las formas de la millonaria oferta de degeneración celular que nos ofrece la desesperada, insaciable y paranoica sociedad de consumo.

No el Chapulín Colorado, porque, además de que está muy cucho, tiene muchos problemas que resolver en México, entre ellos que los manitos tengan acceso a una tortilla asequible al bolsillo de todos. Hace días hubo una rebelión nacional por la subida exagerada de su precio.

La incitación a preguntarnos qué estamos ingiriendo, cada que traguemos un bocado, será el primer acto de defensa.

Después de alguna andadura se descubrirá que lo dicho es una gota en el mar de las sorpresas. Que también en el mundo de los alimentos reinan la impunidad y la mentira.

Discúlpeme lector por haberle dañado la próxima comida. Pero debemos erradicar la inseguridad de que algo tan querido, necesario y placentero como lo que humea en el plato nos esté dañando la vida sin mencionar la muerte.

Manizales, junio del 2007

POST DATA

Vendo artículo. Tardé cuatro semanas en escribirlo (desde luego que trabajaba al tiempo otras cosas). En concebirlo e intuirlo meses. En corrección posterior otros treinta días. Había querido afrontar el tema pero no encontraba el acceso. Una mañana hice, digamos, el vaciado en bruto. La siguiente semana reescritura. Claro, habían pasado meses pensando y leyendo sin buscar. Dejar dos semanas para poder ver como ajeno. Releer. Cambiar giros, expresiones, fundir la claridad y la precisión sin empalar la naturalidad. Aquí está. Como nadie compra lo regalo. Como en materia de literatura no reciben ni lo regalado lo dejo por ahí hasta que alguien lo recoja y quizá lea un poco mientras lo lleva a la basura. En eso consiste lo salvaje: abandonar la vida por lo que es sólo su reflejo. Los colombianos leemos menos de un libro al año. Sin leer no podremos salir del hueco en que caímos. Y si salimos será para caer en otro peor. Nos descuidamos y nos devuelven a la Edad Media, no sin antes convencernos de que el Siglo de las Luces no pasó de ser una entelequia. Aleluya hermanos.

sábado, 25 de agosto de 2007

BELALCÁZAR (Pequeñas crónicas)

Ya sé que tienes un Cristo

que nunca te da la espalda

y resguardo con idioma

y, en vivo, Semana Santa.

Ahora respóndeme

¿por qué divina muchacha,

de día miras el valle

y de noche las montañas?


Un lotero decididamente blanco de estatura media baja me ofrece la lotería de Risaralda. No es casual que en este pueblo caldense ofrezcan más esta que la de Manizales: todo su comercio se realiza con Pereira; cuerpo aquí y corazón allá.

—No, gracias —le digo.

—Y usted con esa cara de buena suerte que tiene —me dice en un peluche.

Como todo el día he querido escuchar de labios de un lugareño lo que uno concluye sin dificultad sobre el forro de zinc de las casas, se lo pregunto.

—Por la pobreza. Mucha pobreza —me explica diligente, seguro y experto.

“¿Por la pobreza? No, por la humedad”, me digo con perplejidad sonriente.

En pago por respuesta tan inverosímil, cambio de opinión y le aviso que le voy a comprar la lotería. Me va a entregar un billete pero le digo que sólo llevaré una fracción, o sea la mitad. Le pago con cinco mil.

—¿Cuánto me gano con esto librecito? —le pregunto.

—Doscientos millones.

—¿Cuánto quiere que le dé si me la gano?

—Lo que usted me quiera dar buena y santamente está bien. —responde mientras me devuelve los dos mil quinientos y continúa con voz de ciego— Muchas gracias, que Cristo Señor mío le dé suerte, Cristo bendito, el que hizo al universo, el que le dio la vida a usted, a mí, a todos.

—Le voy a dar diez millones. No, cinco para cumplirle —aunque por dentro le dije: “Cinco para que deje de agitarme la camándula en la cara”—. ¿Dónde lo busco?

La religión para lo que realmente sirve: dar consuelo frente al dolor inherente a la vida y frente a la incertidumbre de la muerte. Ni más ni menos. El resto es pernicioso. Los fanáticos tienen el mundo lleno de guerras de todos los tamaños.

—Fácil de encontrar: yo soy el único lotero aquí. —explica certero.

Me sorprende su condición de isla en este mundo absorto en la competencia brutal aun en los oficios más sencillos.

—¿El único?

—Sólo los sábados vienen de La Virginia un señor Guillermo y don Aníbal González.

Cuando lo voy a poner pensar sobre lo de la pobreza, es llamado por un cliente y me deja con la frase iniciada. Como faltan cinco para las dos, me regreso la Casa de la Cultura, donde dicto un taller de creación poética. Una alta escuela ruidosa de niños, de propiedad de papá municipio, siempre rico, forrada completamente en zinc, me confirma en mi sospecha.

En la casa de la cultura Juan Carlos Valencia, su director, me lo explica todo: Belalcázar es muy lluvioso y la humedad hace que en el bahareque surjan hongos y literalmente retoñen las paredes de boñiga y tierra. De paso me hace caer en cuenta que el zinc ha sido a veces bellamente grabado con círculos, hojas y otras figuras. En la sala donde hablamos, entre fotos y pinturas, una copiosa colección de afiches cuyos temas centrales son los dos orgullos municipales: la celebración en vivo de la Semana Santa y el Cristo de cemento y hierro de cuarenta metros de altura desde cuyos ojos y brazos se pueden observar trescientos sesenta grados de todo tipo de idílicos paisajes. Atraen —todos lo dicen con orgullo, en tiempos bancócratas en que la economía cuenta como nunca— muchos turistas. Seguramente también acrecientan la fe de lugareños y extraños. Prueba de ello es el exteriorizado fanatismo del lotero, ignorante por el resto de sus días de que cuando me echó el discurso creacionista me hizo arrepentir de la compra, no tanto por lo que dijo como por su imprudencia de generalizar al creer que todo momento y persona son propicios para vaciar lo personal.

Belalcázar, aldea delirante e inocente, muchacha que en el día mira al valle y en la noche a las montañas, poseedora de un resguardo indígena trasplantado de Riosucio que increíblemente conserva su lenguaje, cuya ininterrumpida tradición no explica el desconcertante hecho de que se esté suicidando un chico por mes.

Belalcázar, miércoles 15 de agosto del 2007







SOBRE LAS DUDAS DE ABRIR ESTE BLOG

Todo sensato, es decir todo náufrago, piensa el narcisismo. “El corazón del hombre” de From es una pequeña tempestad que podemos procurarnos. Reconozco que jamás podré cumplir esta enciclopedia taoísta de una frase: “El hombre perfecto no tiene yo, el hombre espiritual no tiene éxito, los grandes sabios no tienen nombre”, aunque a ratos he tenido el impulso de seguir a Crates e Hiparquia. Uno de mis sueños más plácidos fue despertarme durmiendo en una acera de la veintitrés, descubrir que había sol y voltearme para el otro lado, libre de horarios y dependencias, sin patrones como Siddartha Gautama sin riquezas.

Sin embargo, qué más es un escritor que un egótico; aun, o quizá justo ahí, cuando habla de los otros habla de sí.

¿Hacerse uno mismo una página electrónica —me preguntaba— no era menos un acto de vanidad que de soberbia?

Un escritor paisano considera inmoral publicarse él mismo. Ojalá yo tuviera con qué para renunciar de modo frontal a la secta cortés y mendicante en que han convertido a los creadores en mi tierra.

Porque afortunadamente nunca estaré claro ni en esto ni en nada, en cada paso que dé me queda el consuelo nietzscheano del error irrefutable.

Excepto los realmente grandes y los grandes prefabricados por la publicidad nadie tiene espacio en los medios masivos, llámense televisión, periódicos o radio. A eso súmense el monopolio y la cremallera ideológica conservadora creciente, ante la cual cálidamente es preferida la autocensura al alquiler. Panorama final: silencio, silencio y más silencio; incomunicación, islas, puentes rotos. Supremacías entre las devastaciones. Ruinas para la muchedumbre.

Sin embargo nunca faltó el periódico de pequeño tiraje, símbolo de resistencia ante la globalización del analfabetismo estético. A blanco y negro, casi siempre sin fotos para reducir costos y evitar ser acusado de vitrinero

El pasado julio comencé a descubrir las posibilidades del blogspot, en “La pipa de Magritte” de Julio César Correa. Ahora pienso en lo que es realmente este asombroso universo que lo incluye: una especie de comunismo primitivo de la información o quizá la aldea global albigense de la expresión. Con él la fuerza de los monopolios durará lo que el Internet en popularizarse. Su subsistencia dependerá de su pluralidad, a diferencia de antes, cuando el dinero erigía el pensamiento que se decidiera porque para competir se necesitaba encontrar la bodega de Alí Babá de la corrupción o de la herencia, ya que el honrado avanzaba un paso y un codazo lo devolvía dos. Tal vez algún día podamos entrar en la utopía de catarsis marxista: “la crítica despiadada de todo lo existente”, sin la cual apenas habrá esperanza de verdadera civilización, en vez de los simples cambios de imperios sucedidos siglo tras siglo.

Otros entregan delicadezas, yo estas excusas; me culpo de lesa libertad.

A través del proyecto REMES, “Red mundial de escritores en español”, ingresé al sitio de Luis E. Prieto, ginecólogo y escritor español. Ahí las noticias sobre sus libros, carátulas, fragmentos, poemas suyos leídos por hispano parlantes admiradores de toda parte, etc. “¡Qué interesante!”, me dije. Pero aun tenía reservas.

Vino http://www.haroldalvarado.com/. Ahí toda la grata energía y muestras de la inexhausta labor de este brillante colombiano. Galería de fotos: Con Borges en Islandia, Con García Márquez en Ciudad de México, con Paco Brines en lugar indeterminado. Cuánto me gusta la “Generación del cincuenta”. Ese “Himno a la juventud” de Biedma tan memorable para un lector de cuarenta y nueve. No, no era vanidad. Definitivamente. Era simple y llanamente la asunción del derecho a existir. Sin duda nunca hubo un derecho a existir más grande que con el advenimiento de la Web, fue la conclusión a la que llegué.

No menos que cualquier magnate Hárold tiene una publicación. Como los Tiempos, los Espectadores, las Patrias. los Colombianos, los Washington Post, los Le Monde, los Clarín... Y mucho más: puede ser leído a cualquier hora, en cualquier punto del planeta, por cualquiera de los seis mil millones de habitantes que lo aman y lo destruyen como a sí mismos cualquier típica pareja sadomasoquista latinoamericana.

Vi a Eduardo García Aguilar al lado de la canciller alemana Ángela Merkel y con Gunter Grass, el suscrito nazi de pelao, en Berlín. No, no fue en Luna ni en Cromos ni en Cambio ni en Semana. Allí nunca habría salido tanto. No en su apartamento de París, a donde nunca iré. No en Manizales. No, en su blogspot. Me inundó de alegría poder leer las últimas reseñas sobre sus libros, su artículo de esta mañana.

Supe entonces que publicarse uno mismo no sólo no era un acto de narcisismo sino el llano ejercicio de un derecho y, si se quiere, en los tiempos de vocación desinformadora y supresora que vivimos, de un acto de franco heroísmo. “Haré mi blog”, me dije.

Lo virtual no se dejaba entrever en todo su portento. Hasta que se me murió mi primer hermano, el 25 de julio del 2006, en La Merced, Caldas. Por su repentina y pura volatilidad, por su evanescencia febril, por su vacuidad onírica, de plano fluyó la niebla que en este momento me permite apreciar la vida como un fenómeno virtual: estamos ahí y de pronto no, alguien nos borró de su página Web; podemos tocar lo superficial pero no lo grave, la piel pero no lo que hemos dado en llamar espíritu.

Como no tengo dinero para mantener un sitio con todos los fierros, que es como vale la pena, tendré un blog. Mas como siempre se puede aunque no haya, porque sus posibilidades son más amplias, si no le da a mi cuerpo por autovirtualizarse ante de tiempo, tendré el sitio. De repente es prioridad lo que siempre fue técnica y novedad que se filtraría y se agotaría. Será el año entrante; lo suficientemente amplio para que quepan en él, de ser necesario, los citados seis mil millones de habitantes el planeta. Lo mejor de todo: sin censura exterior.

El Internet está construyendo el nuevo mundo, más que el de la información; realidad pura, sin los mitos de las cosmogonías. A partir de hoy, para mí, presente incontaminado por los conceptos de tiempo. Como dioses tenemos a la mano la posibilidad de participar en la final creación. De eso se trata, nada más y nada menos. Lo que llamábamos “mundos reales” poco a poco comienzan a ser sus apéndices. Con Internet y los videojuegos no es que los chicos se evadan del mundo real, es que se fugan de la ilusión que es. Resucitaré a mi hermano, le daré una vida de grandeza jamás pensada, le restituiré su lugar en el universo.

“Aquí estoy —podrá comenzar su página— dejé de ser carne tocable y ahora soy carne eterna, pulpa virtual” En otro lado, siempre en presente, no histórico, introducirá su galería de fotos: “Esta es mi carcelera esposa (“Está casada”, le dirán a algún pretendiente. “¿Casada, no que su marido estaba muerto?”, preguntará. “No, vive en http://www.faberzapata.blogspot.com/”, le explicarán. O “…en http://www.flobertzapata.com/, la casa de su hermano”. Y el hombre desistirá, o pensará en la opción de ser un amante furtivo, con riesgo de ser matado y todo), de la que soy también, obviamente, su carcelero; estas mis hijas Diana y Alejandra; estos mis archisupermegahiperadorados nietos Juan Pablo y Juan Esteban, lo mejor que me ha ocurrido en la vida”. Debe haber en el mercado, —todo está ya, sólo que uno no se da cuenta. Siempre bulle más vida de la que uno supone— un programa automático que le devuelva hasta el más mínimo detalle la memoria y que le permita mediante respuestas autónomas chatear por sesenta años seguidos, diez más de los que vivió. Hablará con propiedad sobre los lugares conocidos, los libros que leyó, las canciones que le gustan, mucho-mucho sobre los camperos viejos que luego arreglaba y vendía, sobre grasa y mecánicos, etc. También se podrán reconstruir horas y horas de video, para los que el internauta que los quiera ver precisará de décadas. En ellos recorrerá la tierra que había comenzado a parir, llevará a Juan Pablo a terapia para que pueda caminar, etc Y así… No pongan en duda que lo hará. Quizá yo soy aquí y ahora un cadáver y mi hijo me está reviviendo, es decir, en este renglón preciso me encuentro under construction.

Como todos los hombres arreligiosos y agnósticos, en un mundo por fortuna prismático, soy lo que cada uno elija entre el segmento formado por dos puntos: el santo y el hijueputa. Bienvenidos todos los jueces y los espectadores que callan y los que aplauden.

Ya saben, no nos comunicamos de esta forma, ni usted ni yo ni nadie, porque nos creamos lindos o premios Nobel o Dorians Grays sino porque que vemos demasiado grandes a los otros o nos sabemos vistos demasiados pequeños por ellos. Nosotros, los clavados al suelo, los simples, también tenemos voz y queremos desenterrarla en algún momento. Aquí estaremos siempre.

Nunca más podremos decir con Alejandra Pizarnik: “Los que me buscan no me encuentran, los que espero no existen”. Ni una vez más no estaremos y al que no exista lo creamos en la red y punto. Hasta que un día ella no dependa de nadie y sea el universo paralelo que nos alberga y nos explica.

Espero pues que mi postura haya sido de persona “normal”, “madura” (ah palabras utilizadas de manera infame por los falsos moralistas), en términos del traído siquiatra Erich: “Aquella cuyo narcisismo se ha reducido al mínimo socialmente aceptable, sin que desaparezca nunca por completo”. Y que mi declaración de humildad sea una forma digna del orgullo.

Si este soy yo ¿por qué tengo que esconderme? Esperar a que alguien venga y me saque de mi oscuro rincón de autor desatendido está bien como fantasía de los treinta o del siglo XIX pero no de los cincuenta, más cuando el hermano cuasimellizo ha muerto hace minutos de infarto fulminante durante el sueño y dejó el gen por ahí zumbando. Ah, la introversión freudiana: “El alejamiento de la libido de las posibilidades de satisfacción real y su desplazamiento sobre fantasías consideradas hasta el momento como inofensivas”. Ya es hora de acostumbrarnos a recibir críticas brutales y absurdas, que de todos modos vendrán como siempre. Que el heroísmo y el martirio cotidianos, tan insuficientes, basten por ahora para que la musa levis de la vida aplace la inenarrable epopeya de la caída.

LOS CONDES DE BARAJAS EN FILADELFIA

(Sobre mis apellidos y mi nombre)

MIS APELLIDOS
Mi primer apellido siempre me avergonzó por su cercanía atropellada y frontal con zapato, hábitat de la pecueca, manida y remanida en chistes brutales, menosprecios y agresiones. Poco sobre él. De niño podía matar, mas desistía, cuando los insidiosos me decían la sandez pura de “Zapata garrapata”; demasiado cacofonía y mofa juntas.
Al cálido y destacado huilense Jáder Rivera lo invitamos por teléfono, hace unos años, al festival de poesía de Manizales. Lo primero que me manifestó después de saludarme fue su sorpresa de que no fuera negro, tal como se lo había hecho presuponer mi apellido; ¿por Zapata Olivella, Manuel?, ¿por algún compañero de escuela de su Algeciras?
Es fácil en este momento encontrar definiciones de prestigio y de venganza en cualquier Océano (enciclopedia): 1.f. Pieza del freno de los coches que actúa por fricción contra el eje o contra las ruedas. 2. ARQ. Bloque prismático de cimentación de los pilares de hormigón armado. O ir a una expurgación innecesaria, y ridícula si busca vanidad, e interesante finalmente, en “Genealogías de Antioquia y Caldas” de Gabriel Arango Mejía, donde es rastreado su origen.
Provenimos los Zapatas antioqueños de los hermanos Luis y Francisco Zapata de Cárdenas, miembros de una ola tardía de conquistadores españoles, cuyo primer mérito fue participar en los procesos de exterminio de los indios gualies ante de establecerse en Remedios.
Para que les concedieran permiso de venir a Las Indias Occidentales debían demostrar sumisión absoluta al Rey y linaje, por lo cual se presentaron ante el Bachiller Tinoco, teniente de gobernador y justicia mayor de la provincia de León el 9 de junio de 1578: “Francisco Zapata Palencia, vecino de esta Villa de Llerena, digo: que yo me quiero ir a las Indias del mar océano a los Reinos del Perú, con licencia de S. Mgtd., que para ello tengo y para ello me conviene probar quién soy e las demás cualidades que se requieran y han de tener las personas que a los dichos reinos pasaren; y a los testigos que se examinen se les preguntará lo siguiente: 1º- Si me conocen a mí, Francisco Zapata, y si conocieron a Gonzalo de Palencia y a Leonor Álvarez de Alza, difuntos, vecinos que fueron de esta villa, mis padres legítimos. 2º-Si saben que el dicho Gonzalo de Palencia, mi padre, era hijodalgo notorio, de que le fue hecha merced a Gonzalo de Palencia, su padre y a mi abuelo, a los cuales, a mí y a mis hermanos, se nos ha guardado la dicha hidalguía”.
Como prueba madre de estas pretensiones de heredados privilegios mostraron una Real Cédula expedida en Segovia por el rey Enrique IV, el 22 de febrero de 1464: “Por ende, acatando e considerando algunos servicios que vos, Gonzalo de Palencia, hijo de Gonzalo de Ávila, vecinos de la dicha ciudad, me habedes fecho e facedes, e porque sea ennoblecida e decorada e sublimada vuestra persona e linaje (…) os fago e constituyo hijodalgos notorios e de solar conocido, e podais retar e desafiar devengar sueldos, traer armas e insignias, e vos llamar del apellido que quisieredes”.
Afirma Arango Mejía, sin citar la fuente, que el apellido Zapata de Cárdenas era el mismo de los condes de Barajas y de don Luis Zapata Cárdenas, obispo del Nuevo Reino (de quien los genocidas Luis y Francisco se decían sobrinos) y el más ilustre de Villa de Llerena.
Por averiguar el seguramente sorprendente periplo hasta Manizales y luego a Marsella, de donde se dirigió a Arboleda, corregimiento de Pensilvania, en las venas de mi padre, quien lo trasplantó a Filadelfia cuando un pasquín conservador le avisó que se iba o se moría en la llamada “Violencia del cincuenta”.
A partir del momento en que conocí la Revolución Mexicana porto el zapata como un collar maravilloso y henchido de misterio.
El Arias nunca pasó de ser una mancha vaga, leve y neutra en mi identidad. Octavio Escobar, novelista, se coloca siempre el Giraldo para honrar a su mamá. Yo me quito a veces el Arias porque no tengo motivo para dejarlo.


MI NOMBRE
Todos se llamaban Juan Carlos, Gerardo, Alberto, Marco, Miguel, Ángel, Javier, Gustavo... y yo Flóver. No me molestaba pero tampoco me atraía. Normalizaba el asunto que mi hermano se llamara Fáber; sólo de adulto supe que esta voz alemana, posiblemente tomada de los lápices o de alguna herramienta, significaba fábrica. En Internet vi un "Faber Castel", mortales; consuela saber que no se dio en mis progenitores la deglución de la estupidez entera. Me parecía que uno nacía con el nombre y por años no dije nada, fiel también a la endémica aversión a la autocrítica.
Cambiarlo no era opción creada en el mundo en que crecí, fundado en el dogma, fijo e inamovible. Dos lustros después en Neira, por los tiempos de la telenovela La Fiera, Alfonso González reemplazó el suyo por el de Víctor Alfonso, galán cejudo de dicho culebrón.
En el bachillerato mis amigos aprendieron que flor en inglés era flower y a través de burlas bien y mal disimuladas y flacos y gordos sarcasmos me recordaban la cercanía a lo femenino y delicado; el reforzamiento en manos de la atosigante publicidad radial de una famosa loción, “Desert Flower de Shulton”. De ahí en adelante fue casi imposible que alguien que hubiera pasado de quinto primaria dijera o escribiera mi nombre con v y no con w. Sumido en el absurdo machismo de nuestra cultura encontré penosamente una fórmula maquilladora: cambiar la v por la b y agregar t y h finales. Así fue: Floberth; al que luego podé su mudez de falsete barroco: Flóbert. Coincidente con mis lecturas de budismo, hace dos años volví al Flóver pero ya era un problema; tenía que comenzar por cambiar el e-mail y dar explicaciones y todo eso; desistí, Guadalupe desde Madrid asintió sin pestañear.
Siempre habrá un segundo tonto. Un amigo de apellido Vaca, imitándome, comenzó a escribirlo Backha. En sana y amistosa broma le decía: “Por más letras que le cambie siempre se le quedan viendo las tetas”.
Y un tercero, mi pobre hermano en sus últimos años de vida: Faverth.
Cualquiera del mundo y del mundillo literario sabe que Flaubert es el apellido del autor de la francesa novela Madame Bovary, de nombre Gustave o Gustavo.
Curiosamente el destacado escritor pereirano Gustavo Colorado comienza alguna reseña diciendo que con ese nombre venía planillado para ser escritor.
Efrén Hernández, importante poeta mexicano, en una de las ediciones de la feria del libro en Manizales se tornó hilarante al escuchar mi nombre y quería conocerme. Todos sabemos que en esa materia si por aquí llueve por México no escampa. O acaso no recordamos que el país azteca es el que más Coca Cola consume en el mundo, por encima del propio Estados Unidos, que la produce.
En el atrio de la Salamina del 76 había una pobre señora que no sabía qué nombre poner al pequeño que llevaba a bautizar. Socorro Quintero, una amiga, la convenció de que lo pusiera Flóver. Ella tenía otra percepción de mi nombre y yo otra de su afecto.
En un cafetal de la Anserma del 78, en la vereda La Rica, otro Flóver había tallado su nombre en la corteza de un árbol. Como me negaba a creerlo me llevaron a que lo viera con mis propios ojos.
En Manizales, me dicen, hay un exacto homónimo al que sólo le cambia el segundo apellido.
Me trasmitió Juan Pablo Correa (mi odontólogo, historiador y paisano) la crónica que oyó por RCN con motivo de la “Vuelta a Colombia” 2007. Un periodista escogió los cinco nombres más raros entre los ciclistas para preguntarles por su origen. No recuerda los otros pero sí que entre ellos había un Flóber (con b). El tocayo de caballito de acero respondió que sus padres lo tomaron de una radionovela. De paso me contó que un tío de Danilo Castrillón se llamaba Flóver. No necesité anestesia para la calza que me estaba haciendo.

En Pensilvania hay un Flover Cardona Zapata, hijo de una de las dos hermanas de mi padre, de nombre Mary, viuda, octagenaria y con la memoria extraviada por el mal de Alzheimer.

Al ser oídos, los nombres de los sintocayos producen una mezcla de asombro y carcajada. Claro, lejos de su dueño porque en su presencia no representaría menos que una ofensa: el ego hinchado no soporta ser motivo de burla, ¿qué es un asesino sino un payaso herido? Al escribirme con b y t me convertí en uno de ellos. Ahí sí fue imposible hallar otro igual a pesar de la planetaria expectativa. Como todo tiene sus consuelos, me libré de la pesadilla de tantos en este mundo: pasar horas armando una dirección de correo electrónico espontánea para terminar apelando a impersonales guiones y números.
En mi infancia, es decir a principios del sesenta, ya estaba avanzada en mi pueblo la sonámbula sajonización por la vía de las partidas de bautismo (Wadis Echeverri; Jhon Vallejo; Henry, mi hermano mayor; Edelweis Moreno; Wilson Alzate, Darly y Shirley Moreno —Quizá la primera de Darling: querido; en este caso adjetivo sustantivopropiado, por decirlo de alguna manera—) y de los apellidos convertidos en nombres, españolizados o no: Hoover Castaño, Hoover Zuluaga, Wagner Zuluaga (sabemos que Wagner es alemán pero también que el alemán es al inglés lo que el español al portugués), y Federmán Lopez (De Nicolás de Federmán, también teutón, quien en Paraguachóa, privincia de Venezuela, cazó indios para usarlos como cargueros), etc. Ahora es epidemia nacional. Por cualquier lado aparece un Clinton Ramírez, un Tayson Morales, un Rockefeller Asprilla, un Stivenson Carvajal, un Schwarzenegger Caicedo, un Darwin Quintero, un Miller Posada, un Yeferson Pérez, un Jackson Martínez, un Truman Uribe, Un Yordan Martínez… En un salón de clase es difícil a veces encontrar un par de nombres de los de antes. Les queda a los economistas más que a los sociólogos o los lingüistas el análisis. Este avergonzamiento hace más parte de la plusvalía personal y entre países que de otra cosa: los que apenas subsistimos tenemos un rostro demasiado vulnerable; tanto que al final agradecemos si nos cortan la cabeza, ¿qué decir de los condenados a llevar un existencia animal? Había un contemporáneo compañero de escuela que despertaba mi compasión porque se llamaba como mi hermana mayor: Norma. No recuerdo su apellido y que nunca me hubiera burlado de él demuestra que ridiculizar a los demás no es natural en el ser humano.
El pasado septiembre me llegó una especie de tarjeta de UNE (me habían pedido la fecha cuando me afilié a la televisión por cable y pensé que era para un regalo) con motivo de mi cumpleaños: Señora Flóver Zapata…”, empezaba. Cuando forzosamente utilizo canónico mi nombre en documentos, hasta que ven personalmente mi cara siempre sin rasurar y ahora mi bozo, se refieren a mí como mujer y ni siquiera como señorita.
Una tarde octubre de 1967 tocaron a la puerta de madera del salón de primero de la escuela de tapia General Santander y le dijeron algo a doña Noemí Betancur, mi querida profesora de los pellizcos temidos que jamás me pegó uno, quien se dirigió a mí: “Zapata, váyase para la casa que se murió su papá”. Me dijo Zapata porque en ese tiempo a los alumnos no los llamaban por el nombre, excepto que hubiera dos con el mismo apellido. También hubiera podido decirme: “Zapata ya no conocerá el origen de su nombre”.

Manizales, agosto del 2007